A 50 años del asesinato de Rucci

Una burocracia sindical antiobrera, (pro) patronal y represora

La Uom, centro de gravedad del movimiento obrero

Meses antes del golpe de estado de 1943 se constituyó la Unión Obrera Metalúrgica (UOM). Organización paralela al Sindicato Obrero de la Industria Metalúrgica (Soim), dirigido por el Partido Comunista. El Soim venía de una dura derrota el año anterior: una huelga de 18 días por aumentos salariales y vacaciones pagas que incluyó despidos, detenciones y clausura de la sede central del gremio. En la huelga habían participado cerca de 70 mil obreros. En ese momento el SOIM contaba con 4.000 afiliados, sin embargo, una asamblea general realizada en medio de la huelga, en el Luna Park, convocó a más de 15.000 trabajadores.

Las presiones para levantar el conflicto no solo provinieron del Estado, sino también del mismo PC, cuya dirección planteó levantar “para no hacerle el juego a los nazis”. Seguía así la nueva orientación del stalinismo mundial de no entorpecer a los gobiernos “aliados”. Más allá del “compromiso” del gobierno de reincorporar a los despedidos y no tomar represalias, solo se obtuvo un laudo con leves mejoras salariales que la base metalúrgica vio como “traición”. A partir de esto se inició un curso de división en la base y en la propia directiva del SOIM. Es importante ver que el inicio de este proceso de crisis en el SOIM fue anterior al golpe de 1943 y al ascenso de Perón.

La división fue, a su vez, reflejo de la fractura de la CGT. Los metalúrgicos se alinearon con el sector del ferroviario Domenech (CGT N°1). De hecho, la sede del nuevo sindicato se fijó en Independencia 2880, Caba, sede de la Unión Ferroviaria. El primer secretario general, Ángel Perelman (que había sido miembro de la Directiva del SOIM y roto tras la entrega de la huelga de 1942) fue el promotor del acercamiento de la UOM al gobierno a través de la Secretaría de Trabajo y Previsión. El PC militaba en el campo de la Unión Democrática.

El gremio creció exponencialmente bajo el gobierno de Perón y al calor de una política de estado: reconocimiento oficial a los sindicatos no comunistas, para los “rojos” persecución, clausura de locales, intervenciones y cárcel. La estatización de las organizaciones obreras implicó reconocer una cantidad de derechos y otorgar beneficios a un movimiento obrero que acumulaba más de 60 años de organización y lucha en su bagaje. Para 1948 la UOM supera los 100.000 afiliados. En ese mismo año, uno de sus dirigentes, Armando Cabo, accedió por primera vez al secretariado nacional de la CGT. Inmediatamente los metalúrgicos desplazaron a la Unión Ferroviaria en el control de la central obrera. Desde ese momento y durante las décadas siguientes, la UOM fue el sindicato con mayor peso político del país. El proceso de burocratización y regimentación sindical no fue lineal en la UOM: en 1954 tuvo que atravesar otra huelga general contra los planes de “productividad” impulsados por patronales y gobierno.

Después del golpe del ´55, descabezadas las organizaciones sindicales y proscripto el peronismo, se gestaron organizaciones obreras clandestinas y semiclandestinas en las fábricas y los barrios. Esa lucha, que protagonizó enormes conflictos, huelgas parciales y generales, y soportó represiones legales e ilegales (comandos civiles), pasaría a la historia como “la resistencia”. 

En el plano sindical el proceso cristalizó en la conformación de las “62 Organizaciones” surgidas de la ruptura del Congreso Normalizador de la CGT del año 57. Un intento fallido de la dictadura para legalizar una central obrera adicta. En esa etapa nacen programas radicalizados en el plenario de La Falda (1957) y más tarde en Huerta Grande (1962) pero que no rompían con el nacionalismo burgués. Al calor de las luchas se formó una nueva generación de activistas que será protagonista de todo este período.


Vandor 

Uno de ellos fue Augusto Timoteo Vandor, un entrerriano que formó parte de la Marina de Guerra. Se retiró con el grado de cabo Primero. En 1949 ingresó a la Philips y su historia cambió para siempre.

El lobo” aparece en primera plana del escenario sindical en los comienzos de los ´60. Cinco años atrás, uno de los dirigentes más destacados del gremio, Paulino Niembro, desistió de su candidatura para encabezar la seccional Capital en favor de Lobo. Tres años más tarde, en diciembre de 1958, Vandor fue elegido secretario general de la UOM.

No se destacaba por el carisma, ni por una ideología precisa ni consecuente, pero poseía gran talento para negociar (a espaldas de los trabajadores) con gobiernos y empresarios. Mostró siempre una profunda tendencia a la autonomía de sus acciones. Con Vandor se consolidó la burocracia sindical.

En varias oportunidades rechazó la sugerencia de Perón para colocarse al frente del “Movimiento”. Evitaba desgastarse y ser una marioneta del ex presidente. Consideraba que tenía peso propio suficiente. 

Su primer mandato al frente de la UOM coincidió con el gobierno de Frondizi, quien sancionó una ley de Asociaciones Sindicales que reforzaba el poder centralizado de la burocracia de los sindicatos. 

Les reconoció el monopolio de la representación gremial (sindicato único por rama y central obrera única) les otorgó el control de las obras sociales y habilitó el cobro de los aportes obligatorios. 

Las contradicciones propias del proceso político, la feroz represión antes y, sobre todo, después del plan Conintes y la ruptura definitiva del pacto Perón-Frondizi rompieron los lazos del presidente con el sindicalismo peronista. Grandes huelgas fueron derrotadas en el período. 

Para entonces, el peronismo estaba golpeado en todos los frentes. Sin embargo, triunfó en las elecciones de Buenos Aires en 1962, con el dirigente textil Andrés Framini a la cabeza. Pero el poder militar impugnó la elección. El peronismo fue incapaz de defender con la movilización popular esa victoria en las urnas. 

Este hecho terminó de condenar al gobierno de Frondizi que fue destituido por un golpe. Tras el interinato de Guido, en 1963, se impuso en las elecciones el radical Arturo Illia. Los “neoperonistas”, mostrando juego propio, actuaron en el parlamento como aliados del presidente que no tenía mayoría propia ni gobernaciones oficialistas. 

Illia renegó del camino de su antecesor. Se negó a reprimir huelgas pero estableció una nueva ley de Asociaciones Profesionales para intentar debilitar el poder de negociación de los sindicatos y fragmentó el poder financiero de las obras sociales. La burocracia sindical, para ese entonces abiertamente progolpista, respondió con un “plan de lucha por etapas” que incluyó ocupaciones masivas de empresas aunque parciales y fuertemente regimentadas y controladas. 

