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Polonia: La revolución política está en marcha


El 10 de septiembre de 1980, al día siguiente de la firma de los “acuerdos de Gdansk” entre el gobierno polaco y el MKS, comité de huelga interempresas de la ciudad, toda la prensa burguesa de los países imperialistas y la prensa stalinista al unísono ponían como titular: "Polonia: se acabó”. Justamente cuando, por el contrario, todo comenzaba. Cuando, después de esta formidable victoria de la clase obrera polaca, el país entero entraba en un período de profundas convulsiones internas, imperialistas y stalinistas intentaban convencerse ante todo a sí mismos que “lo peor había sido evitado”. En el fondo, alababan los méritos del gobierno de Gierek, su "sentido de la responsabilidad”, a la par que encomiaban la “moderación” de los obreros polacos que habrían sabido detenerse a tiempo. Al no haberse repuesto aún de su espanto, la firma de los “acuerdos de Gdansk” los lleva a tomar sus deseos como una realidad: todo vuelve a estar en orden. Aun cuando reconocen que “la reconstrucción del país (léase: ponerlo de nuevo bajo control) será larga y difícil”, todos ellos esperan que él proceso revolucionario abierto por el proletariado va en el futuro a retroceder, que va a quedar delimitado al litoral Báltico, que “se acabó”. Sin embargo, sólo pasan tres días y nos enteramos que 320.000 obreros de Silesia, de los que 208.000 son mineros, han obtenido en menos de una semana de huelga más concesiones que los del Báltico. Cada día que pasa trae su cuota de nuevos movimientos, en primer lugar la creación de sindicatos libres en todas partes, hasta en los rincones más retrasados del país, allí donde no había ninguna tradición de lucha obrera. El 12 de septiembre, el diario “Matin de Paris” titula: “Polonia: los sindicatos oficiales agonizan”, citando así al nuevo responsable de los mismos, Romnald Jankowski, quien acababa de ser nombrado en el cargo: ‘las estructuras organizativas de los CRZZ (movimiento sindical oficial) han estallado”. Si bien peleando palmo a palmo para conservar sus posiciones, la burocracia se ve obligada a retroceder sin cesar. A pesar de la clara intención de presentar un frente unido, las fisuras se hicieron cada vez más numerosas, las tensiones y los conflictos internos exacerbándose y minando, en consecuencia, su poder. 


El nombramiento de Stanislas Kania en lugar de Eduard Gierek (repentinamente “enfermo” como lo estuvo diez años antes su predecesor, Gomulka) se habría efectuado, según insistentes rumores circulantes en Polonia, al cabo de una formidable lucha en la cúspide del aparato entre diversas tendencias, en la noche del 30 de agosto (dos días antes de la firma de los acuerdos, fecha en que comenzó la huelga de los mineros de Silesia), situación en que Gierek se habría puesto a la cabeza de los partidarios de enfrentar de inmediato a los huelguistas. La subida de Kania no puede ocultar el hecho que en numerosos lugares de trabajo, y cada vez más, se va efectuando el desplazamiento de los burócratas bajo la presión de los obreros organizados en sus nuevas estructuras sindicales. En Polonia nada terminó, al contrario, bajo el impulso y la dirección de la clase obrera, es la revolución política lo que se ha puesto en marcha.


 


La crisis económica mundial y los estados obreros deformados


 


¿Quién se acuerda hoy de las fanfarronadas de un Kruchtchev cuando declaraba, a fines de los años 50, que en veinte años, o quizás en quince y aún en diez, "el socialismo en la URSS habrá superado su retraso respecto del capitalismo”? Los jefes del Kremlin que lo sucedieron rápidamente han puesto fin a este género de afirmaciones pomposas. Más tarde, sin embargo, los stalinistas de todo pelaje no paraban de demostrar que la crisis económica que corroe al imperialismo no trae consecuencias para la economía de los países dominados por la burocracia. Ni de citar, con cifras en mano, las tasas de crecimiento anuales del Producto Bruto Nacional, de la producción de acero o de electricidad, silenciando prudentemente las cifras relativas a la producción de tecnología avanzada, como la informática o derivados de la petroquímica, así como de la productividad media. Argumento contundente que dan los stalinistas: la desocupación y la inflación galopante, los dos males actuales del capitalismo, no existen en los regímenes burocráticos. Cuanto más se agravaba la crisis económica del imperialismo, más insistían los stalinistas en la teoría de la “inviolabilidad” de las economías de los países de Europa del Este.


 


El origen de esta actitud consistente en negar de la influencia directa de la crisis de la economía sobre los estados obreros deformados es simple: es consecuencia de la glorificación del aislamiento de los estados; obreros que sirve para ocultar los intereses parasitarios de la burocracia y se expresa ideológicamente en la “teoría del socialismo en un solo país”, adaptada a las condiciones presentes. Si es posible “construir el socialismo en un solo país”, entonces el porvenir del socialismo no depende de la victoria de la revolución mundial sino, al contrario, está restringido a un estado o a un número limitado de estados capaces de aislarse del merca o mundial, sometido en su enorme mayoría a las leyes de la economía imperialista. Esta teoría, erigida desde 1924 en dogma absoluto por Stalin, a despecho de todos los principios defendidos hasta su muerte por Lenin y que Trotsky continuara defendiendo y profundizando, esta teoría cuyo sentido es, en esencia, la autarquía, supone que pueden coexistir a escala internacional dos mercados distintos e independientes uno del otro, uno dominado por el imperialismo y otro, el mercado “socialista”.


Este último puede, en consecuencia, desarrollarse en forma autónoma y lineal sin necesidad de estar subordinado a la extensión de la revolución socialista mundial y al aplastamiento del imperialismo.


 


La “teoría del socialismo en un solo país”, construcción ideológica al servicio de los intereses particulares de la casta burocrática que detenta el poder en estos estados, fue de nuevo socavada en la práctica con la crisis que sacudió Polonia y que sobrevino al día siguiente de una poderosa escalada inflacionaria. Esta, que sucede a las de 1970 y 1976, ha sido la manifestación práctica de la enorme presión que hace soportar el imperialismo a la economía polaca y, además, en un mayor o menor grado de importancia, a todas las economías e estados obreros degenerados y deformados. La primera lección que todo obrero consciente debe sacar de los recientes acontecimientos polacos es simple: el mercado mundial en nuestra época es uno e indisoluble y fundamentalmente está regí o p las leyes de quienes lo dominan: las potencias imperialistas pesar de la defensa que representa la propiedad estatal e medios de producción y la planificación de la economía, en tanto que las relaciones de clase no hayan sido transformadas a escala internacional, los estados donde la burguesía fue expropiada continuarán sometidos a las presiones del imperialismo: políticas, militares y económicas. La propiedad estatal de los medios de producción y el monopolio del comercio exterior constituyen una defensa de los estados obreros ante las consecuencias dislocaduras del mercado mundial. Pero la gestión burocrática cuestiona esta defensa, el desarrollo de las fuerzas productivas de los estados obreros tiene un carácter internacional. A través de la gestión burocrática, se expresa en la forma del endeudamiento y la tendencia a la dislocación de la propiedad estatal y del monopolio del comercio exterior: contratos entre empresa y empresa, mercado negro de divisas,  etc… La desocupación, la liquidación de las ramas “improductivas”, la inflación, están a la orden del día por culpa de esta política.


 


El origen de estas presiones se encuentra en la incapacidad básica del capitalismo, llegado a su fase superior, la de repartición del mercado mundial, para admitir nuevas conquistas obreras y, en primer término, la pérdida de los mercados que representan los países donde fue expropiada la burguesía. El imperialismo en ningún momento abandonó su proyecto fundamental de desembocar en la victoria de la contrarrevolución en estos países que restauraría el poder político de la burguesía y restablecería el predominio de las leyes de su mercado. Sin embargo, luego de los acuerdos de Yalta-Potsdam y sobre todo con el fin de la guerra fría, durante la que el imperialismo se mostrará demasiado débil para hacer replegar a la clase obrera internacional y llegar a restablecer su hegemonía sobre los países del “glacis” del este de Europa como así también sobre China y Corea del Norte, el equilibrio mundial tal como fue establecido (la “coexistencia pacífica” y su continuación, la “détente”) tuvo por principal consecuencia un relativo retroceso de la capacidad del imperialismo para presionar política y militarmente (con la guerra de Vietnam como ejemplo de su más agudo fracaso). Paralelamente, cuanto más veía estallar el imperialismo su crisis económica a la luz del día en las más poderosas de sus metrópolis, en particular después de los primeros años de la década del 70, más ha tendido a incrementar el peso de sus presiones económicas sobre los estados obreros deformados, más ha hecho caer sobre ellos una parte creciente deformados, más ha hecho caer sobre ellos una parte creciente del peso de su propia crisis interna. Sin embargo, de la misma manera que sería falso afirmar que las presiones directamente políticas y económicas no están más a la orden del día, es necesario cuidarse de considerar que las presiones de tipo económico no tienen más que un carácter… “económico”. Detrás de ellas, está todo el régimen social que abolió el reino y el predominio de la propiedad privada de los medios de producción que el imperialismo  intenta cuestionar. Detrás de sus presiones, y más precisamente toda la política de créditos otorgados a lo largo de un decenio, está la tentativa de las grandes potencias imperialistas y sus grupos financieros de fragmentar la muralla constituida por la economía estatizada y la planificación a fin de conseguir su destrucción y obtener así la ansiada apertura de nuevos mercados. Como se ve, estas presiones económicas tienen un carácter eminentemente político.


