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Adolfo Gilly “La nueva Nicaragua-Antiimperialismo y lucha de clases”


Editorial Nueva Imagen, México 1980


Gilly parte de la constatación de que la insurrección de Managua “por su amplitud y radicalidad, seguramente sobrepasó las previsiones del FSLN y de cuantos participaron o siguieron de cerca el proceso revolucionario”, como consecuencia de lo cual, “además de demoler hasta los cimientos al Estado de Somoza, desplazó hacia la izquierda todos los equilibrios y las relaciones de fuerza dentro del bando vencedor y dejó al FSLN dueño de las armas, del ejército y de la situación; relegando a las últimas filas a sus aliados burgueses” (p.15 y 17).


 


De sus propias palabras se desprende, pues, el realismo de la posibilidad que el FSLN asumiese la totalidad del poder luego del triunfo de la insurrección. Por el contrario, Gilly aprueba a partir de allí la estrategia de alianza con la burguesía elegida por el sandinismo, y más aún, la eleva a la categoría de teoría (y de teoría “marxista”). Los argumentos con los que la defiende son muy pobres (por ejemplo, cita la “fuerza económica” de la burguesía —P.32- lo cual condenaría a todos los revolucionarios a hacer alianzas con sus burguesías en todos los países). Pero lo más notable es que Gilly —a diferencia de la dirección del SU- reconoce que la presencia de los burgueses en la Junta de reconstrucción no es secundaria:" sería un grave error considerar que la presencia de representantes de la burguesía es puramente decorativa, como lo sería también exigir a los sandinistas que excluyan inmediatamente del gobierno a esos representantes y monopolicen todos los puestos de la Junta. Si en la composición del gobierno se encierra un conflicto latente, ello se debe no a una "inclinación conciliadora” de los sandinistas, sino a que ese conflicto está presente en la realidad y no puede ser resuelto en las instituciones antes de serlo en la relación de fuerzas en la sociedad" (p. 113). En esta argumentación todo está patas arriba. Para resolver el conflicto “en la sociedad” entre los obreros y campesinos de un lado, y la burguesía apoyada por el imperialismo del otro, es necesario previamente que las direcciones de los obreros y campesinos rompan su alianza con la burguesía, pues en ningún conflicto se puede vencer abándose al adversario. La burguesía ha elegido precisamente el método opuesto al recomendado por Gilly: ella prefiere vencer primero "en las instituciones”, sabiendo que si gana allí luego le será más fácil ganar “en la sociedad”. Y el conflicto no es simplemente “latente”, como lo muestran las sucesivas crisis de gobierno impulsadas por la burguesía para forzar al sandinismo a un compromiso más explícito para la reconstrucción del Estado; esas son las “relaciones de fuerzas” que la burguesía intenta resolver. Gilly no advierte que a través de la burguesía nicaragüense -que luego de acompañar la revolución le es ahora manifiestamente hostil— es el imperialismo yanqui (el único aliado posible de la raquítica burguesía de Mea ragú a) el que ha conquistado una posición de fuerza, luego de haberla perdido en el campo de batalla de la lucha de clases. En la medida en que la burguesía incline las relaciones de fuerza (económicas, políticas) en su favor, Gilly condena de antemano todo paso de ruptura con la burguesía que eventualmente diese el FSLN.


 


Un aspecto fundamental para verificar el carácter de la política del FSLN es el de la política exterior. El compromiso político con la extensión de la revolución centroamericana constituiría la mejor defensa antiimperialista de la revolución, y la mejor palanca de su profundizaron al interior. Gilly no dice nada sobre que el sandinismo ha buscado una política de statu quo en la región, comprometiéndose en particular a no intervenir en la evolución de la lucha antidictatorial en El Salvador. Pero sí toca el tema en relación a otra cuestión, y es para apuntalar su argumentación anterior. Aconseja al FSLN que no busque solidaridad de los Estados Obreros, pues si esto fue posible para Cuba en 1961, ello se debió a la crisis en que se encontraba el poder de Krutschev, lo que contrastaría con el asentamiento actual de Brejnev. Esto último es más que discutible, pero además demuestra que Gilly, más que teorizar el “transcrecimiento” de la revolución democrática nicaragüense en revolución socialista (su objetivo declarado), está acumulando argumentos en contra de ella,, De paso, absuelve a los Estados Obreros de todo deber antiimperialista en la defensa de la revolución nicaragüense.


 


Todo esto ejemplifica la gran confusión que recorre este libro que se presenta como un análisis marxista de la revolución en Nicaragua, pese al loable intento de establecer correctamente los hechos.


 

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