En 1964, Vandor era un actor principal en el escenario político. Un peso pesado. La UOM supera el medio millón de afiliados. Ese año formó parte de la Comisión Pro-Retorno de Perón junto a representantes de otras fracciones del peronismo.El retorno “organizado”, para fines de 1964, fracasó. Perón responsabilizó al dirigente metalúrgico y denunció su idea de formar un “Partido de Trabajadores” propio, un “peronismo sin Perón” aliado a los “neoperonistas”.

Para las elecciones intermedias de 1965, Perón envió al país como “delegada personal” a su compañera Isabel Martínez. Arribada al país, desde un primer momento fue asediada por militantes de la derecha católica que armaron una base operativa, con importante armamento, cerca del hotel donde se hospedaba. La derecha peronista y la derecha no peronista aún no habían consumado su matrimonio.

Isabel anunció su presencia en el acto del 17 de octubre. El acto fue reprimido por la policía. Isabel estuvo cinco días desaparecida, escondida en diferentes casas de militantes. Días más tarde reapareció en Córdoba, en el inicio de una campaña que la llevó dos meses por el interior del país. 

Vandor acompañó en todo momento, incluso le garantizó custodia permanente, pero a cada incidente producido en la gira, todo el mundo veía la responsabilidad del metalúrgico. Mientras tanto, en España, Perón había tomado la decisión: “cortarle la cabeza a la víbora”.

El 6 de enero de 1966 descabezó la Junta Coordinadora Nacional, organismo máximo del Movimiento que respondía a Vandor. Luego alineó a José Alonso, quien creó las “62 Organizaciones de Pie junto a Perón”. 

Perón difundió una carta que le envió al dirigente textil donde sostenía que “en esta lucha el enemigo principal es Vandor y su trenza, pues a ellos hay que darle con todo y a la cabeza, sin tregua ni cuartel. En esta guerra no se puede herir, hay que matar. Un tipo con la pata rota hay que ver el daño que puede hacer.”

Esta disputa Vandor-Perón tuvo su expresión, aunque inadvertida en su momento, al interior de la UOM y fue el motivo del destierro de la dirección del gremio de un ignoto dirigente, secretario de prensa del sindicato, que defiende al líder exiliado. Su destino fue un lejano puesto de asesor de la intervención en la seccional de San Nicolás. El desterrado se llamaba José Ignacio Rucci y pronto aparecería en los titulares nacionales.

En marzo del ´66, de cara a las elecciones a gobernador en Mendoza, Perón llamó a los dirigentes a definirse por la candidatura de Ernesto Corvalán Nanclares después que Vandor hizo público su apoyo a su oponente, el neoperonista Alberto Serú García. En la elección Serú García quedó por detrás del candidato apoyado por Perón. Su candidatura peronista “divisionista” del peronismo con Perón, sólo sirvió para entregar el triunfo a la derecha del Partido Demócrata. Vandor abandonó la idea de formar un partido con peso electoral sin el ex presidente.

Mientras tanto el imperialismo trabajaba a favor de un nuevo golpe de estado más proyanqui y con más rigor sobre las masas. Tanto Perón, como Vandor, apoyaron el golpe de estado de Onganía del 28 de junio de 1966. En el acto de asunción de Ongania, el Lobo estaba en primera fila con su mejor traje. “Hay que desensillar hasta que aclare”, sentenciaba Perón desde el exilio.

Más adelante, abriéndose de la crisis en marcha de la dictadura, Perón alentó a la efímera CGT de los Argentinos encabezada por el gráfico Raymundo Ongaro en oposición a la CGT Azopardo y los “participacionistas”. Tras un año y medio, las derrotas de grandes conflictos y el retiro del apoyo de Perón que se recostó nuevamente sobre la CGT Azopardo, la CGT-A, después del “Cordobazo” en 1969, se fue extinguiendo.

Entre 1967 y 1969 aparecieron en escena las FAP (Taco Ralo 1968), Descamisados (procedentes de la Democracia Cristiana), Montoneros (asesinato de Aramburu 1970) y el PRT fundó el ERP. El foquismo entraba en acción bien que en búsqueda subordinada de un “frente nacional” o “democrático” con el peronismo o sectores de una pretendida burguesía nacional progresista.

El Cordobazo fue el punto de partida de una nueva situación política, una situación pre-revolucionaria que, además de herir mortalmente a la dictadura de Onganía, puso a prueba a toda la izquierda argentina.

El PRT (El Combatiente) de Santucho (formalmente dentro del trotskismo hasta 1973) militaba en el campo foquista aún antes de la fundación del ERP en 1970. La rebelión popular cordobesa lo tomó por sorpresa, no entraba en sus pronósticos. 

En el IV Congreso del PRT (1968), un año antes del levantamiento cordobés, se ratificó la orientación foquista: “la prioridad de la guerrilla rural” frente a un movimiento obrero “estancado”. Se planteaba la lucha por un “frente patriótico”. Santucho llamaba a “luchar junto a los radicales o el PC” contra la dictadura proimperialista: “lo esencial no es diferenciarse verbalmente de estas fuerzas a través de declaraciones de principios (…) sino en los métodos de lucha”, o sea, sin delimitación programática. Su antiimperialismo se enmarca en una concepción frentepopulista democratizante. 

Con desdén caracterizó al Cordobazo como “una explosión popular espontánea con un carácter defensivo desde el punto de vista estratégico, bien que empleando métodos tácticos ofensivos”. Un lenguaje ridículamente militarista carente de comprensión política del período que se iniciaba y de los problemas que planteaba para la vanguardia revolucionaria. (Los “métodos ofensivos”, eran las piedras, los miguelitos, las armas cortas). El Cordobazo, para el PRT era “defensivo” porque toda acción que no fuera de los “combatientes del ejército popular” lo era.  

El Secretariado Unificado (SU) de Mandel se manifestaba a favor de “toda vanguardia” y llamó a preparar la lucha armada en América Latina. Nahuel Moreno estuvo junto a Santucho y al SU promoviendo el desarrollo de una corriente foquista en la Argentina y Latinoamérica. Divididos en 1968, con la creación del PRT “La Verdad”, posteriormente, desarrolló en el seno del SU una polémica defendiendo la construcción de partidos de trabajadores contra la orientación foquista, que había tomado como propia hasta entonces. 

