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Polonia: Se cerró una etapa


Política Obrera N° 315


15 octubre 1980


 


En la última semana de agosto, el poderoso movimiento de huelgas y de ocupaciones de fábrica de la clase obrera polaca forzó a la burocracia en el poder a reconocer al Comité Interfábricas de Gdansk y de Sczezin, a levantar el bloqueo de las comunicaciones entre el Báltico y el resto del país y a firmar un acuerdo por el que reconoce el derecho a la formación de sindicatos independientes del aparato del Estado y del Partido Comunista.


 


Desde un punto de vista histórico, es decir, desde el punto de vista del movimiento de la clase obrera en su conjunto, en dirección a la revolución política, o sea, al derrocamiento de la burocracia contrarrevolucionaria y a la implantación de una democracia socialista, se trata de una victoria fundamental. Se ha impuesto, a la escala de la nación entera, el principio de la organización independiente del proletariado respecto al Estado totalitario y la expulsión de la burocracia de los sindicatos. Aplicando este principio consecuentemente, esto debe conducir a la expulsión de la burocracia del Estado.


 


Toda huelga que adquiere un carácter generalizado y consecuente plantea el problema del poder, pues significa que el antagonismo entre los explotados y los explotadores (o los burócratas) se ha transformado en efectivamente irreconciliable. La cuestión esencial en una situación de este tipo (cuando se plantea la cuestión del poder pero aún no una lucha directa por éste) no es simplemente imponer las reivindicaciones que dieron motivo a la huelga, por la simple razón de que el gobierno de tumo puede estar dispuesto a las más audaces concesiones, si ello le permite conservar las riendas del Estado. La cuestión esencial pasa por dotar al proletariado de una organización que termine con su atomización, su dispersión, su regimentación o su sometimiento a direcciones extrañas a sus intereses históricos, y que, de esta manera, lo yerga como un poder del Estado, abriendo paso a una siguiente etapa de lucha directa por el poder. La diferencia entre una victoria aparente y una victoria real reside en eso: en si el movimiento de combate ha llevado o no al proletariado a reestructurarse en torno a un nuevo eje; en si ha quebrado o no las fuerzas y direcciones que lo han frenado históricamente y que lo han desarticulado transitoriamente como clase revolucionaria. En junio y julio de 1975 la clase obrera argentina protagonizó todo un vasto movimiento de huelgas, que culminó en una huelga general y que impuso el 100 por ciento de las reivindicaciones planteadas, Ocho meses después los militares ejecutaban con toda facilidad el golpe militar. Este desarrollo se explica por el hecho de que la huelga de junio y julio no barrió con la burocracia peronista y no puso en pie una nueva dirección independiente que activamente organizara al proletariado con vistas a una lucha decisiva contra el Estado burgués.


 


El gobierno peronista cedió, incluso por la exigencia de las fuerzas armadas, para que la burocracia sindical no perdiera el control del movimiento obrero y, por esta vía, el Estado no perdiera el monopolio del poder.


 


Una experiencia de treinta años enseño a los obreros polacos que debían a-tacar la esencia del problema: primero, organizar en todos lados comités de huelga controlados por la base, sin dirigentes stalinistas y plantear la ruptura con el aparato sindical estatizado (lo que significa, en un principio, con el Estado staliniano) y plantear la organización de los sindicatos independientes. Con esto se ha cerrado una primera etapa, pues la coexistencia pacífica es imposible: o la burocracia stalinista destruye a las nuevas organizaciones obreras mediante la violencia y la corrupción, o éstas acaban con la burocracia usurpadora.


 


Los acontecimientos polacos importan un viraje histórico en el desarrollo de la revolución política en los Estados burocráticos. De un lado, retoman a una escala ampliada la tradición de las revueltas de Berlin Oriental (1953), Hungría (1956) y la misma Polonia (1956, 1970 1976) y el proletariado se pone en pie con organizaciones propias contra la burocracia. La diferencia con el pasado, sin embargo, reside en que el Kremlin no ha tenido ahora la fuerza para aplastar al movimiento obrero en su embrión, es decir, antes de que se propague nacionalmente, penetre en todas las fábricas del país, atraiga a sectores no obreros y se transforme en un poderoso movimiento de masas a escala de todo el país.