 


Dos meses antes del inicio del “verano polaco”, en un artículo titulado “Las estrategias económicas de los países del Este”, el diario más importante de la burguesía francesa (Le Monde, 7 de mayo de 1980) decía:


“En el curso de la reciente reunión del consejo del Comecon, se constató que la ausencia de un “rublo convertible”, y el hecho de que la potencia soviética, si bien realiza fuertes compras a sus aliados no los retribuye convenientemente, crean graves distorsiones. Los pequeños países, no teniendo que comprarle a la URSS, son a veces acreedores del mastodonte soviético. Por otra parte, con lo que venden a la URSS, no pueden cobrarle a Occidente  las instalaciones necesarias para continuar la revolución tecnológica.


 


“El intercambio de la URSS y sus aliados ha alcanzado de esta manera un estado de saturación (1). Como consecuencia, el viraje de la estrategia económica de Moscú trajo aparejado un viraje equivalente en los otros países: se trata de exportar al Oeste, con el fin de procurarse las instalaciones y las tecnologías susceptibles de llevar la producción nacional a niveles competitivos, tanto de los mercados de Oriente como de Occidente.


 


“Para abordar este viraje, hacían falta capitales. (…) Fue necesario apelar al crédito. Los países de Occidente por un monto de 32.000 millones de dólares en 1976, para pasar a 62.000 l año siguiente, previéndose alrededor de 80.000 millones para el año en curso. (…) Las importaciones aumentan en el transcurso del mismo periodo con ritmo acelerado: Hungría 35 por ciento anual, Polonia 15 por ciento (y tenía de antes una tasa muy elevada), Rumania 32 por ciento. Aún los países más ortodoxos y autárquicos, con Bulgaria y Checoslovaquia, aumentaron sus importaciones de Occidente un 25 y un 20 por ciento. Así el déficit con el Oeste registró un aumento del 40 al 98 por ciento.


 


“Las economías occidentales han tenido un interés evidente en secundar tal evolución (subrayado nuestro). Dada la extrema incertidumbre de los mercados “clásicos”, se  replegaron hacia los mercados alternativos, más estables y más prometedores en virtud de la garantía del estado. En segundo lugar, tomaron en cuenta el estímulo a la diversificación entre los países del Este y el aliento a la “multilateralización” de las relaciones interempresas, milagro jamás alcanzado por la Ostpolitik de M. Brandt. (…) Europa necesita de los mercados socialistas.”


 


Tenemos aquí una síntesis de las presiones económicas ejercidas sobre los países del Este y de las esperanzas que éstos crean entre los medios financieros imperialistas. Más todavía que, como era fácilmente previsible, el aumento de los créditos no ha sido "gratuito''. En plena crisis polaca, el Financial Times, expresión de los medios empresarios de la City, decía (26/8/80) en referencia al otorgamiento de nuevos créditos al gobierno de Varsovia:


 


“Se podrá alegar que Polonia ha recibido un tratamiento preferencial por parte de los bancos internacionales. Hasta cierto punto la razón es política. (…)Pero la cuestión esencial reside en que es del interés de los bancos ampliar el apoyo financiero a Polonia. (…) Los bancos siguen atentamente la situación. (…) Un consuelo importante es que Polonia debe en lo venidero someter a consideración una información más detallada que la dada hasta ahora sobre su economía”.


 


“Someter a consideración una información más detallada que la dada hasta ahora" quiere decir, hablando claro, una acentuación del derecho a la inferencia de las altas finanzas imperialistas en el sentido de sus propios intereses privados sobre la economía polaca. Es la clave de toda la política de los créditos imperialistas a los países del Este.


 


Finalmente, este breve resumen sería incompleto sin aludir al rol preponderante que jugó la gestión burocrática en los problemas económicos de los estados obreros deformados. En efecto, las presiones imperialistas, si bien son el punto de partida de las dificultades económicas de estos países, no alcanzan por sí mismas para explicar que en 1979 los países de Europa del Este hayan registrado la más baja tasa de crecimiento después de la segunda guerra mundial, que en ningún lado se hayan cumplido las tasas de crecimiento del Producto Bruto Nacional o del industrial previstas por el plan; que, por último y sobre todo, la productividad de la industria esté a la deriva. Dejando a Hungría de lado en cierta medida, por todas partes se ve que el marasmo y la recesión se imponen, que aumenta la falta de productos de primera necesidad, en primer lugar los alimentos básicos, que la principal víctima de esta situación es la clase obrera. Pero también por todas partes hace estragos el despilfarro, los mercados paralelos, el caos y el desenvolvimiento anárquico del plan, cuyas pautas han sido burocráticamente fijadas en función de intereses y objetivos que escapan completamente al control de la clase obrera. Por todas partes hace estragos una capa burocrática que, durante estos últimos años ha visto crecer sus privilegios de manera exorbitante a costa de la clase obrera. No contenta con saquear las reservas del estado y de desviar en su beneficio una parte de la plusvalía producida por el trabajo obrero, la casta burocrática parasitaria no ha dudado en usar en su beneficio el endeudamiento creciente de los países que dirige aprovechándose escandalosamente de las sumas remitidas por los gobiernos y bancos imperialistas. Bajo su impulso, el mercado negro, que ha existido desde siempre en los estados obreros deformados, ha tomado una formidable extensión, siendo los burócratas sus principales beneficiarios.


 


Las particularidades del "caso polaco"


 


Si la crisis económica generalizada de los países del Este condujo a la explosión en Polonia, y si esta explosión se convirtió aceleradamente en una crisis política de primer orden, esto es debido a que desde hace más de diez años en adelante Polonia ha sido el “eslabón más débil” de los estados obreros deformados en Europa. Esta debilidad de la casta burocrática dirigente ha tenido una causa directa: el poderoso proletariado polaco.


 


Exánime después de cinco años de ocupación nazi, el proletariado polaco debió soportar al término de la segunda guerra mundial un golpe como sólo el cinismo sanguinario del stalinismo es capaz de dar. Ante el avance acelerado del Ejército Rojo y la desbandada de las fuerzas nazis, el 2 de agosto de 1944, el proletariado de Varsovia se subleva. Inmediatamente, Stalirí da órdenes al mariscal Rokossovski de parar el avance y sus tropas se detienen a 10 km de la capital polaca. Cuando, dos meses más tarde, el Ejército Rojo hizo su entrada, la ciudad estaba totalmente destruida, y los nazis habían tenido tiempo para asesinar a 200,000 personas y deportar a otras 100.000. Como vemos, el stalinismo cuenta en Polonia con sus “referencias” en el dominio de la traición. Después de esto, pudo realizar durante los años 1947 al 50, la estructuración dé un estado obrero deformado en este país esencialmente agrario donde, paralelamente a la expropiación de la gran burguesía industrial y terrateniente, pudo establecer un régimen burocrático dirigido por una casta enteramente afecta a los intereses de la camarilla dirigente de Moscú, sin mayor dificultad ya que la clase obrera había salido físicamente desgarrada de la guerra.


 


Esta clase obrera, sin embargo, iba rápidamente a levantar cabeza hasta llegar poco a poco a lo que hoy es: una clase cuyo peso social se ha reforzado considerablemente en relación a las otras clases de la sociedad y, en particular, al campesinado (quedando en Polonia constituido en más de un 70 por ciento por pequeños propietarios de tierras privadas), una clase cuya edad promedio es excepcionalmente juvenil, liberada del yugo de las grandes olas de terror stalinista de los años 30 y 40, una clase enriquecida con la más importante tradición de luchas obreras en los países del Este. En efecto, es a través de las grandes movilizaciones obreras y estudiantiles de 1956, 1968, 1970/71 y 1976 que el proletariado polaco ha podido forjar su conciencia de clase y su auto-organización independiente que le permitieron en 1980 vencer al cabo del más amplio movimiento jamás visto después del establecimiento de los regímenes burocráticos en Europa del Este.


 


En 1956, fue sólo el retomo al poder de Gomulka y de otros dirigentes en prisión por orden de Stalin que permitió a la burocracia resistir el empuje obrero, en momentos en que Polonia empezaba a cubrirse de consejos obreros, para finalmente volver a contenerlo y restablecer el yugo dictatorial. Luego de haber despertado las más grandes esperanzas en el seno de la clase obrera, Gomulka y su fracción se vuelcan a limitar las reivindicaciones del movimiento, a retomar el control del deteriorado aparato partidario y a volver a infundirle confianza, a reconstituir el aparato del estado y su apéndice sindical sacudido por la embestida de los consejos obreros. Finalmente, después de haber depurado progresivamente su propia fracción de todos los elementos que habían tomado parte en mayor o menor medida en el movimiento de la clase obrera o manifestado en algún momento signos de debilidad frente a él, Gomulka pudo, al cabo de 18 meses de esfuerzo, vaciar a los consejos obreros de todo contenido, someterlos al partido y a los sindicatos para, en abril del 58, decretar que desde entonces las huelgas iban a ser ilegales nuevamente. La burocracia había salvado el pellejo y había retomado el control de la situación. Pero, en la conciencia colectiva de la clase obrera, las lecciones de esta experiencia debían abrirse su camino.