Recordemos que en 1963 Moreno salió -sin ningún balance público- de 7 años de entrismo seguidista en el peronismo, para defender el modelo castro-guevarista y llamar a construir “los brazos armados de las OLAS”, argumentando –hasta dos años antes del Cordobazo- que los sindicatos estaban superados. Es de destacar que en el momento del estallido del Cordobazo, el morenismo no contaba con un solo militante en Córdoba y no tuvo ningún protagonismo.

Política Obrera, antecesor del Partido Obrero, fijó (no solo) una posición ajustada y clara sobre el proceso que se abría: “las lecciones del mayo cordobés y la etapa prerrevolucionaria abierta destacaron esencialmente las manifestaciones callejeras y la huelga política de masas como la acción directa del proletariado (…) hay que luchar contra la guerra civil que prepara el capitalismo porque no es para nosotros el momento oportuno. Los obreros deben ir comprendiendo la necesidad de armarse (…) Para el ERP no, la lucha armada puede hacerse con poca gente”. Planteó, además, la necesidad de reconstruir la IV Internacional frente al liquidacionismo del SU. El PO tuvo participación y protagonismo en el proceso de gestación del Cordobazo con la intervención de su agrupación metalmecánica (Vanguardia Obrera Mecanica –VOM), en el proceso de gestación de los sindicatos clasistas (Sitrac-m, etc.), en el congreso nacional antiburocratico realizado en 1974, en la gestación de la lista Marrón antiburocrática que recupero el poderoso Smata Córdoba para el clasismo, etc.

En el plano sindical, en el período previo al Cordobazo, el morenismo se destacó por su coqueteo político con sectores de la burocracia sindical, con los que había convivido en sus 7 años de “entrismo”. Por ejemplo, en el apoyo al “partido obrero” de Vandor o en su posición de cara al Congreso Normalizador de 1970, cuando Rucci, fue elegido secretario general de la CGT 

Lorenzo Miguel, como dijimos antes, quiso colocar al frente de la central obrera a alguien fácilmente manipulable, sin base social propia. Perón encontró en Rucci un soldado, “el único sindicalista fiel”, como dijo alguna vez. El congreso fue el último clavo del ataúd de la CGT-A. Estaban todos: los participacionistas y las 62 incluidas. El congreso fue la respuesta de la burocracia para enfrentar el ascenso obrero post-Cordobazo. Era la unidad de la burocracia sindical contra el clasismo. 

El PRT morenista llamó a hacer un frente con las ´62 y el ongarismo contra los “participacionistas”. Posteriormente saludó la unidad, como explicaría el historiador oficial de la corriente morenista (Ernesto Gonzales): Moreno “la consideró progresiva porque opinó que era preferible una sola CGT burocrática y no dos, utilizadas por distintos sectores de la patronal para dividir y enfrentar al movimiento obrero entre sí”. 

El 30 de junio de 1969, Vandor fue asesinado con cinco disparos en la sede del sindicato, en el marco del “Operativo Judas”. Hay muchas hipótesis de quien lo mandó a asesinar, una de las más consistentes es que habría sido el propio Perón.

Muerto Vandor, el vandorismo sigue

Tras la muerte del Lobo, la UOM siguió siendo el centro de gravedad del poder sindical. El tema de la sucesión era clave para Perón en su objetivo de ejercer influencia directa en el movimiento obrero. Desde Puerta de Hierro designó, con una carta personal, al sucesor: Avelino Fernández, secretario general de la seccional capital: 

“Mucho he pensado sobre la UOM desde el asesinato de Vandor (…) existen demasiados interrogantes e influencias como para dormir tranquilos (…) Los intereses que se moverán alrededor de ese reemplazo podrán ser muy grandes (…) Yo creo que si es preciso usted “debe tomar la manija” como única garantía segura para el movimiento”.

Contra el candidato de Perón estaban alineados los miembros del “Grupo de los Ocho”. Sindicalistas expulsados de las 62 por su proximidad con el onganiato: Fernando Donaires (papeleros) Juan Racchini (soderos) Vicente Roqué (molinero) Maximiliano Castillo (vidriero) Gerónimo Izzeta (municipales) Ramón Elorza (gastronómicos) Ever Urruti (plásticos) Enrique Chiesa (ladrilleros). Todos ellos ligados al vandorismo. Un integrante de este grupo declaró públicamente en 1993: “nos dimos cuenta que (Lorenzo) Miguel era un candidato ideal, no tenía ningún contacto político ni gremial al margen de la UOM, lo que nos abría las puertas para que fuéramos el poder detrás del trono”.

De cara a la elección del gremio, y a 36 días de realizarse los comicios, Lorenzo Miguel dio un golpe de efecto con todo el sello mafioso de la burocracia sindical. Irrumpió en la sede de la UOM con una patota armada en el acto de oficialización de su rival. Hubo golpes, tiroteos, heridos y un fallecido. Entre la patota se encontraba Ricardo Otero, futuro ministro de Trabajo de Perón. Miguel copó la Junta Electoral y, con anuencia de la cartera laboral y la justicia, la lista del candidato designado por Perón fue proscrita.

Miguel había sido obrero y delegado en la Compañía de Metal, Estaño y Aluminio (Camea) desde marzo de 1945. Integró la Agrupación Metalúrgicos Peronistas Organizados de la Capital (Ampoc) que encabezaban Vandor y Niembro. En 1956 fue despedido. Militó en la resistencia, fue encarcelado en 1959. En 1962 se incorporó al sindicato como tesorero nacional. Su tarea era exclusivamente administrativa. 

Hay dos historias que explican la poca consideración de Vandor hacia Miguel. El mismo Miguel relató que la primera vez que le comentó al Lobo que era aficionado a la pintura, éste le pidió que fuera a su casa a pintarle la cocina. 

Otra anécdota contada por terceros relata que un día Miguel se demoró en regresar del banco con la plata para los sueldos y el Lobo manifestó preocupación. “No vas a dudar de Lorencito”, le dijeron. “No, de lo que tengo miedo es de que se pierda” fue la respuesta.

Pero una vez al frente de la UOM, Miguel desplegó una incomparable capacidad para manejar el arte tan repugnante de dirección burocrática. Inmediatamente los integrantes del “Grupo de los Ocho” dejaron sus cargos de asesores del sindicato. Sin embargo, hasta al mejor cazador se le escapa alguna perdiz. En 1970 rompiendo la tradición vandorista impuso al frente de la CGT, intervenida desde 1969, a un metalúrgico. Rucci fue el elegido. Miguel contaba con la ausencia de una base de sustentación propia del designado. Necesitaba en la CGT alguien que le responda directamente. El cálculo falló. Miguel bebió de su propia medicina.   

