Inflación mundial y su impacto en la crisis capitalista

La inflación mundial se ha disparado. En Estados Unidos escaló, en términos interanuales, al 6,8% en noviembre, el peor dato registrado en 39 años. Pero esta situación se reproduce en los países industrializados. 

El Índice de Precios al Consumidor (IPC) en la zona euro ha subido hasta el 4,9% en noviembre, según Eurostat. Es la cifra más alta en la serie histórica de la oficina europea de estadísticas, que arranca en 1997. Esta subida estaba anunciada. Analistas y bancos centrales lo habían advertido. Pero no por eso es menos sorprendente ver la inflación en unos niveles que Europa no ha conocido en varias décadas.

En países como Alemania, con una opinión pública y política siempre sensible a los movimientos de los precios, el salto ha sido en un solo mes de 1,4 puntos, al llegar su IPC anual al 6%. Bélgica se sitúa en algo más del 7% y le superan los tres países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia). España, por su parte, asciende al 5,6%. Los únicos países de la zona euro en los que podría hablarse de una inflación contenida son Francia (3,4%) y Portugal (2,7%).

Tampoco China escapa a este cuadro, con una suba del 2,3% interanual, anunció hoy la Oficina Nacional de Estadística.

Se trata de un salto importante respecto del 1,5% de octubre y el crecimiento más destacado desde agosto de 2020, vinculado especialmente con el incremento de los precios en el sector alimentario, indicó un responsable de la oficina estadística, Dong Lijuan. En particular se encareció la carne de cerdo, la más popular en China, que subió un 12,2% de un mes a otro.

Por el peso cada vez más gravitante en la economía mundial, la inflación china acecha a los compradores mundiales. Los precios de consumo siguen estables en el país, pero las fortalezas exportadoras dan poder de fijación de precios a los fabricantes. Los precios de consumo del país siguen estables pese a la subida de las materias primas. Pero crece el riesgo de que los fabricantes la trasladen a los consumidores locales.

El combustible para el transporte subió un 23% interanual. La escasa demanda local de ropa y electrodomésticos de este año también ha disuadido a muchos productores de subir mucho los precios.

La feroz competencia nacional hace que los principales fabricantes tengan que absorber el aumento de costes, lo cual ayuda a mantener estables los precios. Pero este bajo nivel de precios al consumo parece improbable que se mantenga en el tiempo. El repunte de las materias primas ha puesto en jaque las cadenas de suministro, que ya sufrían escasez de mano de obra, los cierres por el Covid y otros cuellos de botella. La inflación en fábrica alcanzó un récord del 10,7% en septiembre, lo que supone un recorte sin precedentes de los márgenes. Para empeorar las cosas está la escasez de carbón. Es un enorme dolor de cabeza para Pekín, que intenta mantener el crecimiento sin avivar aún más los precios de las materias primas.

Las exportaciones no serán inmunes. Con la demanda de productos chinos en el extranjero, que han conquistado un mercado donde ha alcanzado una supremacía indiscutida, eso significa más poder de fijación de precios para los fabricantes chinos. Por lo pronto, el índice de precios al productor aumentó un 13,5% en octubre con respecto de hace un año. El aumento del mes pasado fue el más rápido desde que el gobierno comenzó a publicar estos datos a mediados de los años ’90, según Eikon Refinitiv.

Y ahora parece que los costos más elevados se están filtrando hacia abajo. “Nos preocupa el traspaso de los precios de producción a los precios de consumo”, dijo Zhiwei Zhang, economista jefe de Pinpoint Asset Management, con sede en Hong Kong. “Las empresas habían logrado utilizar sus inventarios de insumos como un amortiguador para evitar trasladar los costos más altos a sus clientes, pero sus inventarios se han agotado”. El Ministerio de Comercio de China emitió un aviso en el que ordenaba a los gobiernos locales que alentaran a las familias a abastecerse de alimentos y otros artículos de primera necesidad, ya que el mal tiempo, la escasez de energía y las restricciones de Covid-19 amenazaban con interrumpir los suministros. La repentina advertencia provocó compras de pánico entre el público y una frenética especulación en Internet.

Las autoridades atribuyeron el aumento de la inflación en los precios al consumidor al incremento de los costos de las verduras y el combustible. Los precios de las hortalizas se dispararon un 16% en octubre, principalmente debido a las fuertes lluvias y al aumento de los costos de transporte, según una declaración de Dong Lijan, estadístico senior de la NBS. El clima extremo ha perjudicado a las cosechas, y las autoridades han reconocido que el coste del transporte entre regiones podría aumentar debido a las estrictas medidas destinadas a contener los brotes de Covid-19.