 


Cuando en diciembre de 1970 los obreros de Sczeczin, de Gdansk y de Gdynia, con los trabajadores de los astilleros a la cabeza, se ponían en movimiento en respuesta al anuncio de aumento de los precios de los productos de primera necesidad y en primer lugar de la carne, Gomulka, con el objetivo de evitar toda extensión de la movilización en el resto de Polonia, decidió de inmediato utilizar la fuerza represiva.


Nueva experiencia y nuevas lecciones para el proletariado polaco. La burocracia, al recurrir a la fuerza bruta, al asesinar a decenas y quizás centenares de obreros (jamás se va a saber la cifra exacta), mostró en sus aspectos más mostró su verdadera cara: la de la contrarrevolución. A pesar de ello, la huelga no sólo continuaba sino que se extendía, sostenida por la población del litoral báltico. La burocracia estaba obligada a ceder. Gomulka, repentinamente "enfermo”, era removido y Gierek ocupaba su lugar. Sin embargo, a pesar de su aceptación de las reivindicaciones obreras, de su autocrítica y promesas de cambio, Gierek fue incapaz de suscitar las mismas ilusiones que había despertado 14 años antes Gomulka y los miembros de su fracción. El resultado de la reunión habida en Sczeczin el 24 de enero de 1971 entre Gierek y los trabajadores de los astilleros es muy claro a este respecto. Lejos de recibir un cheque en blanco, Gierek chocó con la desconfianza de los obreros que declaraban abiertamente que le acordaban un plazo a la burocracia y aguardaban a ver cómo se cumplían sus promesas en la realidad. Desde entonces, es evidente que para los elementos más avanzados del proletariado polaco, ya no sería tal o cual fracción de la casta dirigente la cuestionada, sino la burocracia en su conjunto.


 


Durante los años 70, a pesar de la represión que se abatirá sobre los dirigentes obreros, la relación de fuerzas entre la burocracia y la clase obrera va a desenvolverse en forma cada vez más favorable para esta última. La burocracia, aterrorizada por los acontecimientos del litoral báltico y su significación política para el mantenimiento de su régimen en el corto plazo, va a comprometerse con una política económica que, ligada directamente al incremento de la deuda con Occidente, tendrá dos consecuencias favorables al fortalecimiento de la clase obrera. Esta antes que nada, va a acrecentarse numéricamente en una importante proporción, debido a la furiosa industrialización que llevará adelante Gierek durante 1971-75, que implicará un aumento anual de más del 10 por ciento de la producción industrial. Por otra parte, no sólo el peso social del prole» tañado saldrá reforzado de este primer período, sino que verá también acrecentar sensiblemente su nivel de vida, ya que la burocracia buscaba ante todo evitar nuevas explosiones sociales, desarrollando por este hecho conscientemente el mercado de bienes de consumo corriente.


 


Las primeras recaídas de esta fase de crecimiento comenzarán a aparecer desde 1975. Cambiando el rumbo, y para detener el círculo vicioso que consiste en endeudarse de nuevo con el fin de… reembolsar las deudas existentes (en 1980, según los expertos, el servicio de la deuda absorbería el 70 por ciento del ingreso por exportaciones), el gobierno polaco va a intentar poner en pie una política económica que apunte a reducir el consumo interno, a limitar las importaciones (lo que tendrá como consecuencia inmediata una reducción de las materias primas y de la tecnología disponibles para la industria). Para los trabajadores, va a significar una reducción del nivel de vida, alza de precios en los bienes de consumo corriente, y de la carne en particular, determinando una reacción instantánea de la clase obrera. A partir de su anuncio, en 1976, se levantaron los obreros de Ursus y de Radom y la burocracia se vio obligada a recular en desorden. Después de entonces, toda la actitud de los burócratas, espantados por la potencia del movimiento obrero, va a consistir en el intento de hacer equilibrio entre las necesidades de su propia administración económica, con la desorganización, las pérdidas y el engaño que le son inherentes, y las reivindicaciones de una clase obrera cada vez más organizada y confiada en sus propios medios. Golpe tras golpe, los burócratas van a ensayar la imposición de un descenso del nivel de vida de los trabajadores, reculando cada vez en forma precipitada cuando amenazaba estallar la oposición de estos últimos. Esta política de zig-zags, en poco tiempo, llena de temor y postergaciones, de la misma manera que el enriquecimiento a paso redoblado de una gran parte de los círculos dirigentes, ávidos de llenarse los bolsillos antes de que todo explote, son índices infalibles no sólo de la debilidad distintiva de la casta burocrática, sino también de una crisis social larva-da, que no podía conducir más que al enfrentamiento directo.


 


Otro índice infalible: desde 1976 hasta el verano del 80, la oposición no va a cesar de fortalecerse. El KOR (Comité de Defensa Social), dirigido por Jacek Kuron (2), Janzitinski y Adam Michnik, va a decuplicar sus actividades y el número de sus adherentes crecerá sin cesar, a pesar de la represión que se abate sobre ellos. Sus periódicos, como Glos (La Voz) o Robotnik (El Obrero) van a ser difundidos en forma cada vez más abierta en miles de ejemplares. Es gracias a sus actividades de solidaridad que militantes obreros e intelectuales afectados por la represión no serán eliminados y podrán subsistir.


Desde comienzos del año 80, la tendencia hacia el enfrentamiento directo adoptó proporciones mucho más importantes. Durante los seis primeros meses del año se produjo una caída de la producción industrial, que sufrió un retroceso en términos absolutos mientras el plan preveía un crecimiento del 4.9 por ciento. La producción de mercaderías de menudeo, que se consideraba iba a aumentar 7.7 por ciento durante este semestre, quedó en un nivel cero de crecimiento. Ciertas ramas como los transportes o la siderurgia conocieron una recesión sin precedentes. Un burócrata ligado a Gierek, Babiuch, había sido nombrado, sin embargo, en febrero como nuevo primer ministro con el objetivo inmediato de remediar el marasmo económico. En mayo sucedió un hecho sin precedentes en la historia de la Polonia moderna: fueron destituidos 300 directores de empresas y altos funcionarios del estado, de los cuales 150 del área de la construcción. Aumentos de precio de un 30 a 50 por ciento afectaron a productos como lavarropas, las máquinas de coser y las heladeras, pero también las bebidas, la harina y los cigarrillos. Las tarjetas de racionamiento, que permitían comprar azúcar a precios subvencionados, fueron suprimidas. Por último, el 24 de junio Gierek presentó a la Dieta un nuevo plan de austeridad. El plan previsto para 1980 fue anulado. El crecimiento de la producción industrial fue llevado al 2-3 por ciento, el de la rentabilidad del trabajo al 2,5 por ciento en lugar del 4.4 por ciento inicialmente previsto. No fue encarado ningún progreso referido al ingreso nacional en reemplazo del 1.5 por ciento previsto. Obligada a limitar en forma draconiana el objetivo de crecimiento de la economía polaca, la burocracia debía asestar en lo inmediato un golpe definitivo al nivel de vida de los trabajadores. En Varsovia, el corresponsal permanente de Le Figaro, gran católico y “especialista internacional" distinguido sobre los asuntos polacos, vocero oficioso de la tendencia Rakovski, llamada "modernista” del aparato hacia el extranjero, escribía:


 


“Hay indiscutiblemente un tono, un estilo y acentos nuevos. El señor Babiuch, a la cabeza del gobierno durante cuatro meses ha tomado un buen punto de partida. Sus esfuerzos por hacer economías en todas partes donde sea posible reintroducir el orden en la economía presentando las cosas coií realismo y preparar un vasto programa de reforma de estructuras son evidentemente bien recibidas por la opinión” (Le Fígaro, 26/6/80).


 


Cinco días más tarde comenzaba el movimiento de la clase obrera que iba a barrer con Gierek y Babiuch. "Evidente-mente", y en contra del sentimiento del distinguido especialista burgués, “la opinión" no había “recibido bien" el aumento brutal del precio de la carne.