Rucci, un soldado de Perón

“Yo no soy un dirigente nacional. Soy un dirigente de quinta categoría en mi gremio y es muy posible que yo haya llegado a la CGT para llenar un vacío (…) pero resulta que la vaca resultó toro (…) yo venía a hacer cosas, fundamentalmente a ponerme al servicio del general Perón”

José Ignacio Rucci nació en 1925 en Alcorta, sur de Santa Fe. Trabajó desde “limpiatripas” en un frigorífico hasta chocolatinero en cines. En Buenos Aires tuvo su incursión en labores gastronómicas hasta que en el año 1944 ingresó como operario a una fábrica de cocinas y estufas: la Compañía de Talleres Industriales de Transporte y afines (Catita). Compartió militancia con uno de los mayores líderes del sindicato, Hilario Salvo, a quien sucedió en la comisión interna de la fábrica en 1947. 

En 1957 participó del Congreso Normalizador que dio origen a las 62. Fue preso por su participación en la resistencia. Tras diferencias ya explicadas con Vandor, recaló en San Nicolás. En contubernio con la patronal de la fábrica de llantas Protto, fingió relación de dependencia para poder presentarse legalmente como candidato a secretario general seccional. Algo similar había hecho Lorenzo Miguel años atrás con la patronal de Pirelli para regularizar su condición de metalúrgico.

En 1970 fue convocado por Miguel para hacerse cargo de la CGT. Ese año fueron asesinados Aramburu y José Alonso y los “azos” seguían repercutiendo en el país. Cayó Onganía. 

Un año antes, el Cordobazo, una rebelión popular encabezada por la clase obrera, había sacudido el escenario político y abrió una nueva etapa marcada por el ascenso de las luchas y un claro giro hacia la izquierda de las masas “El cordobazo no fue peronista, fue de la izquierda” explicaba Perón.

La burocracia consideraba sustancial consolidar un frente único frente al avance de los sectores combativos y el ascenso de esas luchas. La burguesía compartía esa preocupación. 

La conformación de “La Hora del Pueblo” fue una señal del fin del régimen. La UCR se distanció del terreno golpista y se apoyó en el peronismo para buscar una “salida institucional” a la crisis. Perón seguía siendo el último recurso político para frenar las luchas y el proceso de radicalización política que evoluciona en las masas obreras y populares. La situación lo acercaba cada vez más a que esa posibilidad se concrete.

Rucci llamó a la huelga general en noviembre tras la respuesta negativa a un petitorio elevado al gobierno de Levingston, con quien la dirigencia sindical mantenía buenas relaciones por su perfil desarrollista-“nacionalista”. De hecho, el ministro de trabajo, Juan Alejandro Luco, había sido abogado de la UOM y diputado nacional por el peronismo bajo el gobierno de Illia. Después de esa primera iniciativa, la actividad movilizadora de la central obrera mermó.

Rucci se rodeó de fascistas y hombres de los servicios de inteligencia, construyó un polígono de tiro en la sede de la CGT, implementó a gran escala el fraude electoral, la intimidación a los opositores, organizó la patota sindical. Con él nació formalmente la unidad de la derecha peronista y la derecha no peronista contra los “bichos colorados”, contra el “sucio trapo rojo”, como llamaba a los sectores antiburocráticos. Le declaro la guerra a la corriente clasista que se estaba desarrollando en las bases de la UOM y de todo el movimiento obrero.

Levingston fue incapaz de contener el proceso inflacionario y los reclamos obreros, las acciones foquistas proliferaron y la movilización popular hizo fracasar la intervención nacional a la provincia de Córdoba. Cayó a los 9 meses de asumir.

Y asumió Lanusse. Su proyecto, el Gran Acuerdo Nacional (GAN), alentaba una “salida institucional-electoral” (proyectando su propia candidatura). El ministerio de trabajo lo ocupó un viejo conocido de la burocracia sindical: Rubens San Sebastián. Ex titular de la misma cartera bajo Onganía y amigo de Vandor. 

Para diciembre de 1971 Isabel emprendió la segunda gira en el país como delegada del líder exiliado. El objetivo central era “restablecer la verticalidad del Movimiento”. Los sueños de Lanusse con la obligada automarginación de Perón de la contienda electoral se desvanecen. 

En el marco de esta segunda gira se realizó un acto en la UOM en homenaje a Evita. Participaron Paladino y Lopez Rega. La presencia del “brujo” fue ovacionada por los jóvenes federales de Anchorena, representante de la más rancia oligarquía de Buenos Aires y amigo personal de Rucci, futuro candidato a gobernador derrotado por Bidegaín.

“Perón! Mazorca! Bolches a la horca” era la consigna. Paladino criticó “a los enanos de siempre que crearon el mito de que Evita era revolucionaria y Perón no lo era”. A medida que se acercaba la posibilidad del retorno se agudizaba la disputa al interior del peronismo.

Cuando el 22 de agosto de 1972 la Marina fusiló a 19 militantes en la base Almirante Zar tras un fallido intento de fuga del penal de Rawson, la JP a través del delegado de Perón en el país, Héctor Cámpora, le impuso al Consejo Superior Justicialista el velorio de víctimas en la sede central de Partido. Los ataúdes fueron secuestrados tras una irrupción violenta de la Policía Federal. 

Mientras tanto, Lopez Rega gestionaba la incorporación de las 62 al Consejo Superior Justicialista, desconociendo a su líder Lorenzo Miguel. Fracasó. Por el momento la dirigencia gremial peronista aceptaba el liderazgo de Perón pero defendía su margen de maniobra. Rucci, el incondicional, era el hombre indicado para impulsar ese objetivo estratégico de Perón: disciplinamiento incondicional de la burocracia sindical.

GAN: la “utilización” de la juventud peronista y el Pacto Social

Ante la envergadura de la crisis, la asunción de Lanusse en la etapa final de la dictadura instaurada en 1966, fue madurando un “acuerdo nacional” entre diversas sectores de la burguesía y el imperialismo: el Gran Acuerdo Nacional (GAN) que buscaba estabilizar la situación de radicalización política a través de una salida electoral con protagonismo especial del peronismo y de Perón. Proceso que se desarrolló con fuertes disputas dentro de las fuerzas armadas y la burguesía.

El apogeo de la “Tendencia” (JP) puede ubicarse entre el 17 de noviembre de 1972, con el regreso de Perón del exilio después de 17 años y el ascenso de Campora a la presidencia. 

