15 días que estremecieron al Uruguay

La huelga general que enfrentó el golpe de 1973

La crisis del 30’ y los cambios estructurales

El período de crecimiento económico basado en el modelo agroexportador entró en crisis junto con la recesión mundial de los años 30’.

El parate del comercio mundial dio lugar a un período de sustitución de importaciones. Se desarrollaron las industrias manufactureras, en muchos casos bajo capitales extranjeros, británicos y estadounidenses. Pero también la burguesía agraria comenzó un proceso de diversificación de sus inversiones, enlazándose con la burguesía industrial y el capital financiero nacional y extranjero.

Medidas de protecciones arancelarias y aduaneras facilitaron el desarrollo de la industria y de un mercado interno sostenido en políticas de regulación de precios y del tipo de cambio.

La clase obrera

Al mismo tiempo, los cambios fundamentales que se producían en la estructura económica alumbrarían cambios en la estructura social.

Surge entonces una poderosa clase obrera, enlazada con el crecimiento de la industria sustitutiva, de las manufacturas, los frigoríficos, los lavaderos de lana, los textiles, además del enorme aparato estatal que se desarrolla a partir de las nacionalizaciones y que dará lugar a una importante masa de trabajadores de “cuello blanco” concentrados principalmente en Montevideo.

Según algunas estimaciones, los trabajadores organizados y sindicalizados pasaron de unos 10.000 en 1920 a más de 75.000 para 1940.

La mentalidad de la naciente clase obrera uruguaya, del mismo modo que la argentina, estará permeada por las ideas que introdujeron los trabajadores migrantes del siglo XIX, provenientes de Europa, que escapaban del desempleo, el hambre, las persecuciones y las guerras. Esos inmigrantes trajeron consigo las ideas anarquistas, marxistas, en sus distintas vertientes y también eran portadores de sus propias experiencias de lucha social y política. En el caso de la especificidad de la clase obrera uruguaya, estas ideas libertarias, contestatarias y rebeldes se van a conectar con los legados de la llamada Patria Vieja, las ideas de libertad e igualdad provenientes del artiguismo, aquellas viejas consignas que decían que “naides es más que naides”. Ideas que, conectadas con el creciente desarrollo cultural y la vida intelectual, con el  aporte de una joven generación de estudiantes universitarios, se van a ir fusionando y amalgamando para conformar una mentalidad combativa de la clase obrera.

En 1944 bajo el gobierno batllista se introdujeron los Consejos de Salarios Tripartitos: convenciones laborales colectivas entre las patronales, los obreros y el Estado (salvo para los trabajadores del campo y estatales). La derogación de estos Consejos fue una de las primeras medidas que tomó la dictadura golpista de 1973, avanzando en la “libre contratación por las patronales”.

Esto dio un impulso sustancial para el desarrollo de la organización sindical de los trabajadores. Los sindicatos, mediante sus luchas, conquistaron aumentos de salarios, robusteciendo y legitimando la acción obrera.

Estancamiento de los años 50’

Para mediados de los años 50’, el “modelo de desarrollo” comienza a estancarse.

Debilitado el control de precios se desencadena un proceso inflacionario.

La oligarquía terrateniente, que se había favorecido por las ventajas naturales que ofrece el suelo, y que gozaba, bajo el modelo agroexportador, de una tasa de ganancia que no dependía de las inversiones en un territorio donde las vacas y las ovejas se criaban solas, acaso con el concurso de algunos pocos peones mal pagos, protestará por el control de los tipos de cambio.

El desarrollo de la industria demandaba los dólares que el campo ya no estaba en condiciones de generar y los dueños de las tierras y las vacas no tenían ninguna intención de producir una revolución industrial en el agro, que por cierto hubiera demandado una inversión que no estaban dispuestos a hacer.

Esta oligarquía terrateniente pugnaba para forzar devaluaciones del tipo de cambio para incrementar su tasa de ganancia.

La devaluación del peso afectará la capacidad de compra de los trabajadores, con lo que lógicamente se verán obligados a salir a la lucha por la convocatoria a los consejos de salarios.