 


El desarrollo del "verano polaco"


 


En el ambiente de malestar general reinante en Polonia el aparato stalinista conoció tensiones y conflictos internos, en la cúspide y desde arriba hacia abajo. Gierek, aparentemente cada vez más aislado, eligió la solución de la huida de antemano y produjo el vacío alrededor de él. En febrero del 80, al tiempo que nombraba a su compadre Babiuch a la cabeza del gobierno, obtuvo la eliminación del Buró Político del POUP de representantes de la fracción Opszowski (él mismo un viejo miembro del grupo "partisanos” del general Moczar, y partidario de una represión creciente contra el KOR para poder llevar adelante una controlada liberalización del régimen). Como en otras situaciones de crisis grave, se crearon por todas partes en Polonia "grupos de discusión”, manifestación del descontento general. En este país, donde el pequeño propietario agrícola y la pequeña burguesía urbana son más importantes que en cualquier otro lugar de Europa del Este y, por estar sometidas a la muy importante influencia del clero católico, igualmente punta de lanza del imperialismo en Polonia, las tendencias favorables a la restauración del capitalismo no podían dejar de aparecer ante el poderío enorme de la clase obrera y a la impotencia de la burocracia. El grupo de discusión denominado "Experiencia y porvenir" (D.I.P.) ha sido la expresión pública más marcada de estas tendencias. Reuniendo 140 personalidades, de las que un gran número son científicos y profesores, buena cantidad miembros del Club de Intelectuales Católicos pero contándose también a 51 miembros del Partido, en lo esencial nacionalistas polacos, el D.I.P. publicó a comienzos de junio de 1980 un texto de 75 páginas titulado “¿Cómo salir?". De entrada, el texto planteaba una cuestión fundamental: “¿Qué puede y qué debe hacer la sociedad en la situación que nos hallamos en el presente, para que el poder no pueda continuar gobernando como hasta ahora y, al mismo tiempo, para evitar provocar una tragedia nacional?”. Confusamente, este texto presentaba una serie de propuestas urgentes:


 


-“crear las condiciones en que la cultura nacional pueda vivir plena y libremente”;


 


-"crear una sociedad con un buen funcionamiento económico y desarrollar la capacidad de cogestión democrática”;


 


-“ desarrollar las empresas pequeñas y medianas porque es anormal que Polonia no cuente sino con un 11.3 por ciento de empresas de menos de 100 empleados”;


 


-"un cambio total en la manera que funcionan la prensa, la radio y la televisión” y “una limitación de los poderes de la censura”;


 


-una autoreforma del partido con “democracia interna” y una “limitación temporal de las funciones dirigentes”;


 


-los sindicatos deben “convertirse en la representación auténtica de los trabajadores” y los campesinos deben tener asegurado el porvenir y ser “liberados de la presión burocrática”; 


 


-la discriminación de los católicos debe ser abandonada;


 


– “cortar o debilitar los lazos con Occidente pondrá de inmediato a Polonia bajo la amenaza de la parálisis económica”.


 


Así, a medida que avanzamos hacia el enfrentamiento, cada campo se va preparando para intervenir. De un lado, la clase obrera como clase, con sus elementos, los más revolucionarios y resueltos, que ven aumentar su importancia cada día; del otro lado, todos sus enemigos: burocracia, reformadores de todo pelaje, “duros” y “liberales”, jerarquía católica y elementos restauracionistas. De un lado, aquellos que no tienen nada que perder; del otro los que quieren "evitar de provocar una tragedia nacional”. De un lado los sindicatos libres; del otro la transformación de los llamados "sindicatos” oficiales. De un lado la organización independiente de la clase obrera según sus propios intereses; del otro una autoreforma del partido dirigen-“democracia interna". De un lado la defensa de las condiciones de vida del proletariado; del otro, un “buen funcionamiento económico” y… el desarrollo de la pequeña empresa.


De un lado los derechos democráticos para todos, incluyendo la libertad de culto; del otro la primicia de las reivindicaciones de la jerarquía católica.


 


El 1 y el 2 de julio, al día siguiente del anuncio del aumento en el precio de la carne con recargos de un 50 a un 100 por ciento según el caso, estallan en Ursus, cerca de Varsovia, y en Tczew, cerca de Gdansk, las primeras huelgas. En pocos días, aparecen huelgas, sean esporádicas o prolongadas, en numerosas zonas del país con una reivindicación unánime: anulación del alza en el precio de la carne y aumento inmediato de salarios. El día 10, la gran fábrica de automóviles de Zeran con sus 20o0d0 obreros, adhiere al movimiento huelguístico Del 15 al 18, toda la ciudad de Lublin está paralizada poruña huelga general. De aquí en más, cada nueva jornada aporta su cómputo de nuevos movimientos de lucha, la burocracia pierde cada vez más el control de la situación sus repetidas amenazas contra los huelguistas resultan estériles y cuando el 31 de julio Gierek vuelve de sus “vacaciones”  rusas constata que cientos de empresas están paradas. Durante las dos primeras semanas de agosto, la huelga se extiende a los servicios públicos, recolectores de basura de Varsovia y conductores de ómnibus. En todas partes, sector por sector, los burócratas comienzan a retroceder en forma desordenada, aceptando todas las reivindicaciones salariales de los huelguistas a la par que proponen menos en las otras empresas para verlas más tarde entrar también en huelga hasta obtener lo conseguido en otros lados. Durante estas dos semanas se hace cada vez más claro para la clase obrera de todo el país que la huelga es un recurso efectivo y que no sólo es posible obtener en lo inmediato la satisfacción de los reclamos salariales sino también mucho más, ante la debilidad y la impotencia que demuestra la burocracia. Al retroceder en todos los frentes, ella no espera sino una cosa: obtener la vuelta al trabajo. Esto se produce en buena medida hacia el final de la segunda semana y Lubascewicz, miembro del Buró Político, anuncia el día 13 que las “huelgas masivas” han terminado y que no hay más que "movimientos parciales de carácter económico”. Al día siguiente, los 17.000 empleados de los astilleros Lenin en Gdansk, el Viborg polaco, entran en huelga contra el despido de Anna Walentynowicz, militante de los “sindicatos libres” ligada al KOR. Inmediatamente exigen la reincorporación de Lech Walesa, despedido también luego de los acontecimientos de 1976. Con la reincorporación a la lucha de los obreros de los astilleros Lenin, la primera fase del movimiento ha terminado, se acabaron los “movimientos de carácter económico”, ha comenzado la revolución política.


 


Se trata de la revolución política porque a partir de este momento los obreros, en un movimiento por su emancipación enfrentan como clase a la burocracia dando un salto cualitativo en su movimiento al dotarse de un instrumento organizativo que les permitirá aparecer como clase frente a los que dominan: el MKS o Comité de Huelga Interempresas. La conciencia obre» ra representa su grado de organización. Con la formación del MKS en Gdansk y al día siguiente en el puerto vecino de Sczeczin, el proletariado polaco renueva la tradición y la experiencia de 1956 y de 1970, que integra a su propia conciencia colectiva demostrando que ha sabido sacar la principal lección (3).


 


En Gdansk, en Sczeczin, ciudades aisladas de inmediato por los buenos oficios de la burocracia de toda posibilidad de contacto con el resto de Polonia -lo que demuestra nuevamente que ahora ha comenzado una nueva etapa- la huelga se extiende como un reguero de pólvora y deviene generalizada, bajo el impulso y la dirección del MKS local. De inmediato, por otra parte, los dos órganos entran en contacto a pesar de la represión y las otras dificultades de comunicación para empezar a coordinar la acción. En estas ciudades, en que toda la población sostiene a los huelguistas, el MKS comienza a tomar con toda evidencia marcados rasgos pre-soviéticos: en primer lugar, es un órgano de doble poder frente a la burocracia paralizada, que reacciona con retraso cada vez que aparece un elemento nuevo. El MKS dirige la ocupación de las empresas y de los servicios públicos, organiza la distribución de los productos de primera necesidad garantizando así la subsistencia de la población. El es amo absoluto en su propia casa -es decir en las fábricas y astilleros. Sólo él decide quién puede entrar, asignándose sus propios locales dentro de los astilleros Lenin. Por último, el MKS constituye la expresión misma de lo que es la democracia obrera: sus debates son públicos, la composición de sus miembros, todos ellos elegidos por la base, es revocable en cualquier momento, nada puede decidir que vaya contra la voluntad de las masas obreras que representa. Con este instrumento de extraordinario poder, y cuando los ojos del proletariado de todo el país los está observando atentamente, los obreros del litoral báltico no quisieron limitarse a la obtención de sus reivindicaciones sino que van a mostrarle a toda una clase que lo estaba esperando el camino de su auto-organización independiente y contra la burocracia en el poder.


 


El detalle de los acontecimientos que van a sacudir las tres semanas siguientes, luego de la formación del MKS de Gdansk hasta la irrupción en todo el país de Comités de Sindicatos Libres, está suficientemente fresco aún en la memoria de todos. Recordemos no obstante los fenómenos más importante.


 


El primero es sin ninguna duda el establecimiento el Io de agosto de un pliego de 21 reivindicaciones, encabezadas por la de formar '‘sindicatos libres, independientes de los partidos y los empleadores”. Y a continuación “el respeto del derecho de huelga y de la seguridad de los huelguistas y de quienes los apoyan”, luego la libertad de expresión y de organización, la liberación de los presos políticos, la veracidad en la informa» ción del país, la participación de la clase obrera en las decisiones económicas, el pago de los días de huelga y la escala móvil de los salarios, la abolición de los privilegios de la burocracia y particularmente de los comercios especiales, el mejoramiento de las condiciones de trabajo, de sanidad, de las facilidades para las mujeres trabajadoras, para finalmente abordar las cuestiones de alojamiento, transporte y descanso semanal.


 


Al leer el pliego de reivindicaciones del MKS, se impone subrayar dos puntos: ante todo, la reivindicación de que baje el precio de la carne y que suban los salarios, desencadenante del movimiento huelguístico en Polonia, ni aparece. En efecto, esta reivindicación es considerada como tan evidente por los huelguistas, y tan fácil e inmediatamente aceptada por las autoridades, que no es necesario mencionarla, perdiendo toda actualidad. El segundo punto es que este pliego tiene todo el carácter de una carta de reivindicación nacional, cuyos artículos iniciales están constituidos por las reivindicaciones políticas todos. Recordemos no obstante los fenómenos más importantes.


