Política Obrera N°314
Ya en plena crisis política, el gobierno polaco acaba de recibir un préstamo de 325 millones de dólares, por parte de un consorcio bancario internacional liderado por el Bank of América.
El 11 de agosto pasado culminaron las tratativas por las cuales un consorcio de bancos alemanes presta a Polonia 1.200 millones de marcos (alrededor de 600 millones de dólares). Un tercio de este préstamo está directamente garantizado por el gobierno de Alemania Occidental.
Antes de la concreción de estos préstamos, la deuda exterior de Polonia con los países capitalistas ascendía a los 19.000 millones de dólares.
La deuda del conjunto de Europa oriental y la URSS asciende a 70.000 millones de dólares.
Lo que todo esto deja bien claro es que es el imperialismo el que viene en socorro de la burocracia stalinista. Los tanques rusos podrían darle sólo una salida represiva y de emergencia al gobierno polaco, lo que rápidamente se vería condenado al fracaso multiplicando las contradicciones al nivel de todos los estados dominados por la burocracia. Por eso, es justo decir que lo que sostiene a estos regímenes, desde un punto de vista más amplio, es el propio imperialismo. Para éste (diga lo que diga sobre Afganistán), el peligro principal no radica en una “exportación” de la revolución por iniciativa de la burocracia, sino en una victoria de la revolución política en esos Estados, que reanime, insufle fuerza revolucionaria y reunifique al conjunto del movimiento obrero de Europa, tanto del este como del oeste.
Se trata de una estrategia de vasto alcance, que fue delineada, justamente, hacia 1970, luego de las crisis en Checoeslovaquia (1968) y Polonia (1970). Esta estrategia fue sancionada por tres tratados diplomáticos: entre Bonn y Moscú, en 1970; entre Bonn y Varsovia, en 1971; y en la Conferencia de Seguridad de Helsinski, en 1975.
En la superficie, pareciera que estos tratados hubieran tenido por objeto normalizar la situación posterior a la guerra, mediante el reconocimiento definitivo de las nuevas fronteras entre Alemania y Polonia, y del status quo global entre el este y el oeste. Pero como quiera que una perspectiva de modificación militar de estas fronteras estaba excluida, ese reconocimiento era secundario, pues consagraba una situación de hecho. La importancia de esos tratados era que – eliminaban los obstáculos a una colaboración entre el imperialismo y la burocracia, y definía los fines y métodos de esa colaboración. En el tratado de Helsinski se establece claramente el objetivo de llegar a implantar el Ubre comercio y la libre circulación de capitales entre el Este y el Oeste, lo que significa que se busca derribar los mecanismos de defensa de los Estados obreros, como lo es el monopolio del comercio exterior y la propiedad estatal. Lo que estos tratados consagran es, como se ve, la estrategia del imperialismo. Para la burocracia, ello es la vía para hacer frente a su total impasse, que se manifiesta en la rebelión de la clase obrera.
Es justamente a partir de 1970 que se da el gran boom de empréstitos en dirección de Europa del Este y la URSS, y que se concretan las grandes compras de granos en Estados Unidos.
Esta política puede ser un alivio transitorio a la impasse burocrática, pero su consecuencia definitiva es la dislocación de la economía estatal. Es lo que pasa en Polonia. A medida que esta dislocación progresa, la dependencia del imperialismo se acentúa. Es lo que revelan los nuevos préstamos.
Todo esto está claro en los planes de austeridad reclamados por Rockefeller y en el préstamo alemán. Este se ha dado “con la condición de que los contratos de entrega de carbón sean negociados con las empresas de energía de Alemania Occidental "(“International Herald Tribune”, 13/8/80).- Es decir, que el imperialismo pasa a ejercer de control del principal recurso energético y natural de Polonia (¡que sufre una crisis de energía!).
Casualmente, el 12 de agosto se cumplió el décimo aniversario del tratado Bonn-Moscú. Es por eso que Breznev y Kosygin mandaron un mensaje a Helmut Schmidt. Allí caracterizan a la política de Alemania Occidental como “factor decisivo para la estabilidad en Europa”. Cuando se ve el socorro que Schmidt le brinda a Gierek. se comprende fácilmente lo que quieren decir los burócratas rusos: que el imperialismo ha contribuido a impedir que la burocracia se venga abajo.
Esto explica la enorme preocupación de los gobiernos y medios de prensa capitalista por encontrar un planteo de “transición” para la burocracia en crisis, que permita operar modificaciones desde arriba, capaces de prevenir y bloquear la revolución. Todos declaran que la lucha por la total libertad política es “utópica” y se esfuerzan por sugerir cómo el proletariado debería recular, aceptando, por ejemplo, un “pluralismo” restringido en ciertos planos del sindicalismo totalitario. La prensa imperialista se esfuerza por orientar en esta dirección a la intelectualidad disidente, por medio de la cual espera llegar a los líderes obreros. Estos, entretanto, machacan donde deben: que se reconozca al Comité de Huelga interfábricas.
La punta de lanza de esta política en Polonia, lo ocupa la iglesia. Esta quiere usar la presión de las masas para imponer su participación en el monopolio ideológico y cultural del Estado totalitario. Es decir, sumar a la brutalidad de la burocracia su propio oscurantismo, y canalizar a la oposición detrás de alternativas capitalistas. El primado de Polonia, cardenal Wyszyuski, se tomó hasta el 20 de agosto para hacer un pronunciamiento. En éste hace un “saludo a la bandera” obligado a los derechos que reclaman los trabajadores (las declaraciones del gobierno hacen lo mismo), llamó a que no se enciendan demasiado los ánimos y a que “se tengan en cuenta las dificultades económicas del país”.
A la convergencia del imperialismo y la burocracia, la única respuesta es la unión del proletariado de toda Europa.