La actual escasez de energía fue también el principal factor que contribuyó al aumento de la inflación de los precios de producción, ya que el coste de la extracción y el procesamiento del carbón ha subido. La segunda economía del mundo ya está creciendo al ritmo más lento en un año, a medida que los problemas energéticos, las interrupciones en el transporte marítimo y el agravamiento de la crisis inmobiliaria hacen mella.

Desde un punto de vista general, el incremento de los precios de la energía y la alimentación han estado a la cabeza de esta escalada, abriendo paso a una crisis energética y catástrofe alimentaria de grandes dimensiones.

¿Es probable que esta tendencia se prolongue en el tiempo? ¿Estamos en presencia de una inflación temporal o duradera? Hasta hace poco, la mirada de los principales voceros y funcionarios de la burguesía mundial era que se trataría de un fenómeno transitorio. Según la interpretación dominante en los círculos oficiales, del mundo financiero y de los negocios, que existía “un exceso de demanda”. Durante el coronavirus, los consumidores se vieron obligados a interrumpir consumos tradicionales y han acumulado ahorros que no podían gastar. Pero ahora que la economía empieza a salir de las restricciones del Covid, la población ha acelerado el gasto y los volúmenes de compra. Según este punto de vista, la situación se normalizará una vez que se acomode la oferta y se restablezcan las cadenas de suministros globales interrumpidas por la pandemia. Esta tesis era sostenida por el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos y compartida por muchos de sus pares europeos. Los bancos centrales apostaban a que la subida era coyuntural y que, entrado 2022, la inflación perdería fuelle, aunque también empezaban a admitir que el aumento del IPC es más vigoroso de lo que esperaban en principio.

Esta tesis se fue haciendo cada vez se hace más insostenible a la luz del panorama mundial en desarrollo. Por lo pronto, el hecho de que los precios mayoristas sean los que lideran la escalada, con índices muy elevados, auguran un recorrido alcista como consecuencia altamente probable de un traslado a los precios al consumo. España, justamente, registró en septiembre un incremento del 23,6% de sus precios mayoristas debido al encarecimiento de la energía. De acuerdo con el informe del organismo estadístico oficial, INE, se trata de su mayor alza en 44 años. 

El motor de esta disparada estuvo en la energía, que elevó su variación anual 18,6 puntos hasta el 59,8%, su tasa más alta desde el inicio de la serie. El índice mide los precios que cargan las plantas industriales. Las generadoras subieron un 305%, respecto del año pasado, el cobro de la energía eólica y un 239% anual la térmica. La comercialización de energía eléctrica, en tanto, se incrementó 25% contra un año antes. Si bien España se destaca, el conjunto de la Unión Europea marcó avances inéditos en los precios. El índice mayorista de la zona euro tuvo en agosto un incremento interanual del 13,4%, de acuerdo con Eurostat, la oficina comunitaria de estadística.

Huelga de inversiones

Este optimismo encubre la crisis de fondo reinante en la economía mundial que se deriva de contradicciones cada vez más explosivas del orden social capitalista. La inflación actual no viene por el lado de la demanda sino de la oferta. La caída de la oferta se constata en que con anterioridad al estallido del Covid ya se venía registrando una curva descendente del comercio internacional y de la producción, en primer lugar la industrial. Antes de la pandemia, el mundo ya estaba entrando en recesión. Venimos asistiendo a una huelga de inversiones, lo que explica la anemia en que se encuentra la economía mundial. Esto tiene como telón de fondo una enorme crisis de sobreproducción y sobreacumulación de capitales, que ha ido de la mano de una caída de la tasa de beneficio, que se ha derrumbado. Esto frena la inversión -y por consiguiente el crecimiento económico-, cuyo motor y factor de impulso principal es el lucro capitalista.

Esto se ve claramente en el caso de la energía. Estamos frente a fuertes reducciones en la inversión, exploración y producción de combustibles fósiles, que está poniendo en jaque a muchas economías, que han llegado al extremo de paralizar su actividad por la escasez de combustibles, a lo que se agrega un brutal encarecimiento. La baja de la producción es una reacción de los capitalistas al hecho de que se fueron estrechando las oportunidades de una explotación redituable. Recordemos que los precios de los combustibles venían declinando y con la pandemia pasaron a ser negativos, lo cual empujó a la quiebra a una serie de petroleras mas débiles.