 


El primero es sin ninguna duda el establecimiento el 1° de agosto de un pliego de 21 reivindicaciones, encabezadas por la de formar "sindicatos libres, independientes de los partidos y los empleadores”. Y a continuación "el respeto del derecho de huelga y de la seguridad de los huelguistas y de quienes los apoyan", luego la libertad de expresión y de organización, la liberación de los presos políticos, la veracidad en la información del país, la participación de la clase obrera en las decisiones económicas, el pago de los días de huelga y la escala móvil de los salarios, la abolición de los privilegios de la burocracia y particularmente de los comercios especiales, el mejoramiento de las condiciones de trabajo, de sanidad, de las facilidades para las mujeres trabajadoras, para finalmente abordar las cuestiones de alojamiento, transporte y descanso semanal.


 


Al leer el pliego de reivindicaciones del MKS, se impone subrayar dos puntos: ante todo, la reivindicación de que baje el precio de la carne y que suban los salarios, desencadenante del movimiento huelguístico en Polonia, ni aparece. En efecto, esta reivindicación es considerada como tan evidente por los huelguistas, y tan fácil e inmediatamente aceptada por las autoridades, que no es necesario mencionarla, perdiendo toda actualidad. El segundo punto es que este pliego tiene todo el carácter de una carta de reivindicación nacional, cuyos artículos iniciales están constituidos por las reivindicaciones políticas de tono general y que tocan los problemas fundamentales de los estados obreros deformados: la democracia obrera, la abolición de los privilegios de la casta burocrática y las libertades democráticas. Finalmente y sobre todo, esta Carta no retoma ninguna de las reivindicaciones sociales de la pequeño burguesía urbana o rural y no pone en cuestión de ninguna manera el principio de la propiedad estatal de los principales medios de producción y la planificación de la economía. Esta carta del MKS de Gdansk va a servir de punto de referencia para todo el movimiento obrero polaco que, cobrando confianza y luego de las primeras victorias, va todavía a afirmarla y mejorarla. Su elaboración, la lucha sin flaquezas de la clase obrera polaca en pos de su realización, son una confirmación brillante de las consignas elaboradas por Trotsky en el Programa de Transición referentes a las tareas de nuestra época en la URSS y en los estados obreros deformados:


 


"El nuevo auge de la revolución en la URSS comenzará, sin ninguna duda, bajo la bandera de la LUCHA CONTRA LA DESIGUALDAD SOCIAL Y LA OPRESION POLITICA. ¡Abajo los privilegios de la burocracia!


¡Abajo el stajanovismo! ¡Abajo la aristocracia soviética con sus grados y condecoraciones! ¡Más igualdad en el salario de todas las formas de trabajo!


 


“La lucha por la libertad de los sindicatos y los Comités de Fábrica, por la libertad de reunión y de prensa, se desarrollará en la lucha por el renacimiento y regeneración de la DEMOCRACIA SOVIETICA."


 


En segundo lugar, estas tres semanas se caracterizan por la afirmación serena y creciente de la voluntad obrera de no ceder ni una pulgada en las cuestiones esenciales, ante la actitud anárquica, desamparada y temerosa de la burocracia.


 


Casi desde el comienzo, en todo caso a un mes del desencadenamiento del movimiento en Gdansk, la burocracia polaca, había ya hecho uso de su arma suprema: la intimidación con la amenaza de una intervención soviética. Desde el 15 de julio, el buró político recordaba sobre las huelgas que "por su naturaleza iban a despertar la inquietud de los amigos de Polonia". Estas amenazas reiteradas encubiertamente por Babiuch y luego Gierek surtirán tanto efecto como un petardo mojado, a pesar del formidable apoyo que le procurarán la prensa y los otros grandes medios de información de los países occidentales que no van a cesar durante todo el tiempo de invocar una posible intervención inmediata del Ejército Rojo. Luego de haber intentado sin ningún resultado usar el cañón, la burocracia no tendrá otra opción que retroceder, batiéndose con el fusil, luego con revólver y más tarde con cuchillo, para finalmente, desarmada y con las manos vacías, "firmar" y acordar a los huelguistas todas sus reivindicaciones. Nada logrará doblegar a los obreros. Ni la remoción del primer negociador, T. Pyka, y su reemplazo por el vice-primer ministro Jagielski. Ni el anuncio hecho por Gierek sobre la “desburocratización” de los sindicatos oficiales para una “defensa auténtica de los intereses de los trabajadores” (Ningún obrero polaco lo cree. Por otra parte, el discurso por televisión de Gierek es recibido con una indiferencia general en el seno de la clase obrera. El enviado del periódico de los stalinistas franceses “L’Humanité”, por el contrario, escribe al día siguiente que "los conceptos del primer secretario han sido en conjunto bien recibidos por la población”!). Ni el desplazamiento de Babiuch, ni las purgas en la cúspide, ni la remoción del presidente de los sindicatos oficiales, Szydlak, ni aún el fantástico apoyo dado a la burocracia por el clero, quien el 21 de agosto leerá en todas las iglesias de Polonia, y en Gdansk en particular por boca del obispo Kaezmarek una homilía del cardenal primado de Polonia llamando a los huelguistas a volver al trabajo, y quien pondrá en el primer plano al mismo cardenal Wiszynski que el 26 va a pronunciar ante 300.000 campesinos un vibrante llamado al sacrosanto respeto a la familia y al trabajo y… al cese inmediato de la huelga. Pero nada se conseguirá. La burocracia se verá obligada a aceptar lo inaceptable. Jagielski y su par Barcilowski, después de haber reconocido la representatividad del MKS cediendo a su reclamo de venir a negociar en sus locales, deberán en Sczeczin entablar las negociaciones sobre la base de la carta de reivindicaciones establecida por los huelguistas garantizando desde el inicio el reconocimiento del derecho de huelga y la garantía de no represalias contra los huelguistas.


 


Durante una semana, los negociadores gubernamentales intentarán todavía desviar las negociaciones, aplazándola en múltiples encuentros. Pero el 28, toda la situación se define: al unísono, entran en huelga las acerías de Nowa Huta todos los mineros silesianos del carbón. A partir de este momento, la vanguardia del movimiento en el litoral báltico no está aislada, los grandes batallones de la clase se han puesto en marcha. Ahora, todo va a acelerarse. Lleno de pánico Jagielski, por propia iniciativa o por orden de sus mandatarios, no se sabe muy bien quién, en la cúspide dl aparato, toma las decisiones, Jagielski entonces propone esa misma tarde un “trato” al MKS de Gdansk y el resto de Polonia como contrapartida de un llamado de MKS a la vuelta al trabajo en lo que otras regiones además del litoral. Si bien una parte del MKS y en particular Walesa mismo, alarmado por la amplitud de un movimiento cuyas dimensiones nacionales lo superan, parece favorable a la propuesta, ésta es rápidamente dejada de lado dada su flagrante ineficacia ante la profundidad y la potencia del movimiento de Silesia, que tiene las riendas de toda la producción energética de Polonia. En dos días, la clase obrera lleva la ofensiva. El día 30 por la mañana, la radio de Sczeczin anuncia la firma de un acuerdo entre el vice-primer ministro Barcikowski y el MKS local reconociendo el derecho de constituir un sindicato “independiente y autogestionado”.


 


Dos horas más tarde, se anuncia un acuerdo sobre idénticas bases en Gdansk. Esa misma tarde, el pleno del Comité Central del POUP se reúne de urgencia y ratifica los acuerdos. Al día siguiente, delante de todos los delegados obreros del MKS que en ese momento agrupa a centenares de empresas, delante de todos los observadores enviados por los huelguistas de todo el país, delante de las cámaras de la televisión que muestran las imágenes de la “ceremonia" a todo el país, Jagielski pone su rúbrica el pie del texto de los acuerdos.


 


“La huelga se acabó", declara Walesa. “Todo ha concluido", gritan al unísono burgueses y stalinistas. Por el contrario, todo comenzaba. Manteniendo su huelga, los mineros de Silesia obtienen el 3 de septiembre aún más reivindicaciones que las arrancadas en el litoral báltico, y entre otras: la remoción de una serie de burócratas y funcionarios “sindicales” locales, un mejoramiento sustancial de las condiciones de trabajo (la cesación de hecho del stajanovismo) y, sobre todo, la supresión lisa y llana de los "sindicatos" oficiales y la puesta de sus locales a disposición de los nuevos delegados electos por lo obreros. En la mina de Jastrzebié, el corresponsal de Le Monde (5/9/ 80) pregunta a los obreros: “¿y si algunos mineros desearan seguir siendo miembros del sindicato oficial?” Respuesta: “No hay tal clase de mineros. Si los sindicatos oficiales quedan en pie, eso va a permitir todo tipo de maniobras. Con los sindicatos libres, podremos elegir democráticamente a los responsables y cambiarlos cuando sea necesario”. En tres breves frases, se expresa aquí todo el grado de organización y de conciencia alcanzado por la clase obrera polaca y su vanguardia, reencontrándose con la lógica política y el contenido histórico del movimiento obrero moderno: los consejos obreros, los soviets.