Las oportunidades de inversión para el capital acumulado y el extranjero se vieron reducidas por el estancamiento y el estrechamiento del mercado interno. Esto acelera la fuga de capitales, abre un ciclo de endeudamiento del Estado y avanza en la desindustrialización.

Se inicia un ciclo de crisis que irá incrementando las contradicciones sociales y políticas entre los distintos actores con intereses antagónicos, que el ensayo bonapartista del batllismo no podrá contener.

Los convulsionados años 60’ y 70’ y el fin del Estado amortiguador

Los acontecimientos mundiales y los sucesos políticos y sociales en nuestro continente le dieron un marco general a una época de revoluciones y contrarrevoluciones.

En América Latina la experiencia de la Revolución Cubana de 1959 tuvo un impacto sustancial. Se produjo un ascenso de luchas de masas y un revoltijo crítico en los viejos partidos stalinistas y socialdemócratas del continente, con el surgimiento de una nueva vanguardia juvenil y obrera que buscó rumbos revolucionarios. En parte tenemos el desarrollo de movimientos guerrilleros en varios países, como intento de superación de las políticas de conciliación de clases que venían desarrollando los PC stalinistas.

El PC uruguayo es uno de los pocos (al igual que el PC chileno) que recibe el apoyo de Fidel Castro, privilegiándolo respecto de la guerrilla. Pero la dirección de Rodney Arismendi es igualmente partidaria de construir frentes populares, donde concilian intereses divergentes de los trabajadores con pretendidos sectores “democráticos” de la burguesía nacional.

Se argüía que con este tipo de frentes populares a los cuales se subordinaba la fuerza del movimiento obrero, se podría alcanzar reformas progresivas, por la vía parlamentaria, con la estrategia de alcanzar el poder “por etapas”. La primera sería la de desarrollar la revolución democrático-burguesa que había quedado inconclusa para superar el atraso que caracterizaban como feudal y luego por vía de la lucha electoral llegar al gobierno. El modelo de la Unidad Popular de Allende y su llegada al gobierno chileno por vía electoral “fortaleció” la política de la “vía pacífica al socialismo”.

De trasfondo estaban la guerra de Vietnam y la primera derrota militar de EE.UU., las movilizaciones de la juventud y los estudiantes en Europa, el Mayo Francés del 68’, la Primavera de Praga aplastada por la URSS y la matanza de miles de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco en la Ciudad de México, el Cordobazo en Argentina, por solo citar los principales hechos que agitaban al mundo.

En Uruguay, con el telón de fondo del agravamiento de la crisis económica y social y luego del breve interregno de los gobiernos del Partido Nacional, el Partido Colorado vuelve a ejercer el poder político del Estado.

Conforme aumenta la conflictividad social y política, el aparato del Estado irá adquiriendo rasgos cada vez más autoritarios.

La clase obrera y los asalariados en general comenzaron a sentir los efectos de la crisis que se agudizaba.

La desocupación alcanzó niveles históricos para 1963, llegando a un 12%, una situación que en las décadas anteriores no se había registrado. La inflación cercana al 100% y la carestía de vida aplastaban el salario de las familias obreras. El FMI entró en escena con sus clásicas recetas de devaluación y ajuste. En ese contexto de desencanto generalizado la emigración de más de 200.000 uruguayos fue otra expresión de la crisis.

Pero las luchas de los trabajadores continuaban desarrollándose con fuerza.

En el campo y el interior del país se van organizando también los trabajadores de la caña de azúcar, los arroceros y los remolacheros. Tanto los comunistas como los tupamaros destinaron militantes y cuadros políticos en esa tarea de sindicalizar a los obreros.

Los cañeros de Bella Unión tendrían un gran protagonismo en esas luchas, que realizaron marchas masivas a Montevideo, inaugurando nuevas formas de lucha. Las marchas a la capital llevaban al centro político del país los reclamos más urgentes de los sectores más empobrecidos del interior. Se sucedieron movilizaciones desde Fray Bentos, con más de 200 trabajadores de los frigoríficos y sus familias, por salarios y fuentes de trabajo, en un conflicto que fue ganado.

En un proceso de radicalización de las luchas obreras, las ocupaciones de fábricas y la puesta en marcha de las mismas bajo control obrero significaron otro paso cualitativo en las formas de lucha.