El semanario inglés The Economist (25/9) afirma, en el caso del petróleo, que “el gasto de capital anual de la industria ha caído de $750 mil millones en 2014 (cuando los precios del petróleo excedieron los $100 el barril) a un estimado de $350 mil millones este año” (donde dice $, se refiere a dólares). Ahora mismo, en Estados Unidos, “los perforadores de no convencionales estadounidenses son reacios a impulsar la producción porque creen que perjudica su rentabilidad y desanima a los inversores” (Ámbito –4/10-, extraído de Prensa Obrera, 7/10). El alto grado de monopolización de la economía capitalista ha potenciado esta tendencia. La actividad petrolera tiene una estructura oligopólica y cartelizada que aprovecha su dominio de la producción para fijar cupos de producción y así aumentar los precios, sin necesidad de incrementar las inversiones.

Las medidas para enfrentar el cambio climático y el calentamiento global actuaron como un factor adicional, pues el aumento de impuestos, restricciones y sanciones a las explotaciones convencionales (entre las cuales, hay que incluir también la industria del carbón) echaron más leña al fuego a la retracción de la explotación capitalista, reacia a asumir el costo de una reconversión energética. La guerra comercial mete también su cola, como lo revela el creciente conflicto en Europa respecto del abastecimiento del gas ruso, cuando el continente soporta serias penurias en la materia y los precios se han disparado, lo cual contribuye a caotizar un escenario ya de por sí agitado. La resultante es que enfrentamos una merma de la energía tradicional sin que exista un remplazo por energías alternativas. No se vislumbra que esto se revierta en el corto plazo con lo cual todo indica que el encarecimiento de la energía está lejos de ser una cuestión transitoria.

Cadena de suministros en colapso

La ruptura de la cadena de suministros global es señalada como otro de los motores principales de la inflación. La lectura más usual es que esto es provocado por el Covid, lo cual nuevamente abona la idea de que se trata de un fenómeno pasajero. Sin embargo, esto oculta más de lo que esclarece. La proliferación del virus en los países que constituyen la principal fuente de abastecimiento de productos e insumos, en primer lugar en los asiáticos, ha retraído su producción. Asimismo, el contagio en los principales puertos, que afecta a los trabajadores de ese ámbito (el 80% del comercio internacional se hace por transporte marítimo), ha obligado a interrumpir la carga en las embarcaciones provocando retrasos y aglomeraciones en los puertos de salida de la mercadería que luego se replican en los puertos de destino.

Pero lo que no se dice es que esto está asociado a la enorme desigualdad en el acceso a las vacunas. Mientras que en los países industrializados, la inmunidad supera el 60%, los porcentajes son dos o tres veces menores en los países emergentes. La distribución masiva de la vacuna choca con el monopolio de las patentes en manos de los grandes laboratorios y su acaparamiento por parte de las metrópolis capitalistas, que vienen librando una verdadera guerra entre sí y buscan sacar el mayor provecho en detrimento de sus rivales en la crisis sanitaria. El capitalismo no solo está en el origen de la pandemia (no estamos frente a una catástrofe natural sino ante el producto de la acción humana a expensas de la vida y la salud de la población, así como del hábitat y el medioambiente), sino que se ha revelado como un escollo fundamental para la salida de ella. En un mundo globalizado es imposible que una nación aislada se libere del flagelo del coronavirus. Más aún, está expuesto en forma recurrente a un recrudecimiento del mismo con la aparición de nuevas cepas más peligrosas, como lo ocurrido con la variante Delta, lo que ahora ya viene ocurriendo en los principales países europeos, con lo que ha pasado a denominarse como una “cuarta ola”.