 


En momentos en que se escribe este artículo, cuando apenas han pasado 10 días, toda Polonia se ha cubierto de Comités por la creación de sindicatos libres. Detrás del proletariado industrial que dirigió toda la lucha, es ahora el conjunto de los asalariados que se están organizando: los diferentes servicios públicos, los docentes y otros trabajadores intelectuales. El 13 de septiembre por la tarde, la radio francesa anunciaba que los obreros agrícolas de las granjas estatales se habían organizado en Comité independiente, demostrando así la profundidad de un movimiento que arrastra a las capas más alejadas y despojadas de tradición de combate de la clase obrera Sin lugar a dudas, la tendencia dominante en el seno de la clase obrera polaca es hacia la unificación y centralización de los sindicatos libres. Para lograrlo, ésta deberá sortear los obstáculos que le antepondrán la burocracia y sus aliados. En Polonia la constitución de un Sindicato Libre de los Trabajadores unificado a escala nacional está a la orden del día.


 


Primeras enseñanzas y perspectivas


 


Si aún es demasiado temprano como para sacar un balance del “verano polaco”, más aún que la revolución política no hace sino comenzar, es sin embargo necesario que la IV Internacional y aquéllos que luchan por su reconstrucción saquen las primeras enseñanzas a fin de tener una perspectiva clara de coyuntura próxima y de las tareas a que se enfrentará el proletariado Porque todos son conscientes, los gobiernos imperialistas y las burocracias stalinistas en primer término, de que el listas y que revolución política en Polonia no es un problema únicamente polaco, sino que está amenazando todo el equilibrio político existente desde hace 35 años en Europa, y a partir de allí, a escala mundial. El “verano polaco” es un acontecimiento de importancia a la vez histórica y mundial, y sus consecuencias pueden significar un cambio en la relación de fuerzas entre el imperialismo y el proletariado internacional, extirpando de su cuerpo definitivamente el cáncer stalinista que lo corroe desde hace medio siglo.


 


La principal característica del movimiento emprendido por los obreros polacos ha sido sin ninguna duda su independencia política frente a la burocracia y al partido stalinista en el poder en conjunto. He ahí la gran diferencia entre el desarrollo de la revolución política en la Polonia de 1980 y sus predecesores: Polonia y Hungría 56, Checoslovaquia 68 y, en un grado menor, Polonia 70. En cada uno de estos casos, se encontró una fracción del aparato que pudo obtener el apoyo de la clase obrera, atrayéndola para sí y controlando las aspiraciones e ilusiones de las masas. Sin duda que Gomulka en 1956 y Gierek en 1970 fueron buenos y leales servidores de sus amos del Kremlin, lo que explica su llegada y permanencia en el poder con el apoyo del aparato internacional, a diferencia de Imre Nagy en Hungría y de Dubchek que se deslizaron en una pendiente centrista de ruptura parcial con este aparato, terminando uno en la horca y el otro en el aislamiento. Pero, en estos cuatro casos, el movimiento de masas abrigo siempre grandes ilusiones en la posibilidad de que el partido comunista en el poder, o una parte del PC, se pasara de su lado, es decir, en una posible autoreforma de la burocracia stalinista. Esta vez, en ningún momento ha sido éste el caso. "Le Monde” del 26 de agosto de 1980 cita las palabras de un obrero:


 


“En 1956, recibí con entusiasmo la llegada de Gomulka. Fui engañado. En 1970, recibí con esperanza la de Gierek. Fui engañado. Hoy yo no tengo más confianza que en nosotros mismos, en nuestra fuerza…”


 


Y el enviado del diario comenta:


 


“Todos tienen la misma actitud, Han escuchado a Gierek, por otra parte, por distracción, quieren un sindicato de ellos, independiente: un poco de contra-poder. No es que se esté contra el partido, es más profundo: nadie le presta atención, nada se espera de él, su vida interna le atañe a él solamente. ” (subrayado nuestro).


 


He ahí la diferencia esencial, cualitativa, con todos los movimientos anteriores de revolución política en Europa del Este. Esta vez, no se espera nada del partido, de ninguna de sus fracciones. La clase obrera nada puede obtener de los autodenominados "liberales” y otros “modernistas”. Esta vez el choque es frontal, neto, sin equívocos: la clase obrera contra la burocracia. Sin lugar a dudas, la lección de las experiencias precedentes ha sido conscientemente asimilada, y su traducción a la práctica fue inmediata desde el inicio del movimiento.


 


Lech Walesa y a continuación los representantes del KOR, han repetido incansablemente: "nosotros no hacemos política, somos sindicalistas y no deseamos más que obtener la creación de un sindicato Ubre”.


Hay en esta actitud dos aspectos diferentes: uno, táctico ante el poder burocrático; pero el otro, el más esencial, se corresponde con el hecho de que, como se da generalmente en las primeras fases de un movimiento revolucionario, la masa obrera está ella misma mucho más avanzada que sus dirigentes.


Repetidas veces, los dirigentes de los huelguistas y los del KOR se mostraron amedrentados por la amplitud y los “riesgos” del movimiento, Personas como Michnik o Pomian han declarado más de una vez que hacía falta dar pruebas de moderación y saber limitarse a sí mismos, llegando Michnik a declarar, al día siguiente de la firma de los a-cuerdos de Gdansk, que estaba sorprendido por la victoria conseguida por los obreros. Para estos últimos, en efecto, estaba claro que al declarar “no hacer política”… decían eso y nada más. Al luchar por sus sindicatos libres, ellos luchaban por "un poco de contra-poder”. Como el apetito viene comiendo y la confianza en sí viene con la victoria, es evidente que, con el despliegue de Comités de Sindicatos Libres por toda Polonia, éstos, aún sin llamarse formalmente “partido”, no podrán menos que jugar cada vez más de hecho el rol político de un partido de la clase obrera que defiende sus intereses.


 


“Pero, de vuelta en Silesia, en la mina del Treintanario''. Un miembro “sin partido” del comité de huelga:


 


"Queremos mejorar las cosas. Los sindicatos independientes jugarán el rol del partido de oposición que no existe en Polonia y crearán una libre competencia entre dos representaciones.


 


Ignora aparentemente que está precisamente allí el vínculo con el poder, quien ha obtenido, de los huelguistas de Gdansk el compromiso de que los sindicatos no intentarán jamás jugar el rol de un partido”. Escribe el corresponsal de Le Monde (5/9/80).


 


Nosotros creemos estar en condiciones de tranquilizarlo: "aparentemente”, el delegado minero que él reportea sabe “precisamente” que está allí “el vínculo con el poder”, pero sabe también, porque la experiencia se lo ha enseñado y porque conoce suficientemente bien a la burocracia, sus maniobras y sus intereses, que todo es política, que la lucha contra la burocracia es política bajo cualquier forma que adopte, que él tiene necesidad de su propia expresión política si quiere avanzar y consolidar sus conquistas actuales.


 


El movimiento emprendido por el proletariado no podrá ser congelado en su situación actual. Si la revolución política apenas ha comenzado y si los grandes enfrentamientos aún no se desarrollaron, es por una razón muy sencilla: ninguna “libre competencia" puede existir entre la burocracia stalinista en el poder y los delegados electos por la clase obrera. Lo deseen o no, los nuevos sindicatos libres se verán presionados por la fuerza de las circunstancias a adoptar un carácter cada vez más político. O bien se orientarán hacia la confrontación política abierta con la burocracia stalinista, o bien ésta, de una manera o de otra, logrará quebrarlos, bajo la forma en que esto se de la lógica política de la lucha de clases en Polonia se dirige desde ahora hacia su punto culminante: sea la victoria de los obreros y la revolución política, preludio de la revolución política en todos los estados obreros degenerados y deformados, sea la victoria de la contrarrevolución stalinista.


 


La tercera enseñanza del “verano polaco” que salta a la vista se manifiesta bajo un doble aspecto, cuyas dos caras están indisolublemente ligadas una a la otra: por un lado, en ningún momento ha cuestionado la clase obrera el carácter social de clase del estado polaco y, por el otro, detrás de la apariencia de una inconmovible estabilidad, la burocracia se mostró como lo que realmente es -una casta privilegiada de carácter históricamente transitorio.


 


En lo que respecta a la fidelidad del proletariado hacia sus conquistas y en primer lugar al carácter de clase del estado y la expropiación del gran capital bancario, industrial y terrateniente de Polonia, las declaraciones tanto de los dirigentes como de los militantes huelguistas, no ha habido flaquezas.


 


Le Monde cita las reflexiones hechas por los obreros de Silesia ante su corresponsal:


 


Como decía Lenin, que no era ningún idiota, el objetivo es darle el poder a la clase obrera. Por mi parte, yo no quiero comprarme un Mercedes ni aún un Volkswagen, sino que las mujeres de los huelguistas no tengan que hacer más cola delante de comercios y que la gente viva correctamente”.


 


Y también:


 


“Nosotros no estamos contra el socialismo: queremos que Polonia se quede como está, que el partido haga lo que tenga que hacer en su terreno pero que tengamos la posibilidad nosotros mismos de ocuparnos, como sindicatos, de nuestros asuntos”.


 


Y finalmente otro, un miembro del comité de huelga de la mina Treintenario:


 


“El sistema como tal es el mejor que uno pueda imaginar. Pero hace falta cambiar el modo en que se ejerce el poder y que los que tienen cuentas en Occidente dejen de enriquecerse y comiencen a reflexionar sobré lo que el país debería ser  (Le Monde, 5/9/80).