El primer contacto de Montoneros con el líder en España había sido a fines de 1970 a través de Rodolfo Galimberti, delegado de la JP que no integraba la Orga, quien llevó una carta donde la agrupación explicaba los motivos del crimen de Aramburu. Perón avaló la operación tácitamente: recomendó “pegar donde duele y cuando duele, es la regla”.

Perón consideraba a la “juventud maravillosa” como un engranaje dentro de una estructura de “lucha integral” que abarcaba también a las organizaciones de superficie y a las diferentes ramas: sindical, femenina, política. 

Las “formaciones especiales” que alentaba desde el exilio Perón las explicaba bien: “la lucha armada es imprescindible, cada vez que los muchachos dan un golpe, patean para nuestro lado la mesa de negociaciones y fortalecen la posición de los que buscan una salida electoral limpia y clara”. 

El mismo concepto de “formaciones especiales” se explica solo. Formaciones para un determinado objetivo, que una vez alcanzado deben disolverse. Alguien dijo alguna vez “Perón golpea con su izquierda para avanzar y consolida posiciones con la derecha”. 

Donde primero se desarrolló el debate acerca del rol de las “formaciones especiales” fue en las FAP: subordinarse a la táctica de negociación por una salida institucional o prosecución de la lucha armada hasta la conquista del poder. Ninguna de las dos opciones sacaba los pies del plato. La conquista del poder sería a través del peronismo y con Perón a la cabeza. 

Lanusse estableció una condición para los candidatos en las elecciones de 1973: fijar residencia en el país antes del 25 de agosto de 1972. Perón quedó técnicamente inhabilitado y aceptó el condicionamiento. Cámpora fue el elegido y la campaña electoral fue “dominada” por la verborragia de los sectores de la izquierda peronista. El 11 de marzo “El Tío” se impuso en primera vuelta.

En Abril, la Tendencia presentó formalmente, en un acto masivo, la Juventud de Trabajadores Peronistas (JTP) en un abierto desafío a las direcciones burocráticas. Fiel a su estilo, Lorenzo Miguel les propuso dividir territorios. “Ustedes la juventud, nosotros los gremios”. Ante el rechazo, Miguel y Rucci impulsaron la Juventud Sindical Peronista (JSP). 

El 25 de mayo asumió el nuevo gobierno. En el acto de asunción, las banderas de la izquierda peronista dominaban la Plaza de Mayo. La burocracia fue desplazada a un segundo plano. Salvador Allende y Osvaldo Dorticós, presidentes de Chile y Cuba, observaban desde el palco. Al secretario de Estado de los Estados Unidos, William Rogers, los manifestantes le impidieron acercarse a la ceremonia. Era la expresión de una tendencia general desde el Cordobazo: el desplazamiento hacia la izquierda de los sectores populares. 

La Tendencia no pudo colocar ningún candidato propio en el gabinete, a pesar de haberle entregado a Perón un “Organigrama” con más de 300 candidatos posibles. “Los mandé a plantar zanahorias” declaró “el General” a la prensa. Pero tenían contactos en el gobierno. 

Esteban Righi, ministro del Interior mantenía algún vínculo con ellos. Como también los dos hijos del presidente, Héctor Pedro (secretario privado) y Mario (secretario general de la presidencia), el canciller Juan Carlos Puig y el ministro de Educación, Jorge Taiana. 

Tenían presencia en el bloque de diputados y nexos en el senado a través de Alejandro Diaz Bialet (vicepresidente primero) y en la Corte Suprema, vía Agustín Diaz Bialet. Era conocida su buena relación con el jefe del ejército, Jorge Carcagno, ex represor del cordobazo, y con el interventor de la UBA, Rodolfo Puiggrós. 

Influenciaban las gobernaciones de Buenos Aires, Santa Cruz, Córdoba y Mendoza y tenían vínculos en San Luis y Salta. Pero sus respectivos vicegobernadores respondían a las 62. Como así también el ministro de Trabajo, Ricardo Otero. El ministerio de Bienestar Social, por su parte, quedó para Lopez Rega por orden directa de Perón.

El 25 de mayo estalló la primera crisis. Una masiva movilización, algunos estiman en más de 50.000 personas, arrancó de la cárcel de Devoto a cientos de presos políticos. Cámpora se había comprometido a una amnistía general por ley o por decreto, pero la movilización se adelantó. El indulto salió al día siguiente con los hechos consumados. Perón enfureció en el exilio. 

Pero más importante aún, es que simultáneamente se abrió una etapa de ocupaciones masivas de fábricas, dependencias estatales y lugares de trabajo. Más de 500 ocupaciones registradas en el lapso de diez días. De junio a septiembre, el 43% de las huelgas fue con toma de planta.

Los metalúrgicos de EMA en Vicente Lopez el mismo 25 de mayo ocuparon la fábrica reclamando la reincorporación de su comisión interna, dos días más tarde los trabajadores metalúrgicos y navales del Astilleros Astarsa en el Tigre ocuparon y tomaron rehenes por condiciones de trabajo y eligieron un “comité de ocupación” frente a la deserción de los delegados burocráticos, los ceramistas de Lozadur en Villa Adelina hicieron lo mismo por reincorporaciones. 

Hubo ocupacioness en Alba, Terrabusi, Citoplas, Matarazzo, Ferroductil, Di Paolo Hnos, y huelgas en Tensa, Wobron, Del Carlo, Editorial Codex, entre otras. Se tomaron colegios secundarios en Rosario, comunas en Tucumán, Buenos Aires, Santa Fe, hoteles, universidades, medios de comunicación, organismos públicos.

Una nueva camada de activistas se abrió paso al calor de estas luchas: huelgas, ocupaciones con toma de rehenes, desarme de guardias de seguridad patronales, medidas de autodefensa. La nueva etapa abierta profundizó el proceso de recuperación de comisiones internas, cuerpos de delegados y el surgimiento de agrupaciones antiburocráticas que estaban en marcha.

La preocupación principal de la burguesía, frenar el ascenso obrero post-cordobazo, se acrecentaba con las acciones obreras que la burocracia sindical no podía contener. Era una nueva fase ascendente y radicalizada de la lucha.

Las clases populares, y la clase obrera en especial, consideraban que debían pasar por ventanilla a cobrar su parte de la victoria que significaba, en su subjetividad, el regreso del peronismo al poder. El triunfo electoral debía trasladarse a la obtención de reivindicaciones concretas, a su expresión material. 

Los reclamos variaban: mejoras salariales, reincorporaciones, nuevos ritmos de producción, reclamos contra la insalubridad. Eran luchas reivindicativas que imponían con métodos de acción directa sus propios pliegos de reivindicaciones. Con las ocupaciones masivas se encendieron todas las alarmas de la burguesía.