En el análisis es necesario incorporar que las cadenas de abastecimiento funcionan en forma cada vez más generalizada bajo la premisa del just in time. Este principio no solo rige para el mercado interno sino que se ha impuesto a escala mundial. En este marco, las cadenas han bajado sus costos, han logrado mayores ahorros y se han vuelto más rentables pero, contradictoriamente, son más vulnerables a las interrupciones en sus suministros. Esto es lo que explica la escasez de productos básicos pero también de insumos, provocando una parálisis del proceso de producción. Al mismo tiempo, está provocando un encarecimiento sin precedentes de los fletes al multiplicar los precios de los containers por diez, echando más leña al fuego a las tendencias inflacionarias. Es necesario no perder de vista que en los cuellos de botella en la cadena de abastecimiento lo que va tomando relevancia es la escasez masiva de conductores de camiones en Estados Unidos y Reino Unido. Esta escasez no solo es producto de la pandemia sino que proviene de años de trabajo flexibilizado y bajos salarios, que vienen sometiendo a los trabajadores a una superexplotación. Pese a que todos esos procedimientos han revelado su enorme fragilidad y que dista mucho de la racionalidad que reivindica su defensor, el capital no está dispuesto a abandonarlo, pese a que pone en peligro el funcionamiento económico mundial.

Fracaso de los rescates

Un lugar central en el análisis que no queda relegado a un segundo plano es el gigantesco rescate del capital. Los recursos destinados al salvataje del capital no tienen antecedentes en la historia del capitalismo. Basta señalar que la compra de activos por parte de la Reserva Federal ha pasado de un billón a 8 billones de dólares entre 2008 y el momento actual. El principal salto tuvo lugar en los últimos dos años. La emisión ha ido de la mano del endeudamiento. Los principales países industrializados han seguido este mismo camino. Se ha revelado que esto está lejos de ser inocuo y es lo que ha terminado por disparar la actual escalada inflacionaria. Estamos en presencia de una creciente desvalorización del dólar -agreguemos, el euro y el yen-, que abre la perspectiva de un abandono del dólar y de los principales medios de pagos aceptados internacionalmente, y un refugio en el oro o en otros activos que funcionen como reservas de valor. En caso de afirmarse esta tendencia, provocaría una dislocación del mercado y la economía mundial, así como un salto en la crisis capitalista. La inflación en forma inmediata ya está provocando una caída de la cotización de los títulos públicos de la deuda, haciendo cada vez más difícil el financiamiento de los Estados. Esta situación ha colocado en la agenda de debate el aumento de la tasa de interés. La Reserva Federal anunciaría en marzo un aumento de la tasa de interés y se contemplarían dos incrementos más durante el año.

Estos trascendidos, lejos de atenuar, han acentuado la inestabilidad y el nerviosismo de los mercados. Es que un incremento de la tasa de interés terminaría por echar por tierra el repunte económico actual (más que una recuperación, hay que hablar de un rebote). A lo sumo, las naciones están volviendo a los niveles prepandemia, que ya se caracterizaban por la entrada a una recesión. Ese escenario se está acentuando porque asistimos, en la actualidad, a una desaceleración del crecimiento de Estados Unidos, al 2% en el tercer trimestre, la tasa más baja luego de la recuperación de la pandemia. En China, a su turno, el crecimiento cayó al 4,9% interanual, en tanto el gobierno alemán rebajó en un punto su pronóstico de crecimiento, que cayó al 2,6%. De conjunto, el FMI revisó a la baja las previsiones de crecimiento mundial.

La inflación coexiste con una desaceleración económica. Estamos, por lo tanto, frente a un escenario de stagflation (recesión con inflación). Lejos de expresar un proceso de repunte y revitalización capitalista, la inflación está expresando el fenómeno contrario: su falta de vitalidad, y el fracaso en hacerlo reaccionar a través del rescate multimillonario y los planes de estímulo puestos en marcha por el Estado. Lejos de estimular la producción, la ayuda estatal ha ido a la esfera especulativa, incluida la recompra de sus acciones por parte de las empresas beneficiadas.

Por supuesto, no nos debemos olvidar que el aumento de la tasa de interés podría llevarse puesto a un sinfín de empresas altamente endeudadas y que han pasado a la categoría de “zombis”. Del mismo modo, provocaría un terremoto en las bolsas, pues gran parte de las inversiones se encuentran apalancadas. Un aumento de los índices de incobrabilidad arrastraría a los bancos y otros operadores financieros no tan formales, que son los que han prestado el dinero. El remedio podría resultar peor que la enfermedad y consolidar un cuadro de depresión mundial -que es lo que explica las crecientes vacilaciones de los gobiernos y de sus bancos centrales, que no saben para dónde patear, aumentando el riesgo de que cualquier reacción termine siendo tardía. 