 


En cuanto a la burocracia, la manera en que pudo cambiar y transformar en un santiamén no sólo su personal político sino sobre todo una parte de sus propios miembros en ejercicio de funciones económicas allí donde eran impugnados prueba por sí sola que no es una clase poseedora de la industria y los servicios a título privado, sino una casta parasitaria que no puede subsistir más que en una situación donde, en ausencia de la burguesía, la clase obrera está privada del poder político y del gobierno del aparato productivo. El pronóstico de Trotsky sobre la total inviabilidad de esta casta fue ampliamente verificado durante el “verano polaco” y va a serlo aún más con toda seguridad en el período que se abre.


En efecto, ella no puede continuar mucho tiempo más acordando concesiones a la clase obrera sin arriesgarse a que esta última sobrepase lisa y llanamente su poder y lo capture. Al mismo tiempo, la burocracia no puede apoyarse en las fuerzas burguesas y pequeño burguesas del interior y del exterior para resistir el avance del movimiento obrero sin dar un redoblado impulso a los elementos restauracionistas capitalistas, cuyo desarrollo ulterior es también una amenaza directa contra la perdurabilidad de su régimen y que no lo han apoyado a fondo y particular la Iglesia Católica- más que coyunturalmente estas condiciones, la casta burocrática no puede en las situaciones de crisis sino tender a fisurarse y marchar hacia su propio estallido, lo que ya se manifestó durante los dos últimos meses y se irá reforzando en el período que se abre. La eliminación de Babiuch después de la del propio Gierek, acompañadas por una sucesión de purgas internas, son los primeros signos de este fenómeno.


 


“En el pleno del sábado del Comité Central, que dio la luz verde a la firma de los acuerdos de Gdansk, al no tener otra política para proponer, nadie se opuso abiertamente a las concesiones hechas a los obreros. Pero las reticencias evidentes o perceptibles eran muy fuertes, y la partida fue difícil para los hombres que impusieron el diálogo. Aún en el seno de estos hombres y quienes los apoyaron, la unanimidad está lejos de ser total, entre aquéllos que ven en el compromiso un retroceso táctico y necesario para salvar lo esencial y los que, en grados muy diversos, están dispuestos a jugar la carta del ímpetu que subleva al país" (Le Monde, 5/9/80).


 


Tal es la situación actual. Sin duda, una tendencia puede desgajarse del seno mismo de la burocracia para “jugar la carta del ímpetu que subleva al país". Pero ésta no puede ser sino minoritaria. Poniendo a Kania a la cabeza del Partido, la burocracia mostró cuál es hoy la tendencia mayoritaria. Kania es el hombre vinculado a la KGB, responsable en el anterior Buró Político por el ejército y la policía política. Si logra en una primera etapa controlar la crisis, aunque sea en forma efímera, la tendencia más izquierdista del aparato será la primera en ser reprimida, como fue el caso en 1957 con Gomulka. De todas maneras, Kania va a desarrollar su acción, sin ninguna duda, según cuatro ejes:


 


a) restablecer al máximo la confianza interna y el equilibrio del aparato duramente golpeado, a lo que se halla dedicado y que primero encaró;


 


b) socialmente, apoyarse cada vez más en las otras clases de la población en relación al proletariado, en particular el campesinado y la pequeño burguesía urbana, medianamente acomodados;


 


c) hacer todo lo posible para retacear las conquistas de la clase obrera: tratar de limitar las prerrogativas de los sindicatos libres, comprar a sus dirigentes, sobornar a sus mejores militantes, con el objetivo de arribar en una segunda etapa a la represión abierta contra ellos;


 


d) al mismo tiempo, preparar el baño de sangre, la guerra contra el proletariado si no quedara otra solución.


 


De todas maneras, entre estos objetivos del aparato de realización hay un obstáculo de envergadura que se llama clase obrera. Esta es hoy el elemento más dinámico de toda la sociedad, el que más confianza tiene en sus propias fuerzas. Y la burocracia actualmente no tiene otra opción más que pagar el precio de su derrota, un precio que, tanto en el plano político como en el económico, es extremadamente caro. Para mantener su régimen, la burocracia ha tenido que aceptar de todo: el congelamiento de los precios, el aumento de salarios, mejores condiciones de trabajo. Si bien los gobiernos y los grandes bancos imperialistas han acudido a socorrerla desbloqueando los créditos y la entrega de productos de primera necesidad (lo que no puede sino agrandar aún más la deuda exterior de Polonia en la misma proporción), las conquistas obtenidas en el campo de batalla por el proletariado no pueden sino significar para la burocracia una limitación de sus privilegios y una acrecentamiento de las dificultades económicas, lo que equivale a un formidable factor de agravamiento de la crisis actual.


 


Un factor determinante en el desarrollo ulterior de la situación polaca lo constituyen los límites actuales, en el plano político, del movimiento obrero y, más específicamente, de su dirección. El límite principal es la ilusión de la posibilidad de una “coexistencia” entre la burocracia en el poder y un movimiento obrero organizado: “que el partido haga lo que tenga que hacer en su terreno pero que tengamos la posibilidad nosotros mismos de ocuparnos, como sindicatos, de nuestros asuntos”, como lo expresaron los obreros de Silesia. Está claro que cuando más vaya creciendo el enfrentamiento, más se disipará esta ilusión. Pero hoy le da al aparato la principal oportunidad para desviar el movimiento emprendido por la clase obrera para hacerlo retroceder con maniobras. A pesar de su formidable poderío, la clase obrera polaca no se ha liberado aún de las consecuencias de 35 años de dominación stalinista. Además la crisis que atraviesa la IV Internacional después de una generación debe ser absolutamente tomada en consideración al analizar las debilidades actuales de la dirección obrera en Polonia La evolución de un Jacek Kuron, fundador y principal dirigente del KOR, es significativa a este respecto: hace quince años en su “Carta Abierta al Partido Obrero Polaco", redactada en común con Modzelewski, Kuron se acercaba a las posiciones del trotskismo acerca de la naturaleza de los estados obreros deformados y las tareas políticas que se derivan de ello Hoy Modzelewski se plegó al catolicismo y Kuron está él mismo mucho más cerca de las posiciones de reforma de la burocracia. Junto con JCichnik, se mostró muy moderado luego del comienzo de la crisis, mucho más que la masa obrera, y después de ser liberado de la prisión al día siguiente de los acuerdos de Gdansk, sin por ello acordar un crédito absoluto a la burocracia, se convirtió en el vocero de las tendencias “sindicalistas-apolíticas alentando la esperanza en una posible “coexistencia pacífica entre los sindicatos “que no se dedicarán a la política y la burocracia en el poder.


 


“Sindicalistas-apolíticos”, “demócratas-liberales”, católicos, tales son los obstáculos que se oponen a la evolución de la clase obrera hacia la construcción de una dirección revolucionaria y la victo na de la revolución política. Hasta el presente, éstos han sido totalmente desbordados, sobrepasados por el movimiento proletario. En ningún momento han estado en condiciones de pretender su dirección. A pesar de la campaña de intoxicación e os grandes medios de prensa burgueses que intentaban demostrar que las masas obreras eran impulsadas ante todo por motivos religiosos y ligadas al clero, pronto se comprobó que la Iglesia era incapaz de hacer volver al trabajo a los huelguistas a pesar de su firme voluntad al respecto. Después de la homilía pronunciada por el obispo Kaczmerek, los hueleguistas de Gdansk le contestarán: “que él se ocupe de Dios, que de la huelga nos ocuparemos nosotros”. El llamado del cardenal Wiszynski chocará contra un muro de indiferencia.


 


Mientras tanto, la victoria de la clase obrera implica un formidable salto adelante para las libertades políticas en Polonia. El avance de la revolución política significa en efecto la liquidación de los instrumentos de la dictadura burocrática, la abolición de la represión bajo todos sus aspectos y en primer lugar de la censura la democracia obrera y el derecho de expresión, de publicación y de organización política. Es sobre la base de todas las conquistas democráticas ya obtenidas por el proletariado que todas las tendencias que mañana serán un obstáculo para victoria de la revolución política van hoy a organizarse. Ellas aparecieron ya y van sin dudarlo a tomar envergadura en la fase venidera, beneficiándose con la libertad lítica parcial reconquistada por las masas y apoyándose en las ilusiones existentes entre ellas de lograr sus propios objetivos De todas las tendencias que aparecen y que van a aparecer la jerarquía católica representa el peligro más grave para la clase obrera. Con los campesinos privados, la pequeño  burguesía y hasta con cierta parte de la burocracia como base de apoyo social, la Iglesia es hoy en Polonia el Partido organizado de la contrarrevolución burguesa. Con una demagogia d de se mezclan democratismo y nacionalismo polaco (muy poderoso en el país, incluyendo a la clase obrera, en particular resto de los rusos, dado el sometimiento de Polonia a los intereses de Moscú), la Iglesia va a querer utilizar las reales aspiraciones de la clase obrera por la democracia política y la independencia nacional como palanca para la realización de sus propios intereses totalmente antagónicos a los del proletariado. La actitud de un Walesa poniendo un crucifijo sobre su escritorio en los locales del sindicato libre de Gdansk -aún en caso que la prensa burguesa haya inflado esta actitud en comparación con la influencia real de la Iglesia sobre la dirección del movimiento a escala nacional— es a este respecto sintomática de los peligros que por parte del clero acechan la futura independencia del movimiento.