El eje del gobierno era “restablecer el orden”.

El instrumento político seleccionado para tal fin, fue el Pacto Social. Gelbard (CGE) y Rucci (CGT), dos dirigentes que tenían en común no haber finalizado los estudios secundarios, se convirtieron en las piezas claves de la nueva etapa. “Si es necesario intervengo algún sindicato” garantizó Rucci a Otero, ministro de trabajo. 

La ofensiva de la derecha

La derecha peronista le declaró la guerra a la impotencia de Campora para frenar el proceso de alza y radicalización popular. Se organizó alrededor de Lopez Rega. Norma Kennedy fungía de armadora política. Reclutó fuerzas entre los federales de Anchorena, incorporó al coronel Osinde y sus militares retirados procedentes de las “cuevas” de inteligencia, al Comando de Organización de Alberto Brito Lima, a la Concertación Nacional Universitaria (CNU), a ex miembros de la OAS (oficiales del Regimiento de Paracaidistas del ejército francés combatientes en Argelia).

La primera victoria de esta fracción fue la caída de Galimberti. La excusa fue una declaración pública del “delegado de la juventud” acerca de la formación de milicias populares. “La de Galimberti es la primera cabeza que cae en pos de la gran pacificación nacional” declaró Lopez Rega a la agencia de noticias EFE.

El “brujo” contaba con un aliado estratégico: Licio Gelli, ex combatiente falangista de la guerra civil española, protector de los croatas criminales post Segunda Guerra Mundial, propietario de una fábrica de colchones, masón, creador de la logia Propaganda Due (P2) cuyo requisito indispensable exigido a sus miembros era la “fe anticomunista”. 

Gelli fue el responsable de persuadir a los Estados Unidos y al Vaticano de que el regreso de Perón al poder era el mejor antídoto contra el comunismo. El mundo atravesaba la “Guerra fría”. Para la P2, Argentina pasaba, además, a ser un objetivo de sus vastos negocios.

Gelli pudo lo que no pudo la Tendencia: colocar en el gabinete de Cámpora hombres de su riñón. Más tarde, una vez en el poder Perón, fue condecorado con la Orden del Libertador San Martín. A través de la relación P2-Kissinger, secretario de estado de EEUU, se estableció el llamado “nuevo diálogo” de cara a la tercera presidencia peronista en el marco de la “guerra contra el comunismo”. “Donde apunte Kissinger, sígalo usted” le ordenó Perón a su canciller. 

La segunda victoria de la derecha fue el 20 de junio de 1973, “la masacre de Ezeiza”. No fue una derrota militar. La Tendencia no fue preparada para combatir (y no lo hizo). Ezeiza fue para la izquierda peronista una catástrofe política. Una bisagra en la relación con Perón que sus direcciones no lograron asimilar a tiempo. En ese momento, Perón dejó en claro que su rol de bonaparte al interior del movimiento había concluido. Tomó partido sin ambages por los sectores de la “ortodoxia peronista”. En Ezeiza aparecieron de manera nítida, por un lado, la unidad entre la derecha peronista y la derecha gorila no peronista, ambas gangsteriles, y por otro, la participación del aparato del Estado, con todos sus recursos, al servicio de la represión ilegal. Ambos aspectos prefiguraron y anticiparon el escenario que más tarde se impuso en el país. 

Más de 70 ambulancias del ministerio de Bienestar Social trasladaron armas y matones, al Automóvil Club Argentino (ACA) aportó 15 grúas, 2 autos y 3 camiones para el operativo. 

La Juventud Sindical de la UOM, el Smata y la Uocra ocuparon instalaciones vecinas al aeropuerto, el CdeO tomó el control de las rutas de acceso, se instalaron francotiradores, el grupo de Osinde y la CNU coparon el palco. 

Según relata un participante de la jornada, hubo ahorcamientos de militantes con sus propios cinturones en el palco y militantes desarmados rematados a quemarropa. No existe número oficial de muertos y heridos. Verbitsky habla de 13 asesinados y 365 heridos. Según Félix Luna y los informes de los servicios de inteligencia castrenses los muertos superaron el centenar. Los sectores sociales responsables del bombardeo a civiles en Plaza de Mayo en el ´55 volvían a actuar criminal e impunemente contra las masas, esta vez de la mano del ex presidente bombardeado.

Al otro día, Perón utilizó la cadena nacional para referirse a los hechos. El mensaje fue claro contra la otrora “juventud maravillosa”. Los llamó infiltrados que “ingenuamente piensan que pueden copar nuestro Movimiento” y les advirtió que “cuando los pueblos agotan su paciencia hacen tronar el escarmiento”.

Montoneros sacó un afiche de fondo negro sin firma con la inscripción “Estos son los responsables de la matanza de Ezeiza” y los rostros de Lopez Rega, Lorenzo Miguel, Jorge Osinde, Alberto Brito Lima, José Rucci. Y se inventaron una nueva teoría para no romper con Perón: la teoría del cerco.

No sólo eso, seis días después de los hechos, las FAR y Montoneros emitieron un comunicado en el que sostenían su compromiso de “estrechar filas y consolidar nuestras fuerzas en torno del General Perón”

Miguel Bonasso, periodista y ex montonero, escribió con precisión “”esa teoría del cerco que tuvimos que inventar para no tener que blasfemar contra el Padre Eterno” y cuenta una recomendación recibida al respecto: “Tengan cuidado chicos, porque cuando salten el famoso cerco se lo van a encontrar al General esperándolos con una metra en la mano”.

El peronismo proscripto durante 18 años, en su regreso al poder y en su afán de liquidar el período de lucha ascendente y radicalización de las masas abierto por el Cordobazo, se transformó en Ezeiza en victimario de quienes contribuyeron activamente a su retorno y creían ver en ese peronismo, ilusoriamente, un camino de liberación nacional. 

Ezeiza determinó la caída de Cámpora. “Se acabó la joda” declaró Rucci al salir de la Casa Rosada ya con la renuncia del “Tío” acordada. En su cabeza tenía la idea de convocar un paro de la CGT para forzar, si fuese necesario, la eyección del presidente. El consejo directivo de la central obrera se había declarado en sesión permanente frente a esa eventualidad. Por si quedaban dudas, 24 horas antes del anuncio de la renuncia, Rucci movilizó decenas de micros a Olivos agitando el regreso del General a la Rosada, hasta que el propio Perón le ordenó retirar los micros y acabar con semejante provocación. 