 


Los comentaristas de prensa, los políticos occidentales, los obispos y los charlatanes atribuyen este desarrollo a la "habilidad”, “prudencia” y “realismo” de los líderes como Walesa, o de los asesores católicos de éste. jQué va! No es en "habilidad” que se puede competir con el Kremlin; en realidad, este llamado “realismo” ha sido una traba para el movimiento huelguístico y está planteando formalmente una crisis de dirección. Lo que ha parado al Kremlin ha sido el vertiginoso movimiento hacia la huelga general, la desmoralización del aparato stalinista, la inseguridad respecto al ejército y la división en la alta cúpula stalinista. Lo que ha parado a los rusos ha sido su certeza de que Varsovia podía convertirse en un tyaterloo.


 


Las luces y sombras del acuerdo


 


Durante dos semanas el gobierno polaco hizo lo imposible por aislar y derrotar a los obreros del Báltico. ¿Qué fue lo que lo hizo venirse al mazo, reconocer al Comité de Huelga, discutir públicamente las 21 reivindicaciones y ceder luego en su negativa total a reconocer la posibilidad de sindicatos independientes?


 


La huelga general inminente. Hasta el 25 de agosto, los obreros en huelga eran entre 200 y 250.000; el 27 de agosto eran 500.000. Lk burocracia cede cuando comienzan a entrar en huelga los mineros de Silesia. Según el corresponsal del "Jornal do Brasil” en Gdansk, el buró político del partido stalinista decidió ceder cuando la huelga general abarcaba ya el 40 por ciento de todo el proletariado industrial (7/9). Lo que hizo aflojar a la burocracia fue la inminencia de una huelga general unánime, lo que hubiera implicado la formación de un Comité Nacional de Huelga y, por lo tanto, el acta de defunción inmediata de todas las organizaciones sindicales, sociales, estudiantiles y campesinas controladas por el partido stalinista.


 


Las negociaciones y el acuerdo tuvieron lugar en una situación de correlación de fuerzas favorable al Comité de Huelga. Sin embargo, el acuerdo no registra la rendición incondicional de la burocracia sino que presenta concesiones fabulosas a los stalinistas.


 


La primera concesión (punto B) es el reconocimiento del papel de liderazgo del PC en el Estado. Los charlatanes opinan que se trata de una concesión puramente literaria, pero no pueden explicar el empeño de los stalinista por arrancarla y la oposición de un vasto sector de activistas y obreros. Es que esta concesión le da al Estado el derecho a intervenir a los sindicatos donde entienda que no se cumple este requisito, y, todavía más, anula la decisión de los huelguistas de qué ningún dirigente stalinista o que haya pertenecido al aparato sindical o estatal, pueda afiliarse a los nuevos sindicatos. Se trata de una concesión de principios mayor, pues coloca a los nuevos sindicatos en una línea de cogestión económica con el poder, y no de estricta independencia política. Ninguna organización de trabajadores puede reconocer la supremacía' política del Estado que la oprime.


 


La importancia descomunal de esta concesión (todo el acuerdo es un sistema de concesiones a la burocracia, y no al revés, debido a que ésta ya no puede negar nada) se puso en evidencia recientemente, cuando el tribunal de Varsovia negó el registro a un conjunto de sindicatos, unos, porque no establecían en sus estatutos el rol dirigente del PC, otros, porque prohibían: a los burócratas el ingreso a los nuevos sindicatos; otra objeción es que los sindicatos no eran regionales (!!). Esta situación le da a la burocracia margen para maniobrar, dilatar e incluso dividir, mientras espera que la crisis social desprestigie a los sindicatos independientes.


 


Otro aspecto ligado al anterior es que el acuerdo, en lugar de determinar la prohibición de toda injerencia del Estado en los nuevos sindicatos, así como la recuperación incondicional para éstos de todas las obras sociales de los gremios, plantea que el gobierno se encarga de asegurar la independencia de los sindicatos en todos los niveles, es decir, se plantea de hecho su derecho a la injerencia ilimitada (punto B del acuerdo).