Vale como ejemplo la toma de FUNSA por sus trabajadores en octubre de 1958, un hecho revulsivo para la clase dominante y las patronales, que ponía de manifiesto el poder social de la clase obrera, disputando en el lugar de trabajo la dirección de las fábricas.

Fundada a mediados de los años 30’, FUNSA fue la emblemática industria del caucho, una empresa monopólica de capitales nacionales entrelazados con el capital extranjero y el poder político. Las ventajas del sistema proteccionista, sumado a las exenciones impositivas para la importación de materias primas y de tecnología, prontamente la colocaron como una de las más pujantes industrias del período de sustitución de importaciones.

Las luchas sindicales de los trabajadores del neumático y afines se remontan a los años 40’, en los albores mismos de la conformación de la clase obrera uruguaya, cuando la plantilla ya contaba con más de 2.500 asalariados.

Habrá una larga serie de conflictos a lo largo de dos décadas, que enfrentarán al sindicato con la patronal y su alianza con el poder político.

En 1955 el sindicato del neumático protagonizó una huelga de más de dos meses, ante el despido de algunos trabajadores. En 1958 estalló otro conflicto y la respuesta de los trabajadores fue una huelga de 100 días.

Ante este estado de ebullición social y levantamientos obreros, el Estado irá recurriendo cada vez con mayor frecuencia a las llamadas “medidas de pronta seguridad”, que serán casi la única respuesta a la conflictividad social para fines de los 60’. El aparato de dominación de clase, complementaría sus métodos de contención, arbitraje y amortiguación frente a la lucha de clases con una creciente represión directa sobre los trabajadores.

Unidad de los trabajadores. Nace la CNT

Para 1966, luego de casi 10 años de deliberaciones, confluencias y debates entre las distintas corrientes políticas y sindicales que formaban parte del movimiento obrero, se constituye la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) que comenzó a formarse en el 64. En el Congreso de unificación queda aprobada una declaración de principios, la forma orgánica de la central sindical y el “Programa de Soluciones a la Crisis”.

La unidad abarcó prácticamente a todo el arco sindical y se convertirá en una poderosa herramienta de los trabajadores, no sin tensiones y disputas.

La orientación política que el PCU le imprimirá a la central sindical irá imponiendo un camino de freno a la organización combativa de la radicalización en curso en el movimiento obrero, que concluirá años más tarde con las vacilaciones ante el avance represivo del pachecato y el desgaste y levantamiento de la huelga general de junio del 73.

Obreros y estudiantes, unidos y adelante

En 1968 bajo la reforma de la nueva Ley orgánica de la Universidad de la República, abre el camino para la intervención política de la juventud estudiantil, sobre todo de la capital, una juventud influenciada por los sucesos de lucha mundiales de la época que ya hemos señalado y que se incorpora a las luchas con una impronta de izquierda radicalizada. La propuesta levantada por los universitarios de la extensión, colocaba a la Universidad junto a los sectores populares, a los problemas sociales y fundamentalmente los acercaba decididamente a la confluencia en las luchas callejeras y en la acción directa con la clase obrera. Ese mismo año tres estudiantes son asesinados por la represión del régimen, que se sumarían a otros dos el 71 y dos más en el 72.

El ascenso obrero parecía incontenible. En 1968 hubo 134 huelgas en empresas y oficinas estatales, 130 en empresas privadas, 56 en institutos de enseñanza, 446 paros y ocupaciones de fábricas y oficinas. Se realizaron numerosas demostraciones obreras, 220 manifestaciones estudiantiles. Cinco paros generales, cada uno de ellos con la participación medio millón de trabajadores. Hubo además tres paros generales de la industria privada. Todo esto bajo el marco de las represivas “Medidas Prontas de Seguridad”. En 1969 fue bastante similar: estalló la gran huelga de los bancarios que duró más de 70 días y que el gobierno trató de quebrar militarizando a los trabajadores. El movimiento huelguístico se mantuvo firme a pesar de algunas deserciones, conquistando el apoyo del conjunto de los trabajadores uruguayos. La burguesía se dividió y el gobierno tuvo finalmente que levantar la militarización y reincorporar a los huelguistas “desertores”.