El Pacto Social antiobrero

Pocos días antes, el 8 de junio la CGE, la CGT, la Federación Agraria Argentina y la Sociedad Rural rubricaron formalmente el Pacto Social. El objetivo principal era encorsetar las luchas obreras bajo la batuta de la burocracia sindical en el marco de una alianza de clases con el capital. “Unidad nacional” y “pacificación” contra el ascenso obrero y la independencia de clase. 

Se permitieron aumentos de los servicios públicos y se congelaron los precios. Los salarios aumentaron 20% y serían revisados al año siguiente de acuerdo al “aumento de la productividad”. Se congelaron las paritarias durante dos años y se firmó la paz social. “Con este acuerdo estoy firmando mi sentencia de muerte” vaticinó Rucci.

En los hechos, los salarios siguieron perdiendo poder adquisitivo, en primer lugar porque las patronales remarcaron los precios antes de firmar el pacto. Hubo desabastecimiento y floreció el mercado negro. Una oleada de nuevas luchas caracterizó a la etapa. La crisis internacional provocada por el aumento del petróleo agravó la crisis interna. Al poco tiempo, el Pacto Social empezaba a crujir y el movimiento obrero, con los sectores combativos y clasistas, se ponía de nuevo a la cabeza de los reclamos y las luchas.

La guerra de Rucci contra el movimiento obrero combativo

Dos días después de la renuncia de Cámpora un comando tiroteó la sede de la CGT cordobesa. También tirotearon los locales de Luz y Fuerza y del Smata. Obregón Cano y Atilio López negociaron con Rucci un “acuerdo de paz”: un plenario de las ’62 reunificó al sindicalismo peronista cordobés. El 1° de agosto la izquierda cordobesa conformó el Movimiento Sindical Combativo como respuesta. El frente único entre la izquierda y la izquierda peronista se había roto. La derecha metía la cola el centro proletariado rebelde. Se estaba cocinando el golpe provincial.

Tercera presidencia

El día posterior al golpe palaciego contra Cámpora, FAR y Montoneros emitieron un comunicado saludando el acceso seguro de Perón al poder. Incluso pedían que se busquen mecanismos legales para evitar una nueva elección. El 21 de Julio, ocho días más tarde, unas 80.000 personas se movilizaron a la quinta de Olivos para entrevistarse con el Líder. 

“Se rompió el cerco” tituló la tapa de El Descamisado, órgano de prensa monto, a pesar de que la decisión del General había sido una provocación: designó como contacto personal entre él y la juventud a… ¡Lopez Rega! 

Una semana más tarde la juventud recuperaba su lugar en el Consejo Superior Justicialista. Pero fueron Julio Yessi y Ana María Solá, dos loperreguistas a ultranza de la JPRA (jotaperra), agrupación financiada desde el ministerio de Bienestar Social para combatir a la JP, los representantes. 

Mientras tanto Lastiri echaba a Righi y Puig del gabinete, ministros del Interior y de Relaciones Exteriores respectivamente, y colocaba en su reemplazo a Benito Llambí y Juan Vignes.

La campaña electoral por la fórmula Perón-Perón esta vez quedó en manos de la burocracia sindical, que había alentado la candidatura de Rucci a vice, y la derecha. 

La Tendencia mantenía su capacidad de movilización. El 22 de agosto más de 40.000 personas participaron del acto convocado por Montoneros en el estadio de Atlanta. El 31, en el marco de una movilización en apoyo a los candidatos peronistas frente a la sede de la CGT, la JP movilizó más de 100.000 personas. Rucci abandonó el palco y ordenó subir el volumen de los parlantes que reproducían la marcha peronista para tapar las consignas agitadas. 

El 19 de septiembre el gobierno reconoció al gobierno golpista de Pinochet. Perón

advirtió a Cuba que “no haga el juego que hizo en Chile, porque en Argentina podría desencadenarse una acción bastante violenta”. Para Perón, el golpe de Pinochet estaba justificado y era responsabilidad de la izquierda. 

El domingo 23 de septiembre, el binomio Perón-Perón arrasó en las elecciones; colectiveros, trabajadores de la construcción y telefónicos seguían en conflicto; y Montoneros y las FAR anunciaron su fusión. 

Al día siguiente el presidente electo, según el periodista Ceferino Reato en su libro “Operación Traviata”, citó a Rucci en Gaspar Campos y le adelantó que iba a pedir la renuncia de toda la dirigencia gremial. “Usted quédese tranquilo, no le voy a aceptar la suya” le aclaró. Menciona que el lunes 24 hubo una reunión de los popes de la CGT donde Rucci transmitió, sin éxito, la idea de Perón. El objetivo: disolver las 62 y dirigir al movimiento obrero a través de la CGT. Cinco meses antes, en declaraciones al diario italiano La Nazione, Perón había dicho que “las ´62 son una especie de excrecencia política, una costra del movimiento justicialista, un forúnculo podrido”. 

En todo caso, real o no, el plan quedó trunco porque al día siguiente José Ignacio Rucci cayó muerto con 25 disparos en su cuerpo y las 62 pasaron a hegemonizar la representación de la burocracia sindical. La “Operación Traviata” fue un éxito militar. Una impecable ejecución de un plan quirúrgicamente diseñado, que seguramente hubiese sido incluido en el libro de Thomas de Quincey “Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes” de haber sido anterior a la obra literaria. Pero en el aspecto político, tuvo consecuencias terribles. Sirvió de trampolín a los sectores de la derecha y al propio Perón para lanzar una ofensiva en regla contra los sectores combativos. 

La ofensiva de Perón

“El asesinato de Rucci es la gota que derramó el vaso”. Así de simple fue la explicación de Perón a dirigentes políticos y sindicales. Ninguna organización se adjudicó la autoría del crimen, pero el presidente electo entendió que desde la izquierda de su Movimiento le habían tirado un cadáver en la mesa para forzar una negociación. Y fue usado como provocación para atacar a todo el movimiento obrero y popular combativo, en medio de acusaciones de que eran dirigidos por trotskistas.

Tres días después del crimen, en Olivos, ante el Consejo Superior Justicialista sostuvo que el Movimiento era objeto de una “agresión” externa” y remarcó “yo soy peronista, por lo tanto, no soy marxista”. 

Días más tarde, el diario La Opinión hizo pública la existencia de un “Documento reservado” (en cuya elaboración habría intervenido también Rucci, antes de su muerte) que establecía “drásticas instrucciones a los dirigentes del Movimiento para que excluyan todo abismo de heterodoxia marxista”.

