Venezuela, una victoria de las masas


El referendo del 15 de agosto pasado en Venezuela fue testimonio de una movilización de masas extraordinaria. La inédita afluencia de votantes (92% del padrón) expresó la inscripción masiva en los registros electorales de las franjas más explotadas de la población.

 


El aluvión de votos de los explotados ahogó en el nido la tentativa de cuestionar la transparencia y validez del comicio, algo que habría provocado un levantamiento popular.


 


Desmoralización, viraje

 


Las evidencias de una victoria clara de Chávez ya estaban presentes varias semanas antes de los comicios. Aunque el reconocimiento, por parte del gobierno, de las firmas reunidas por los gorilas abrieron una peligrosa crisis en el chavismo, el proceso de obtención de esas firmas había sido realmente penoso para la oposición. Una evidencia de esto saltó, en definitiva, en los comicios del 15 de agosto, donde la oposición obtuvo apenas doscientos mil votos más que las firmas recogidas. La desmoralización de la oposición gorila se expresó en medio de la propia campaña electoral, cuando sectores de la burguesía y del propio movimiento “escuálido” se retiraron de la coalición opositora (por ejemplo, Fedecámaras).


 


Este desbarranque gorila se produjo en el marco de un viraje del imperialismo respecto del proceso político en Venezuela. Ya con algunas semanas de antelación al comicio, los voceros de los monopolios petroleros internacionales abogaban por una victoria clara de Chávez, la cual, decían, “pondría fin a la inestabilidad política en Venezuela”. El giro del imperialismo no se explica solamente por el temor que inspiraba la movilización popular en apoyo de Chávez, sino también por la propia impasse de su política mundial. Mientras se desarrollaba la crisis venezolana, se venía abajo un vasto operativo dirigido a inundar al mundo de petróleo y derrumbar su precio, mediante la presión para que las naciones productoras privatizaran sus reservas y empresas petroleras y desregularan la inversión extranjera. El empantanamiento de la escalada imperialista en Irak y la crisis desatada en las filas de los gerentes restauracionistas rusos en torno de la petrolera Yukos fueron la expresión más manifiesta de este fracaso del imperialismo.


 


Nacionalismo petrolero


 


El nacionalismo de Chávez tiene como eje una redistribución de la renta petrolera que era evadida por PDVSA a cuentas bancarias en el exterior en beneficio del Tesoro venezolano. Chávez ha frenado el vaciamiento de la empresa estatal de petróleo (PDVSA) (también interrumpió su política de endeudamiento contra las reservas petroleras). Pero, en particular, en los últimos meses, reforzó lo que se conoce como la “apertura petrolera”, o sea las asociaciones y contratos con los pulpos del sector (tanto en extracción como refinación). En medio del proceso electoral, el chavismo cerró importantes acuerdos para la exploración y extracción de petróleo y gas, entre ellos, con Chevron Texaco para procesar el crudo de la franja del Orinoco. El eje “programático” de la campaña electoral de los escuálidos fue, por el contrario, la privatización petrolera (completa libertad de acción para PDVSA y retornó a las ‘escuálidas’ regalías anteriores a Chávez).


 


La posibilidad de esta política de asociaciones de contratos está, sin embargo, fuertemente atada a la persistencia de precios altos en el mercado internacional. Pero incluso un mercado alcista puede producir contradicciones, como un alza de las tasas de interés y una recesión mundial. La crisis mundial condiciona la política de nacionalismo petrolero fiscal.


 


La política chavista no plantea una reorganización del país sobre nuevas bases sociales, sino un reparto capitalista diferente (y objetivamente transitorio) de dicha renta. Es significativo en este sentido que, al calor de la “apertura petrolera”, esté abogando por la subordinación de PVDSA al Consejo de Seguridad nacional.


 


Revolución latinoamericana


 


La derrota del gorilismo ‘escuálido’ forma parte de un período que arranca del caracazo de 1989, el cual se manifiesta en toda América Latina.


 


El chavismo, al igual que Kirchner, Lula o el ecuatoriano Gutiérrez, emergen en un cuadro de desplome de los partidos tradicionales, bancarrota imperialista y levantamientos populares son la obligada manifiestación de un cambio de parte de la burguesía nacional (e incluso el imperialismo) ante la catástrofe. El paralelismo de clase no obsta, sin embargo, para trazar una diferencia importante de grado entre el proceso chavista y el resto.


 


Chávez emergió como líder popular al frente de la insurrección popular de 1992. Desde entonces, los “piqueteros” venezolanos -las franjas más activas y explotadas de la clase obrera de ese país-constituyen su base de apoyo, a la que recurre en sus choques con el imperialismo, dentro de los límites que le impone su condición de defensor del Estado capitalista. El nacionalismo de Kirchner opera, en cambio, dentro de su necesidad de maniobrar frente al pueblo que protagonizó el Argentinazo. Por lo demás, a Kirchner lo caracteriza el ataque político e incluso represivo contra el movimiento piquetero. La misma impostura aparece en el parangón que los izquierdistas pretenden trazar entre Chávez y Lula. Los Lula y los Kirchner siguen una política de contención del proceso venezolano, con los métodos de la llamada “diplomacia continental”. Este es el papel que jugaron Kirchner y Lula en Bolivia, a favor del salvataje de Mesa, o en Haití, concurriendo con el envío de tropas.


 


Organizar a la vanguardia obrera


 


La victoria electoral ha quebrado a la oposición gorila y dado a Chávez una mayor capacidad de arbitraje entre las masas y el imperialismo. Pero este resultado ha trasladado el eje de la crisis política del país al interior del propio chavismo. Estos síntomas de crisis ya se habían expresado durante la propia campaña del referendo, cuando el comando electoral oficialista debió ser disuelto en medio de acusaciones de pasividad frente a la campaña de la derecha y, en particular, por haber reconocido como válidas las firmas que la oposición no había logrado reunir.


 


La situación que emerge del referendo es de desintegración de la derecha proimperialista y de mejores condiciones para una ofensiva popular. Estas condiciones desafían aún más la responsabilidad política del clasismo obrero, que tiene una importante presencia en Venezuela, por ejemplo, en Valencia y en Puerto La Cruz y también en el Estado de Bolívar y Caracas: ocupar las empresas que sabotean la economía y despiden trabajadores, para ponerlas a funcionar bajo control obrero: establecer el control obrero de PDVSA; reclamar la constitución de un Consejo Económico con mayoría obrera, responsable ante un congreso de bases de todos los trabajadores y explotados del país. La lucha por esta perspectiva exige de una delimitación implacable del chavismo y de sus límites insuperables, para que las masas venezolanas no culminen esta extraordinaria experiencia política atrapadas en otro fracaso del nacionalismo burgués. A la política del seguidismo a Chávez, le oponemos la construcción de un partido obrero independiente de la burguesía, que luche por la Unidad Socialista de América Latina.


 


El objetivo estratégico es emancipar a las masas y al proceso político mismo de la dirección del chavismo, lo cual comporta una estrategia política definida. Es necesario partir de que los problemas de la lucha de clases en Venezuela y las necesidades de las masas superan incluso los objetivos chavistas más radicales, como sería el de poner en marcha (¡de una vez!) la reforma agraria con el latifundio ocioso. En Venezuela está en desarrollo una enorme lucha por el control de los lugares de trabajo (despidos, flexibilidad, lock-out), que plantea objetivamente el control y la gestión obreras -anatemas para el nacionalismo burgués.


 


Se desprende, entonces, la necesidad de delimitarse del chavismo, señalar sus límites de clase y elaborar un programa de transición que encarne los problemas de las masas y las movilice a la revolución social.


 

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