La Reserva Federal ha dispuesto ir reduciendo paulatinamente hasta cesar del todo la compra de activos. Al contrario, todo parece indicar que el Banco Central Europeo, en cambio, seguirá manteniendo su compra de activos y ha vuelto a reiterar que no está previsto una subida de los tipos de interés. La decisión de continuar con la compra de activos tiene que ver con la delicada situación en que se encuentran las economías endeudadas de la eurozona. Como dijo el economista jefe de Commerzbank, Joerg Kraemer, al Wall Street Journal: “Al contrario que el BCE, la Reserva Federal está saliendo realmente del negocio de la compra de bonos. La FED simplemente no tiene a Italia para apoyar” (y agreguemos España, Irlanda y otros países meridionales de la Unión Europea). 

En lo que antes se consideraba una situación ‘normal’, un aumento de la inflación habría traído consigo una subida de los tipos de interés. Pero los cimbronazos últimos de las bolsas dan cuenta de la extrema volatilidad en los mercados que puede derivar en un derrumbe de características ingobernables. Viene al caso señalar que incluso un ascenso de la tasa de interés no es, sin embargo, una garantía para reducir la inflación. La masa de capital ficticio es tan enorme que puede tornar ineficaces las restricciones monetarias que se adopten. Las acciones podrían seguir subiendo incluso en caso de endurecimiento de las condiciones monetarias. El manual clásico sería que, si los tipos de interés suben, las acciones bajan. La realidad es que hay tanta liquidez ahí fuera, hay tanta demanda para obtener un rendimiento de los activos que en última instancia haría falta un endurecimiento mucho más agresivo para hacer caer las acciones. Por otra parte, es necesario tener presente que en un contexto de alta inflación como el actual, las tasas de interés, aún con un retoque hacia arriba como la que se baraja, sigue siendo negativa y por lo tanto no serviría como un antídoto para recortar el endeudamiento en la medida que se pretende. 

Si se aspirara a una tasa de interés positiva habría que apelar a un expediente similar a lo que hizo el ex presidente de la FED, Paul Volcker, para poner fin a las altas tasas de inflación de la década de 1970. La tasa de interés alcanzó un récord del 20 por ciento a fines de 1980, mientras que la inflación alcanzó un máximo del 11,6 por ciento. Pero, todavía se necesitaron años para lograr una inflación más baja y solo después de sufrir la depresión económica más profunda del período de posguerra hasta la fecha -es decir, la de 1980-82.

Algunos economistas marxistas advierten, con fundamento, sobre la ineficacia, que cada vez se hace más visible, de la política monetaria, lo cual corrobora que la inflación no es un ‘fenómeno monetario’, como argumentan los monetaristas. Así como la expansión monetaria no ha servido para un relanzamiento económico duradero en el tiempo y ni siquiera para revertir las tendencias deflacionarias; del mismo modo, lo inverso, una contracción monetaria, no resulta el medio para neutralizar la inflación. 

“La inflación de los precios de producción depende en última instancia de lo que está sucediendo con la generación de nuevo valor en una economía, y eso depende de la tasa de acumulación del capital y la rentabilidad de ese capital. Las tasas de inflación alcanzaron mínimos de posguerra en la década de 2010 a pesar de la “flexibilización cuantitativa”, porque el crecimiento del PBI real se desaceleró a la par de la declinación de la inversión y la productividad” (Michael Roberts, “El dilema de los bancos centrales”, Sin Permiso, 19/12). Todo lo que hizo la política monetaria fue contrarrestar -e incluso débil y parcialmente, las tendencias deflacionarias. En otras palabras, sin este bombeo, la caída de los precios hubiera sido aún más sensible. Las oscilaciones de los precios dependen de las fases ascendentes y declinantes, de prosperidad y crisis, inherentes al ciclo económico capitalista. Lo que sí provocó la expansión monetaria fue la inflación -y agreguemos la más grande la historia- de los activos financieros y de la propiedad con el desplazamiento de los capitales a la esfera especulativa.