Los gobernadores y sus vices electos fueron convocados por Lastiri para que el mismo Perón explique el documento en cuestión, que decía: 

“El asesinato de nuestro compañero Rucci, la forma alevosa de su realización, marca el punto más alto de una escalada de agresiones al Movimiento Nacional Peronista, que han venido cumpliendo grupos marxistas terroristas y subversivos en forma sistemática y que importa una verdadera guerra desencadenada contra nuestra organización y contra nuestros dirigentes”

“…el estado de guerra que se nos impone no puede ser eludido, y nos obliga no solamente a asumir nuestra defensa, sino también a atacar al enemigo en todos los frentes y con la mayor decisión”

Como afirma el periodista “Tata” Yofre, conocedor profundo del submundo de los servicios, el lenguaje utilizado no es casual. El documento habla de “enemigos” cuando ni los militares usan esa expresión, utilizan “oponente”. Define la situación como una “guerra”, argumento que más tarde servirá de base para la teoría de los dos demonios. En otras partes del texto se habla de organismos de Inteligencia paralelos a los institucionales, se da libertad de acción para iniciativas represivas descentralizadas. El “Documento reservado” puede entenderse como la partida de nacimiento de la Triple A.

En noviembre, ya Perón presidente tomó una iniciativa que apuntaba directamente al disciplinamiento del movimiento obrero. Agudizada la crisis internacional, el Pacto Social se volvió imprescindible para la burguesía. Perón presentó una reforma a la ley de Asociaciones Profesionales. Se trataba de una legislación anti huelga que reforzaba el poder de la burocracia sindical. Los diputados de la Tendencia respetaron la “disciplina de bloque” y la ley salió.

Para ese entonces el campo sindical mostraba claramente una fractura: direcciones burocráticas dependientes del estado y las patronales, por un lado, y, por otro, un activismo antiburocrático que recuperaba comisiones internas y cuerpos de delegados y encabezaba las luchas del período. La ley era contra estos últimos.

El 1° de Octubre fue “renunciado” el rector de la UBA, Rodolfo Puiggrós. Cuatro días después, le tocó el turno al jefe del ejército Jorge Raúl Carcagno. Más tarde al jefe de la Armada Carlos Álvarez. Su lugar fue ocupado por Emilio Massera.

Mientras tanto, Montoneros llevó adelante el “Operativo Dorrego”. Una tarea de reconstrucción en zonas inundadas en la provincia de Buenos Aires junto al ejército. Montoneros insistía con su integración al Estado y a las Fuerzas Armadas coherente con los planteos programáticos policlasistas de su nacionalismo burgués. Con la excusa del ataque del ERP al Regimiento de Caballería Blindada de Azul, el 20 enero de 1974, Perón arremetió para forzar la renuncia del gobernador Bidegaín de la provincia de Buenos Aires. El vicegobernador Victorio Calabró, hombre de la Uom y de Lorenzo Miguel, lo reemplazó. 

Además, impulsó una reforma del Código Penal que otorgaba autonomía plena a los jueces para actuar sobre los hechos que consideraban sediciosos, cercenando así las libertades políticas. 

Las reformas de los artículos 149 bis y 213 bis castigaban las huelgas y medidas de acción directa de los trabajadores no impulsadas por la burocracia sindical. La justicia ordinaria intervenía en los conflictos sindicales. 

Los diputados de la Tendencia pidieron una reunión y Perón les tendió una trampa: montó una escenografía y la reunión fue televisada. Les dijo que debían aceptar la decisión mayoritaria del bloque o irse del Movimiento. Los acusó de defender “otras causas y usar la camiseta peronista”. Y advirtió “si no tenemos ley, el camino será otro (…) y les aseguro que tenemos más medios (…) y lo haremos a cualquier precio” “si no hay ley, fuera de ley también lo vamos a hacer, y lo vamos a hacer violentamente”. Los ocho diputados de la JP renunciaron a sus bancas sin insinuar siquiera la construcción de alguna alternativa independiente.

Al fin y al cabo Perón tuvo la ley que tanto decía necesitar para reprimir sin salirse de los marcos legales, pero paralelamente, siguió reprimiendo fuera de esa ley. 

El 30 de enero, la Triple A emitió un comunicado informando que asesinaría “de inmediato en el lugar que se las encuentre” a una serie de dirigentes, entre ellos los dirigentes de izquierda y obreros Silvio Frondizi , Roberto Santucho, Nahuel Moreno, José Posadas, Armando Jaime, Reneé Salamanca, Agustín Tosco.

El 27 de febrero de 1974, un operativo policial con apoyo del gobierno nacional ejecutó un golpe de estado en la provincia de Córdoba contra el gobernador Obregón Cano y su vice Atilio Lopez. Cómo caracterizó Política Obrera, se trató de “una sedición policial-gangsteril como réplica contrarevolucionaria al Cordobazo producido cinco años antes”.

El 1° de Mayo de 1974 se produjo el retiro de la Tendencia del acto por el día del trabajador, realizado en Plaza de Mayo, ante las críticas en el discurso de Perón. Pero el 12 de junio volvería ante la convocatoria de Perón a una concentración de emergencia para defender el Pacto Social. Muerto Perón, el 1° de julio de ese año, Montoneros pasó a la clandestinidad. Pese al accionar terrorista parapolicial y la represión burocrática en los sindicatos, el proceso de radicalización continuo profundizándose: se recuperó la entonces más que poderosa UOM de Villa Constitución, etc. La movilización obrera llegó a su punto más alto con las Coordinadoras Fabriles y las huelgas generales de junio-julio del ´75 que hicieron trizas el Pacto Social e hirieron de muerte al gobierno derechista de Isabel Perón en alianza con la burocracia “rucista” y el lopezreguismo.,La burguesía y el imperialismo se orientaron entonces al golpe militar para derrotar el ascenso obrero y popular en un baño de sangrienta represión. 

El tercer gobierno de Perón y la burocracia sindical “ruccista” fueron incapaces de cumplir su “misión histórica”: frenar el ascenso obrero y clausurar la tendencia hacia la independencia de clase de la vanguardia. Frente al golpe la burocracia sindical se “borro” y pasó, en su gran mayoría, a colaborar con la labor represiva de la dictadura. 

Superar a la burocracia sindical antiobrera, (pro) empresaria (y represora) es una de las grandes tareas que se le planteara al movimiento obrero argentino en la próxima etapa.


Bibliografía:

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Política Obrera, edición del 29 de septiembre de 1973

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Revista “En Defensa Del Marxismo” N°49 (Marzo 2017)

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