El pachecato, preámbulo del golpe de Estado

Tras la muerte de Gestido en 1967 asumió la presidencia Jorge Pacheco Areco.

Aceleradamente irá cerrando todos los caminos parlamentarios, gobernando por decreto y aplicando ante cada conflicto las medidas prontas de seguridad.

Apenas asumido declaró la ilegalización de 6 partidos de la izquierda, entre ellos el Partido Socialista y la Federación Anarquista Uruguaya. Con nuevos decretos atacó las libertades de prensa, cerrando el diario Época y prohibiendo la edición del semanario socialista El Sol.

Apenas unos años después harían su aparición los escuadrones de la muerte, fuerzas parapoliciales destinadas a la represión ilegal que se cobraron la vida de varios estudiantes.

La guerrilla urbana del MLN(T) y el surgimiento del Frente Amplio

No es el propósito de esta nota centrarnos en un desarrollo histórico y exhaustivo del surgimiento, auge y declinación de la guerrilla urbana del Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros). Sus acciones armadas tuvieron sensacionales impactos políticos, nacional e internacionalmente, en el período que va desde su nacimiento en 1965 hasta su derrota definitiva a mediados de 1972.

Cuando se desarrollan los hechos políticos que precipitan el golpe de junio del 73, el MLN ya había sufrido importantes bajas, parte de su dirección política estaba en la cárcel de Punta Carretas, el resto había marchado al exilio. Fue una de las guerrillas latinoamericanas menos apoyadas por la dirección cubana (que estaba más inclinada hacia el PC y la creación del Frente Amplio).

La ausencia de los tupamaros en los sucesos en torno a la huelga general profundizó la crisis política de la organización guerrillera. Definitivamente el destacamento armado no había podido influir en los acontecimientos históricos que la clase obrera estaba protagonizando en su enfrentamiento con la dictadura.

Su impotencia política habría que rastrearla a un tiempo atrás. En palabras de Jorge Zabalza, su histórico dirigente y fundador: “…como miembro de una minoría activa de la sociedad, estás un poco al acecho y a la espera de que haya un determinado momento político en el que puedas operar en apoyo a las movilizaciones populares. Por eso no estuvimos presentes en 1973; porque no vimos las posibilidades de trabajo político a nivel de la Central de Trabajadores, del Frente Amplio y en la calle, con esa cantidad de gente, setenta mil, que había votado a Erro. Pero para desarrollarlo tenías que mantener relegado el aparato armado. En la huelga general de 1973 hubiéramos estado entre y con la gente y no presos, ni muertos, ni desarticulados, ni en Argentina o Chile. Estaríamos ahí, en un trabajo político arraigado y con una cabeza distinta. Por esa causa fuimos derrotados. Fue derrotado el MLN, pero después fue derrotado el pueblo uruguayo”. (La izquierda armada. Clara Aldrighi, 2001, pág. 205)

Del mismo modo señalaremos que la izquierda uruguaya, en sus distintas vertientes ideológicas, pero hegemonizadas por el Partido Socialista y el Partido Comunista, el 5 de febrero de 1971 arribará a un acuerdo en el que confluiría un amplio espectro de grupos y partidos de izquierda, socialdemócratas, socialcristianos, desprendimientos de los partidos burgueses tradicionales, blancos y colorados y sectores independientes de la intelectualidad y la cultura. Ese amplio abanico conformará un frente político policlasista cuya orientación principal será la de intervenir en las elecciones con un programa de reformas democrático/nacionalistas, pero que no irá en el sentido de cuestionar las bases del orden social capitalista ni las relaciones sociales de propiedad, ni de explotación de la mano de obra asalariada.

En definitiva, el stalinismo criollo repetía el menú del frente popular de conciliación de clases, colocando a la clase obrera como furgón de cola de un sector minoritario de la burguesía nacional. El general Liber Seregni (acusado -por opositores- de haber actuado en la represión a la huelga bancaria de 1969) fue el candidato a presidente del Frente Amplio en 1971.

La conciliación de clases, la acción parlamentaria y la búsqueda incesante de la “negociación política” irán desarmando a la izquierda, limitando su capacidad para acaudillar a una clase obrera que se venía forjando y radicalizando en la lucha y el enfrentamiento directo con las fuerzas represivas.