Obviamente, si es válida la perspectiva que aquí señalamos, y la anemia y un freno de la actividad económica prosperan, eso va a oficiar de causa contrarrestante de las tendencias inflacionarias. Pero eso no puede hacer perder de vista, en nombre de una delimitación válida y necesaria con el monetarismo, que la emisión sin respaldo prolongada en el tiempo -y más aún cuando se viene haciendo en forma gigantesca y sin precedentes como ahora- es una fuente de inflación. Marx distingue las leyes de circulación del dinero (aquí encaja su crítica a la teoría cuantitativa) de lo que él llama “la ley específica de la circulación de billetes”1Esta distinción queda muy clara en un pasaje de El capital, de Marx: “la cantidad de los billetes de papel está determinada por la cantidad de dinero de oro que los mismos representan en la circulación y, puesto que solo son signos de valor en la medida en que lo representan, su valor está simplemente determinado por su cantidad. Por lo tanto, mientras que la cantidad del oro circulante depende de los precios de las mercancías, el valor de los billetes de papel circulante depende exclusivamente, por el contrario, de su propia cantidad” (Marx, 1980: 107-108).. Lejos de ser inocua, la emisión en este contexto echa leña al fuego de la inflación y, más aún, puede disparar una hiperinflación. Ni qué hablar que, de darse este escenario, asistiríamos a un salto en la crisis capitalista, pues una depreciación marcada del dólar y de las otras divisas aceptadas internacionalmente desataría un abandono de las mismas, como señalamos más arriba hacia otros activos más seguros como reserva de valor.

Polvorín social

La inflación, por lo pronto, alimenta un cuadro social cada vez más explosivo. En Estados Unidos, la carestía que se da en los alimentos tuvo un salto en lo que va del año del 5,4%, pero hay rubros como carnes vacunas, aves, pescado y huevo que se acercan al 12% de aumento. El costo de un tanque de nafta aumentó casi un 50 % en los últimos doce meses. Los precios de la energía subieron un promedio del 30%. Los autos usados aumentaron 26% y los nuevos casi un 10%, mientras los alquileres sufrieron aumentos también en forma significativa por encima de los dos dígitos. La Reserva Federal anunció que la deuda de los hogares estadounidenses alcanzó un máximo de 15 billones de dólares. Esto hace estragos en los bolsillos de los estadounidenses, donde el salario medio gira alrededor de los 20 dólares la hora.

Esto es lo que está en la base de la ola de huelgas que se está registrando en Estados Unidos (John Deere, Volvo, Dana, Kellogs, enfermeros y docentes de diferentes condados, etc.). El aumento de la conflictividad laboral en 2021 ya venía precedido por el incremento en 2020, que se entrecruza con la rebelión que estremeció la vida política norteamericana. El escenario actual está aumentando el malhumor social y la decepción con el gobierno de Biden, que ya viene a los tumbos, tanto en el frente interno como externo, luego de la retirada ignominiosa de Afganistán. En Estados Unidos se están creando las condiciones para una nueva irrupción popular.

El aumento de los precios de los alimentos aumenta el hambre en todo el mundo. La aceleración de la inflación y la ruptura de las cadenas de abastecimiento están incrementando los productos básicos de consumo. El índice Alimentarios de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que mide las variaciones de la canasta básica, señala que los precios son 30% mayores que hace un año. Esto se combina con la crisis energética, haciendo prohibitivos el precio de combustibles y de energía, que, a su vez, incide en el costo de los demás productos. De modo tal que a las penurias ya existentes por la pandemia y la recesión se le une el flagelo de la inflación. Crece, en este marco, el número de pobres a escala global, categoría en la que cada vez se incorporan más asalariados y trabajadores formales, cuyos ingresos se han licuado con la inflación.

En este contexto, Latinoamérica es la región con inflación más alta del mundo en 2021, superando el 9%. Esto convierte a nuestra región en un polvorín social, más de lo que ha sido hasta ahora, y augura una nueva ola de levantamientos. Argentina, obviamente, no escapa a esta tendencia, con más razón si tenemos en cuenta los estragos que está provocando la inflación, licuando los salarios y produciendo un salto en los niveles de pobreza. Ni qué hablar que un aumento de la tasa de interés que asoma cada vez con más fuerza haría todavía más agobiante y oneroso el peso de la deuda externa de las naciones latinoamericanas, que estarán sometidas a condicionamientos y presiones mayores para su pago por parte del FMI, bonistas y acreedores. La necesidad de una acción y salida política, a escala continental, de los trabajadores de la región, adquiere más actualidad que nunca.


Nota:

1. Esta distinción queda muy clara en un pasaje de El capital, de Marx: “la cantidad de los billetes de papel está determinada por la cantidad de dinero de oro que los mismos representan en la circulación y, puesto que solo son signos de valor en la medida en que lo representan, su valor está simplemente determinado por su cantidad. Por lo tanto, mientras que la cantidad del oro circulante depende de los precios de las mercancías, el valor de los billetes de papel circulante depende exclusivamente, por el contrario, de su propia cantidad” (Marx, 1980: 107-108).

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