 


El acuerdo establece también que “el tamaño de los sindicatos (por ramas o territorial) y la representación de los trabajadores exige las apropiadas enmiendas legislativas” (punto C). Así, simplemente, queda dicho que el Estado es el que determinará la forma de organización sindical. También el derecho de huelga depende de una reglamentación legal, que definirá "las condiciones para decretar y organizar huelgas, métodos para resolver disputas y las responsabilidades para la violación de la ley” (punto G). El acuerdo mete a los sindicatos en el corcet del Estado totalitario. Igualmente la abolición de la censura y la libertad de comunicación esta sujeta a reglamentaciones por ley, lo que significa que el Estado no se ha comprometido a nada, mucho menos se ha golpeado el control de la burocracia sobre los medios de comunicación masivos.


 


El acta ni siquiera consagra el carácter nacional del acuerdo, lo que le ha dado a la burocracia un enorme margen para bloquear la formación de sindicatos en las fábricas que habían llegado a un menor nivel de movilización e, incluso, negar los aumentos salariales a una masa mayoritaria de trabajadores, que aún no habían ingresado al movimiento de huelgas o lo habían hecho hacia el final.


 


La verdadera naturaleza de este acuerdo se prueba en estos hechos; a) durante el mes siguiente al acuerdo, Polonia estuvo sacudida por huelgas, pues el acuerdo no zanjaba clara y definitivamente la aceptación de las famosas reivindicaciones para todo el país; el 20 de septiembre se registraban todavía huelgas en 16 localidades; b) cuarenta días después del acuerdo, el gobierno no ha legitimado ninguna de las conquistas obtenidas.


 


De esta manera, se puede constatar que todo el enorme avance del proletariado polaco es independiente del acta acuerdo; las conquistas son la organización de facto, en los lugares de trabajo y su coordinación regional y nacional El acuerdo va contra este movimiento, plantea enormes concesiones a la burocracia y, lo que es peor, fue firmado a las apuradas, al borde de una huelga general decisiva, o más precisamente, para evitar la huelga general.


 


El papel frenador de la dirección católica de Walesa


 


Hasta la primer semana posterior a la huelga en los astilleros del Báltico, se. puede decir que existió un frente único de hecho, por parte de todos los críticos de derecha, centro e izquierda, con el movimiento obrero. Esto era inevitable porque todo el mundo se daba cuenta que el régimen no podía seguir sin cambios y porque es obligado coquetear, en una cierta etapa, con las masas. Pero a partir de esta fecha se opera un cambio de frente de clericales, laicos, reformistas que, junto al gobierno, se alinean para impedir la huelga general “La sombra de la huelga general comienza a planear sobre Polonia” (advierte "Le Monde”, 2/8).


 


La primera gran manifestación de esto se ve en el pronunciamiento del cardenal primado Wiszynki, llamando a volver al trabajo. Paralelamente a esto comienza a moverse intensamente la corriente católica y reformista para lograr impedir la huelga general desde el propio Comité de Huelga del Báltico.


 


Esto se manifiesta en el nombramiento, por Walesa, de seis asesores para las negociaciones con el gobierno, todos intelectuales de extracción católica; no sólo esto, sino que también ocuparon funciones estatales hasta hace muy poco, o aún pertenecen a los institutos académicos del Estado. "La red de relaciones personales y académicas (de este sector católico) con el grupo liberal y reformista que ocupó posiciones de control en el CC del partido transformó la política polaca en un juego fascinante: a través de los intelectuales existe ahora una larga y curiosa cadena de relaciones entre el Comité de Huelga y las esferas más altas del POUP” ('. comunista) (“Jornal do Brasil”,26/8/80). Estos "asesores” fueron llevados con pasaje pago, por el gobierno, a Gdansk.


 


¿Cuál es la preocupación de estos “intelectuales"? "Estamos próximos a la catástrofe —dice J. Zablocki, diputado y jefe del grupo católico Zwak- por la intransigencia de las dos partes” (“Cbrriere della Sera", 30/8)» Es decir, que los asesores tenían que desarmar la intransigencia de la parte que representaban.


 


Se realizó un verdadero movimiento de expropiación de la dirección de la huelga. Según el diario brasileño, varios delegados le declararon que el acuerdo no fue mejor por culpa de los "intelectuales”, que les usurparon el control de las negociaciones (31/8).