El Frente Amplio levantó denuncias en el parlamento, pero no promovió una movilización popular general para frenar el avance represivo y el cercenamiento de las libertades democráticas.

Las elecciones generales de 1971 y el fin de la ilusión democrática

En 1971 se desarrollan las elecciones generales, en ellas el Frente Amplio obtiene el 18% de los votos. La presidencia quedará nuevamente en manos del Partido Colorado, asumiendo el gobierno central Juan María Bordaberry, el delfín de Pacheco Areco.

El golpe que iba a consumarse en junio del 73 venía madurando desde bastante antes. Bajo la reforma constitucional de 1966 se le otorgan facultades extraordinarias al Poder Ejecutivo, que por la vía parlamentaria quedó habilitado para reprimir legalmente a sangre y fuego el ascenso de las luchas populares. Antes, para 1965 las medidas prontas de seguridad iban en el mismo sentido, el de reprimir las luchas bajo la agudización de la crisis económica y social.

En abril de 1972 se produjeron trágicas jornadas represivas, marcando un punto de inflexión que anticipaba el carácter del golpe que se avecinaba.

Con la excusa de responder al “terrorismo” de los Tupamaros las Fuerzas Armadas Conjuntas lanzó el viernes 14 de abril un ataque en regla contra la izquierda. Esa misma noche sesiona la Asamblea General donde se apruebó el Estado de Guerra Interno. Mientras sesionaba la Asamblea, la misma noche, las fuerzas armadas allanaron los locales centrales del Partido Comunista y del Movimiento 26 de marzo. En la noche del domingo 16 se registraron una enorme cantidad de atentados dirigidos a locales partidarios, medios de comunicación, domicilios particulares de dirigentes políticos de izquierda, de abogados defensores de presos políticos, etc.

Entre el 13 de abril se desarrollaron importantes paros del movimiento obrero. El 14 de abril se prodjeron algunos choques armados entre el MLN y el ejército.

Un obrero se refiere a esto señalando: “…nosotros hacemos un paro general…fue un paro general que acá en Paysandú fue impresionante y en Montevideo ni hablar. Eso lo hacemos el 13 y el 14 de abril el MLN sale matando a los cuatro soldados (…). Se da toda esa discusión internamente, por qué ustedes después de un paro general van a hacer una acción”. Hermes Pastorini (Obrero textil. Memorias de la huelga general de 1973. Relatos del movimiento sindical sanducero.)

El lunes 17, son ametrallados, en un operativo de las Fuerzas Conjuntas, los militantes obreros del Partido Comunista que estaban en la Seccional 20 del paso Molino, donde quedan siete muertos y uno más que morirá pocos días después a consecuencia de las heridas recibidas.

El martes 18 y el miércoles 19 la CNT responde con un paro general sin continuidad.

Esperando a los milicos “peruanistas”

Chamarrita del miliciano, los milicos son tus hermanos” (“Chamarrita de los milicos”. Alfredo Zitarrosa.)

Los partidos mayoritarios del FA (y aún de los Tupamaros), alentaban la ilusión de coincidir con un sector supuestamente “nacionalista” y “honesto” de las FF.AA.

La asunción al poder en 1969 a través de un golpe de un gobierno militar nacionalista en Perú con Velazco Alvarado creó ilusiones en un sector del FA y de los Tupas de que en Uruguay se esperara el surgimiento de un sector “peruanizado” de las Fuerzas Armadas.

Así lo señalan testimonios de obreros, que revelan la orientación de la conducción de la CNT y del FA: “…nosotros vimos la posibilidad de crear una división dentro de las mismas Fuerzas Armadas, crear contradicciones, para avanzar al lugar que nosotros queríamos”. Hermes Pastorini, de los textiles (citado, pág.68).

“Existieron los comunicados 4 y 7 y esos jugaron un gran papel en la vida del país, y en los sectores de la izquierda jugaron un gran papel. Y yo no sé si fueron el detonante para que nos equivocáramos en algún momento del proceso de que estos eran iguales a lo que planteaba Alvarado en Perú”. (Jorge Pacheco, de la construcción -citado, pág. 68-).