 


El comienzo de la revolución política en Polonia no sólo ha demostrado la debilidad de la burocracia stalinista local sino que permitió comprobar la debilidad política manifiesta tanto del aparato internacional del Kremlin como del imperialismo y la fuerza del proletariado mundial.


 


La rapidez con la que se constituyó un verdadero bloque entre el imperialismo, Washington y Bonn a la cabeza, y el Kremlin, con el apoyo del santo padre romano que daba sus directivas a la jerarquía católica polaca, ha sido pasmosa. En ningún momento el imperialismo estuvo en condición de sacar algún beneficio político de las dificultades-de la burocracia en Polonia. Al contrario, desde el primer instante manifestó su inquietud, que fue creciendo a medida que se extendía el movimiento de la clase obrera, y sus llamados a la mesura, depositando toda su confianza en el aparato stalinista para disolver la crisis. El New York Times del 1° de septiembre de 1980 decía: “hubo gran sorpresa aquí respecto de la moderación con la que los Estados Unidos han respondido ante los acontecimientos en Polonia, a pesar de que la campaña electoral está en su apogeo”, agregando: “los trabajadores polacos reclaman ‘más socialismo’, siendo Occidente y en particular los Estados Unidos que han en cierta forma ‘exportado’ su recesión y su inflación a Polonia: a través del creciente intercambio con este país”. Como decía el diario Matin de Paris (30/8), “Occidente está dispuesto a pagar la cuenta, Jimmy Cárter y Helmuth Schmidt lo han hecho saber, probablemente en la preocupación de que se apacigüe la crisis actual. El canciller Schmidt, después de haberse declarado ‘enteramente de acuerdo’ con Cárter, estimó que la ayuda económica a Polonia era indispensable ‘por razones políticas’ ”. Desde comienzos de agosto, Bonn movilizó 25 bancos oeste-alemanes para acelerar una ayuda de 1.200 millones de marcos alemanes para el gobierno de Varsovia, e “intentó convencer a los Estados Unidos para que movilice sumas importantes, tres veces y media superiores” (Les Echos, 5/9/80). Al mismo tiempo, Bonn participaba de la iniciativa referente a montar un consorcio europeo de bancos con la finalidad de acordar un crédito suplementario de 325 millones de dólares a Varsovia. “Le Monde" del 3 de septiembre dice: “M. Chylinski, el embajador polaco en Bonn, habría manifestado, sino reconocimiento, al menos la satisfacción del gobierno de Varsovia ante la actitud adoptada por las autoridades de Alemania Occidental durante la crisis que Polonia acaba de atravesar. Se ha sabido que en esta ocasión el embajador polaco mantuvo contactos permanentes con el gobierno de Bonn durante todo el transcurso de la huelga en Gdansk y que se entrevistó con Schmidt”. ¿Se puede ser más claro? Esta actitud del imperialismo se materializó en forma evidente con la posición adoptada luego del pedido realizado por el embajador polaco ante el ministerio de agricultura norteamericano de un aumento de los créditos cerealeros de 550 a 670 millones de dólares. El 29 de agosto, el Herald Tribune decía que “medios autorizados del Departamento de Estado anunciaron que este requerimiento será tratado con actitud favorable”. Ante algunos titubeos por parte del Congreso, Muskie, el secretario de estado, declaró que "los EEUU no deben poner en peligro sus relaciones económicas con Polonia” (Financial Times, 8/9), presionando, por el contrario, para liberar los créditos agrícolas lo más pronto posible. Mientras tanto, habiendo aprobado la dirección de los sindicatos norteamericanos en principio una primera ayuda de 250000 dólares a los sindicatos libres polacos, Muskie declaró estar “desconsolado” con esta decisión e hizo presión de inmediato sobre la AFL-CIO para que sea anulada! En tanto Cárter enviaba una carta a principios de septiembre a todos los dirigentes de las grandes potencias europeas para presionarlas en el sentido de acrecentar su ayuda financiera y material al gobierno polaco, en tanto esta ayuda alcanza ya miles de millones de dólares, Muskie se


subleva contra una donación de 25.000 dólares solamente para los nuevos sindicatos libres.


 


Así, en la crisis actual, y tomando en cuenta la relación continuación, fundamentalmente los de Alemania Oriental y Checoslovaquia, se empezaron a escuchar otros tonos de voz al respecto. A comienzos de septiembre, el diario oficial del partido rumano, “Scinteia”, decía: “lo que pasó en Polonia bien podría pasar también en otros países”. Hay que agregar que el 29 de agosto, un grupo de firmantes rumanos de la Carta 77 debió ser impedido por la fuerza de presentarse en Polonia para manifestar su apoyo a los huelguistas. Durante el congreso de los “consejos populares”, en su discurso de cierre el 12 de septiembre, Ceaucescu afirmaba que el partido debía liquidar "las contradicciones que se siguen manifestando en las condiciones de existencia del socialismo” y pretendía que en el último período el Partido había “impuesto reducciones a los miembros rentados quienes por vía de la acumulación se benefician con ingresos excesivos". Conociendo las riquezas fabulosas, acumuladas por la familia Ceaucescu, uno podría reírse. Pero lo importante no está ahí: lo importante es que los burócratas del Este temen todos un rápido contagio del “verano polaco” en su propio país. Por eso tratan de tomar la delantera, anunciando reformas y disminución de los privilegios, predicando la “concertación”. La misma “Pravda” del 15 de septiembre, sin hacer ninguna referencia a los acontecimientos polacos, criticaba de pronto en su editorial: “los responsables en la URSS que ignoran la opinión de los obreros y rechazan discutir con ellos francamente los problemas de la empresa”. Siendo que en todas partes, y en particular en el seno de la clase obrera, la burocracia stalinista impone la obsecuencia, la sumisión a los superiores jerárquicos y la delación ¡veámosla como bruscamente es abrazada por el deseo de ''discutir francamente” con los obreros!


 


Este "deseo" no es otra cosa que el miedo visceral de la burocracia que detenta el poder en los estados obreros degenerados y deformados de asistir a un estallido del proletariado que la hará volar en pedazos.


Como hemos visto, numerosos indicios van en esta dirección, aunque todavía latentes y aislados. La movilización del proletariado polaco no puede sino imprimir un enorme impulso en este sentido para todos los países del Este y la URSS. No es un secreto para nadie que los obreros y los intelectuales de toda Europa del Este están desde hace tres meses pegados a sus radios, ávidos de toda información suplementaria sobre lo que pasa en Polonia. En efecto se trata de millones de hombres y mujeres de los que la burocracia sabe bien que no esperan más que la primera ocasión favorable para aprovecharla y emprender el camino de la revolución. He ahí su dilema y la más grande amenaza que tiene que enfrentar.


 


Ante esta amenaza mortal para ella, la burocracia sabe conscientemente que la utilización del arma última, la represión militar, el uso de la fuerza bruta, implica un enorme riesgo. Indiscutiblemente, si la burocracia soviética no intervino militarmente durante el “verano polaco”, no ha sido por la falta de medios militares, entiéndase bien, sino por debilidad política. Y cuanto más pasa el tiempo, mayor es la envergadura de la movilización de masas, y cuanto más se acumulan las dificultades políticas para el Kremlin, mayores son los problemas que plantea una intervención militar para restablecer el orden burocrático en Polonia. Por supuesto que Moscú tiene en reserva la “solución” del baño de sangre. Sin embargo, los burócratas son conscientes de los riesgos en que incurrirían si lo usaran. Estos riesgos, esencialmente, son de dos órdenes:


 


a) que Polonia no sea Checoslovaquia, es decir, que una intervención soviética se enfrente con un levantamiento popular generalizado y que se abra una verdadera guerra civil en Polonia. La burocracia es incapaz de predecir cuál será el resultado de una eventualidad tal. Mientras se acumulan sus propios problemas internos, mientras su relación con el imperialismo atraviesa un brote de tensión, un levantamiento de la nación polaca, ubicándose una parte del ejército del lado de los insurgentes, sea bajo la dirección de la clase obrera o bajo la bandera del nacionalismo, amenaza con provocar una onda de choque en la misma URSS y en todos los países del Este, que podría ser el preludio de un hundimiento general de los regímenes burocráticos.


 


b) el segundo riesgo, en gran medida función de las dimensiones tomadas por el primero, es evidentemente un derrumbe de todo el aparato internacional del Kremlin. Sacudido, éste podría no sobrevivir luego de una intervención soviética y áreas enteras podrían desplomarse o aún volverse contra él.


 


Cuanto más se profundice el proceso revolucionario en Polonia, y cuanto más agudamente se plantee la posibilidad de una intervención militar soviética, cualquiera sea el resultado de esa eventual intervención, sus consecuencias serán enormes para el proletariado mundial y, sobre todo, el europeo. Su tarea inmediata es movilizarse, a través de sus organizaciones políticas y sindicales, por la defensa incondicional del proletariado polaco y sus conquistas, contra las amenazas que el imperialismo y la burocracia stalinista esgrimen sobre la prosecución de la Revolución Política y su victoria en Polonia. La TCI pone manos a la obra para organizar esta defensa y participar en la construcción de la dirección revolucionaria de la clase obrera polaca, única garantía de la victoria del socialismo.

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