 


Con este trabajo de pinzas entre (el gobierno y la fracción católica y reformista, se intentó que el Comité de Huelga y el gobierno emitieran una declaración conjunta, llamando a no proseguir las huelgas. El comité de huelgas se opuso, pero Walesa logró que se contrapropusiera hacer un llamado a parar las huelgas, pero sin el gobierno, y en el que se invitaba a formar comités.


 


El gobierno no aceptó para no sentar el precedente de los huelguistas usando la televisión, y por lo de los comités. Finalmente, Walesa hace ese llamamiento en su nombre (“Clarín" 29/8).


 


Esta claro que allí donde estaba toda la fuerza del movimiento, la huelga general, se aplicó la máxima presión antiobrera, y es como resultado de esto que sale el acuerdo mencionado.


 


La reacción del imperialismo no pudo ser más demostrativa. “La invitación de Lech Walesa a no extender las huelgas en Polonia fue recibida con alivio en Bonn’’ dice el “Corriere", (29/8). Y agrega. Fuerzas superiores empujan a los huelguistas a la moderación y a la prudencia, y a la autoridad al compromiso. Quizás, en las sombras, el propio Papa".


El acuerdo no fue fácil de imponer a los obreros. “Según APF – dice “Clarín” (31/08) – en el seno de los 800delegados reunidos en los astilleros Lenin se constituyó un movimiento radical que protestó expresamente contra esas decisiones” (reconocimiento del rol del partido, etc.). “En el Lenin encontramos un muro de intransigencia siempre más espeso…” (“Corriere”, 30/08).


 


Los acuerdos se impusieron porque la fracción político sindical ligada a la iglesia sabía lo que quería, actuaba con determinación y contaba con la complicidad, de hecho, de los burócratas. La fracción disidente tuvo que actuar improvisadamente, seguramente no tenía coordinación previa, por lo que no pudo hacer un planteo de conjunto a la masa de huelguistas. Es así que se plantea la maduración del proletariado.


 


De la primera etapa a la segunda


 


El bloqueo de la huelga general fue lo que impidió una victoria total de la movilización obrera. Esta hubiera consistido en la centralización del movimiento de un Comité Nacional de Huelga, que hubiera procedido a la organización de sindicatos y de una central independiente, barriendo con todo vestigio del stalinismo y la burocracia en la clase obrera.


 


El levantamiento de la huelga en las condiciones del acuerdo, le han dado al poder político, debilitado, un margen de maniobra, que está utilizando para confundir y desmoralizar al nuevo movimiento sindical. Los directores de fábricas utilizan todos sus recursos para sabotear la formación de sindicatos, los burócratas oficiales ordenan a un sector del aparato a declararse independiente para infiltrar las nuevas organizaciones, la justicia dilata los registros, el gobierno no otorga los aumentos salariales reconocidos y deja correr la crisis económica y social para desorganizar y exasperar a los trabajadores, dividirlos y comprometerlos a los ojos de otras capas de la población.


Este es el libreto que sigue rigurosamente el nuevo jefe del Estado, Kania, un hombre de los servicios de seguridad. Las amenazas de una invasión rusa siguen presentes en el papel de chantajear al movimiento sindical y aumentar las tensiones en sus filas.


 


La crisis política ha llevado a una recomposición del aparato del Estado, con el ingreso de sectores “liberales” y a una llamada depuración, cuyo único objetivo es usar los casos más irritantes como chivo emisario.


 


El nuevo sector gubernamental tiene en proyecto un programa general para desviar la crisis presente y descargar sus consecuencias más graves sobre las masas. Se trata de la llamada reforma económica y de la descentralización. “Tres son las líneas de acción fundamentales para el futuro -dice el viceprimer ministro Kisiel-: descentralización, aumento de la responsabilidad y de la autonomía de las regiones y de los entes locales. El problema de la descentralización vendrá codificado en una ley sobre autogestión obrera” (“C-rriere”, 9/9). La finalidad es desmembrar la organización sindical, desviarla de su función de lucha reivindicativa y corromper a una parte de sus dirigentes en la co-gestión empresarial. Pero esto es todavía cosa del futuro. Para el presente inmediato, la línea es reforzar al partido único, hacer cesar totalmente las huelgas, incrementar el ritmo de trabajo, y entonces, una reforma económica Y esto lo dice M. Rakowski, del ala "más” liberal del CC del P.O.U.P. '(‘Bolonia necesita tranquilidad”, en “Der Spiegel” 8/9/80).