La estrategia del Frente Amplio era bregar por la renuncia de Bordaberry y que asumiera el vice, Sapelli, presidente de la cámara de la construcción, al que consideraban dialoguista.

En su editorial del 11 de febrero de 1973 en El Popular el PCU señala su coincidencia con las FF.AA y su pronunciamiento en los comunicados 4 y 7: “Pensamos que es razonable que las Fuerzas Armadas, que no se consideran “una simple fuerza de represión o vigilancia” quieran dar su opinión sobre la problemática del país” dice el PCU. En todo el largo texto, el PCU fuerza la realidad para tratar de demostrar que los mandos militares son “pueblo”, afirmando que levantan posiciones contra la oligarquía “que solo han pensado en las Fuerzas Armadas como escudo de sus indecentes canonjías”. El editorial del diario del PCU se las ve en figurillas cuando tiene que explicar que los mandos militares plantean “consolidar los ideales democráticos republicanos en el seno de la población, como forma de evitar la infiltración y captación de adeptos a las doctrinas y filosofías marxistas leninistas, incompatibles con nuestro tradicional estilo de vida”. Era el más vulgar lenguaje anticomunista en boga en el mundo de la represión. La dirección del PCU planteara que ellos pueden tener esa concepción equivocada, pero que igual se puede trabajar en común por la “patria”.

Golpe gorila y resistencia obrera

Las condiciones para el golpe definitivo seguirán acumulándose hasta que, en febrero de 1973, el Ejército y la Fuerza Aérea (luego se les sumaría la Marina) desconocen el nombramiento de un nuevo ministro de defensa designado por el presidente, el que convocó a una fallida movilización en su apoyo a la que apenas fueron unos 100 personas.

A partir de ese momento se conforma el Consejo de Seguridad Nacional, con el presidente Bordaberry, los mandos militares y algunos ministros.

Entre la noche del 26 y la madrugada del 27 de junio se realiza la última sesión del Senado. Pocas horas después el Consejo de Seguridad mediante un decreto presidencial disuelve el parlamento. El golpe “institucional” consumado contó con el beneplácito del imperialismo norteamericano y el de todos los sectores capitalistas que operaban en el país. Lo de “institucional” era un disfraz. Se trató lisa y llanamente de un golpe militar, con amplio apoyo “civil”, que dejó durante un par de meses más al frente de la presidencia como títere a Bordaberry como títere para luego desplazarlo.

Inmediatamente comenzaron a desarrollarse la resistencia obrera y la huelga general. Pero no fue la CNT la que la inició. Numerosos dirigentes sindicales de la época afirman que la Central Obrera convocó a un paro de 24 horas, para luego volver a decidir. En la década del 60, tomando como espejo de contrapartida el golpe de Estado en Brasil, un plenario sindical resolvió que en caso de golpe en Uruguay se marcharía a la huelga general con ocupación de fábricas. Esta orientación se fue repitiendo en diversas circunstancias durante años. Cuando se inicia el golpe, en forma casi automática numerosos sectores obreros comienzan a ejecutar la huelga y la ocupación de empresas. La CNT llama a la ocupación de las fábricas, cuando los obreros ya las estaban ocupando desde la madrugada del 27 de junio, sin esperar a las directivas de las direcciones sindicales.

El Frente Amplio convocó a la “resistencia organizada” pero sin precisar las medidas, ni su forma, ni su contenido, ni su fecha.

El 30 de junio el gobierno declara la ilegalidad de la central obrera, prohíbe sus actos y movilizaciones, clausura sus locales, incauta sus bienes y depósitos, por último, ordena el encarcelamiento de sus dirigentes.

Cientos de trabajadores, activistas, delegados obreros y estudiantes son detenidos y encarcelados. El Cilindro Municipal, escenario deportivo y cultural, se transforma en un centro de detención.

La CNT avisa que “el lunes tendrán la gran respuesta”. El lunes 9 de julio se realizará una gigantesca movilización obrera y popular que enfrentará una durísima represión militar.

Esa misma noche son detenidos los dirigentes del Frente Amplio, los generales Seregni y Licandro, además del coronel Zufriategui. Distintas iniciativas lanzadas por los activistas para profundizar la huelga, detener el transporte (sabotajes, piquetes) no son tomadas por la dirección cneista.

