Por la unidad popular para echar a los yanquis


La voladura de la mezquita dorada de Samarra -la más venerada por la mayoría shiita de Irak- y la ola de represalias, venganzas y violencias que desató, están vinculadas a la crisis política que ha paralizado la formación de un “gobierno de unidad nacional”. La “lista shiita”, que venció en las elecciones realizadas hace tres meses, está profundamente dividida. El candidato a primer ministro de los norteamericanos, Abdel Mahdi, fue derrotado por un voto -en la elección interna-por Ibrahim Jaafari, el actual primer ministro. Jaafari pertenece a un partido minoritario dentro de la coalición shiita (Dawa) y logró la victoria gracias al voto de los 30 diputados del ayatollah Al Sadr, el jefe popular de la insurrección de Najaf. Los enfrentamientos armados entre las milicias del partido de Mahdi y las milicias del partido de Sadr vienen de lejos.


 


Los restantes partidos (sunitas, kurdos, shiitas laicos) bloquean la designación de Jaafari. Detrás de la división de “lista shiita” y la oposición de los demás partidos “se mueve la mano norteamericana, que considera a Jaafari demasiado próximo a Irán. (…) Washington estaría interesado en articular algún tipo de alternativa en torno al que fuera primer ministro del primer gobierno provisional tras la invasión, Ayad Allawi, bien visto en Washington pero con escaso apoyo en Irak: su partido obtuvo 25 escaños (sobre 285)” (El País, 3/3). Más aún, “se han detectado presiones exteriores para que la Sciri, el partido de Abdel Mahdi, abandone la ‘lista shiita’…” (ídem).


La incapacidad para designar un primer ministro ha impedido que -pasa-dos tres meses de las elecciones- se reúna el parlamento.


 


En este cuadro de crisis política, manipulaciones políticas, ataques, contraataques y conspiraciones de los ocupantes, estalla la “guerra de las mezquitas”, que debilita a Jaafari, actual primer ministro, por su incapacidad para impedir el estallido de violencia.


 


Las negociaciones para la formación de un gobierno de “unidad nacional” están empantanadas: los sunitas las abandonaron y los shiitas se niegan a entregar los ministerios claves -en particular Defensa e Interior, los ministerios de la represión. Pero son precisamente estas negociaciones las que evitan, por ahora, el estallido de una guerra civil abierta.


 


Una guerra civil no tendría, solamente, un carácter “intersectario”, sino que enfrentaría a los propios shiitas y a los propios sunitas. En el campo shiita, los enfrentamientos entre las milicias del Sciri y las de Sadr son constantes; en el sunita, hay cada vez más signos de enfrentamientos armados entre los rebeldes laicos y los fundamentalistas. La guerra civil tampoco quedaría restringida a las fronteras iraquíes, sino que se extendería inmediatamente a los países vecinos, todos los cuales vienen sosteniendo, más o menos abiertamente, a las distintas fracciones en disputa en Irak.


 


En lugar de “rediseñar” el mapa de Medio Oriente, la ocupación puede terminar incendiando toda la región.


 


Una guerra civil en Irak y una guerra regional en Medio Oriente serían un factor excepcional de agravamiento de la crisis mundial en su conjunto. ¿La economía mundial podría soportar un enfrentamiento que tenga como escenario los países que detentan las mayores reservas petroleras mundiales?


 

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