 


En esta etapa, la dirección de Walesa vuelve a actuar frenadoramente, oponiéndose, de nuevo, a las huelgas que se desarrollan en diversos puntos del país (“Clarín”, 24/09) y planteando su oposición a una central sindical y sindicatos por industria, en favor de gremios por región. Finalmente, ante la presión de la crisis plantea un paro nacional limitado, de sólo, una hora, en oposición al reclamo de paro en todo el país, sin excepción por 24 horas, Pero esta "moderación” no ha rendido nada sino que ha exacerbado la audacia del régimen, que, como ya dijimos , ha negado el reconocimiento a un número no determinado de sindicatos, para cooptarlos e integrarlos, el régimen necesita, primero, restablecer su autoridad, desmoralizando y quebrando el impulso obrero actual.


 


Vista en su conjunto, la acción de la burocracia es todavía una acción de retaguardia y de contragolpe, aunque esta acción responda a una estrategia bien definida, pues la situación sigue caracterizada por la iniciativa de los trabajadores. Nuevos sectores que organizan su gremio, incluso estudiantes, artistas, campesinos. La orientación política de las tendencias que dominan en la nueva dirección obrera está determinada por su descreencia total en la revolución política. La consideran un peligro, entienden esencial evitarla. Al igual que Allende que consideraba un peligro fundamental la dictadura del proletariado. Es por esto que albergan una profunda ilusión en la coexistencia con el régimen burocrático. La fracción católica sigue globalmente la orientación de la Iglesia, es decir, del Vaticano, que se coloca por completo contra una subversión del Estado burocrático por parte del proletariado.


 


La estrategia del Vaticano, es decir, del imperialismo es, en esta etapa de la situación mundial, la de utilizar la crisis del régimen para acrecentar la dependencia de éste respecto al capital financiero y a la Iglesia. Esta finalidad se presenta encubierta mediante planteos referidos a la democratización progresiva y a la reforma económica. Como quiera que nunca lograron dar un paso en esa dirección fuera de los momentos de crisis creados por la movilización obrera, resulta claro que la línea de esta corriente funciona como expropiación de la lucha de las masas por la revolución política.


 


Otros sectores filocatólicos o laicos de tipo reformistas no tienen por punto de partida la posición imperialista de la Iglesia, sino que reflejan a todo un sector pequeño burgués y de la aristocracia obrera, enfrentado con las tendencias centralistas del régimen. Reclaman una "modernización” sin revolución y convergen con alas reformistas de la propia burocracia. Para estos vale también que no han creado ni pueden crear (por falta de peso social e independencia política), un movimiento propio de reformas; éstas han sido siempre el subproducto de un movimiento revolucionario de masas.


 


En un reciente reportaje (“Dfer Spiegel’', 15/9/80) un hombre representativo de este sector, Adam Michnick, ha caracterizado los acuerdos de Gdansk como un "pacto social”, es decir, y él lo cree, que el régimen burocrático es compatible con la existencia de sindicatos realmente independientes, lo que en definitiva significa que el Estado totalitario es autoreformable. Toda vez que el impulso hacia esa autoreforma no vendría del interior de ese Estado sino de la presión social, la función política de loa reformistas es moderar, limar, disciplinar esa presión desde abajo, lo que equivale a decir, actuar entre las masas como correa de la burocracia en períodos de crisis. Como siempre ocurre en estos casos, Michnick ve peculiaridades del Estado polaco respecto a sus vecinos, a saber, que habría aprendido a “coexistir con cuerpos extraños: con la agricultura privada, con grupos intelectuales de oposición independientes y en especial con la poderosa Iglesia católica” (ídem). La realidad es que los agricultores y la agricultura, están en ruinas; que la inteligenzia independiente está marginalizada; pero, eso sí, la dependencia respecto a la Iglesia es cada vez mayor. Michnick no menciona la coexistencia con el imperialismo.


 


Ahora bien, todo indica que la situación se deteriora rápidamente. La p» ciencia de los obreros se agota, las maniobras de la burocracia se multiplican y se agrava la crisis social. Pensamos que se entrará próximamente en una segunda etapa, que va a tener que “clarificar”, mediante una prueba de fuerza, los acuerdos de Gdansk,


 


10/10/80


 

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