La claudicación de la dirección de la CNT y la combatividad obrera

El 11 de julio la CNT levanta la huelga, luego de 15 días de resistencia durante los cuales los obreros tomaron las fábricas y enfrentaron la represión.

Bajo la excusa de preservar las fuerzas y pasar a otras instancias y formas de lucha, que nunca precisaron, la CNT decidió terminar con una medida histórica de la clase obrera.

Pero no le fue fácil a las direcciones sindicales hacer acatar la decisión de la cúpula. En muchas fábricas la huelga se prolongó hasta dos días más. A pesar de la represión, de la posibilidad de despidos sin indemnización, de las represalias patronales, de la persecución y de los escuadrones de la muerte.

La bronca de los obreros en lucha se expresó en múltiples asambleas, y no fueron pocos los sindicatos que se opusieron a levantar la huelga.

Como pocas veces, surgió desde las bases obreras el señalamiento de traidores. Así lo expresan testimonios obreros:

“En esos días de huelga se fue agarrando un coraje, coraje por la calentura de lo que estaba sucediendo, que se venía diciendo que iba a suceder, que podía pasar, nos parecía imposible. Y había una decisión de echar pa’lante aunque fuera lo más jodido que fuera”. Norberto “Pino” Echeverez (bebida).

“Nosotros acá levantamos la huelga dos días después. Inclusive (…) la levantamos enojados. Enojados porque no entendíamos de por qué había que levantarla cuando nosotros íbamos acumulando cada vez más fuerza, más fuerza”. Jorge Pacheco (construcción).

“Vos leías el levantamiento de la huelga, se lo leías a la asamblea, se lo leías a los compañeros y los compañeros que estaban radicalizados (…) nos decían que era una traición levantar”. Hermes Pastorini (textiles).

Conclusión

Las masas obreras, la juventud rebelde y otros sectores agraviados de la sociedad estuvieron colocados, por imperio de los acontecimientos históricos, por su experiencia de lucha, en definitiva, por la agudización de la lucha de clases, a la izquierda de sus direcciones.

Algunas direcciones claudicaron, otras estuvieron ausentes.

En todo caso, la política vacilante o directamente conciliadora de las direcciones de la izquierda y la ausencia de un planteamiento y un partido revolucionario, que superara la política de colaboración de clases y de ilusiones en los mandos “nacionalistas” de las fuerzas represivas contribuyeron decisivamente a la derrota provisoria de la clase obrera uruguaya y al establecimiento de un período de terrorismo de Estado que vino a aplastar las conquistas obreras y a sus organizaciones.

La clase obrera uruguaya fue protagonista de una enorme experiencia histórica de lucha. El golpe uruguayo fue seguido unos meses después por el golpe de Pinochet contra el gobierno de la Unidad Popular en Chile. Donde las direcciones del PS y del PC llevaron adelante la misma política de apaciguamiento de la movilización obrera frente a las amenazas golpistas (nombrando a Pinochet al frente del Comando en Jefe, desarmando a los “cordones industriales”, etc.). Aquí no se pudo directamente organizar una huelga general de repudio. Los trabajadores fueron aplastados con toda saña. 

50 años después el presidente uruguayo Lacalle Pou, organizó un acto común con los expresidentes aún vivos. Al mismo concurrió el expresidente Mujica, que fue dirigente de Tupamaros y estuvo largos años preso, quien se unió al carro de la “unión nacional” con el gobierno antiobrero que viene de aumentar la edad para el retiro jubilatorio de los trabajadores. En Chile, también, el presidente centroizquierdista Boric ha convocado a todos los partidos a firmar un documento planteando la “unión nacional” entre explotadores y explotados. Esto después de haber venido solo hace un año atrás de un gran levantamiento popular que fue violentamente reprimido por los mismos “pacos” defensores del régimen pinochetista, hoy del régimen pseudo democrático de Boric que ha dejado en pie el 90% de las conquistas reaccionarias contra las masas impuestas con el golpe y no derogadas a pesar del clamor popular.

La vanguardia obrera, estudiantil y de izquierda no debe “olvidar” estas fenomenales experiencias históricas y sacar las conclusiones necesarias. 

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