Maoísmo y Marxismo. Retrato de una debacle


En los últimos años una de las pruebas más palpables de la decadencia política del maoísmo fue su presiente identificación con los sectores más reaccionarios del nacionalismo burgués. En la Argentina este proceso se manifestó abiertamente desde 1975 con el apoyo a Isabel y el lopezrreguismo, el seguidismo a la burocracia peronista y la enfermiza denuncia de la infiltración “rusa” en el gobierno militar. El maoísmo fue abandonando progresivamente su primitivo aspecto ultra revolucionario para afianzar una nueva fisonomía tercermundista, totalmente indiferenciada del nacionalismo.


 


Un economista, Samir Amin, ha sistematizado todo este proceso de involución política y en sus cuatro últimos libros difundidos en la Argentina, incursiona desde la nueva óptica nacionalista en los campos más diversos de la teoría marxista.


 


La tesis central de Amin es que la lucha de clases en el mundo ha sido definitivamente reemplazada por la oposición entre el “centro” y la “periferia". Considera que el proletariado de las naciones desarrolladas está totalmente integrado al régimen capitalista y que “el internacionalismo proletario de nuestra época, no puede ser otra cosa que la solidaridad antiimperialista con los pueblos de la periferia"(l). Se pronuncia por la "tercera vía”, es decir la constitución de un bloque de los países atrasados encabezados por China con el objetivo de librar una batalla común contra los “dos imperialismos”.


 


Se trata de una concepción muy poco original y que ha sido repetida desde Perón hasta Komeini por infinidad de líderes nacionalistas burgueses en los países coloniales y semicoloniales. Lo curioso de Amin, es su intento de demostrar la coherencia de estas ideas con el materialismo dialéctico, la ley del valor y los principales fundamentos de la economía marxista.


 


¿Un proletariado condenado al fracaso?


 


Para Amin el aburguesamiento del proletariado europeo y norteamericano es un dato de la realidad, no una conclusión política que requiera demostración. “Ni los acontecimientos de 1968, ni los más recientes de Portugal y España indican todavía una perspectiva revolucionaria posible en Occidente” (2) afirma en una oportunidad, “la organización de la clase obrera bajo la hegemonía de la socialdemocracia integra a los trabajadores a la nación burguesa, quiérase o no y los solidariza con su burguesía en la competencia exterior" (3) destaca en otro momento. En todos los casos decreta que las fuerzas reales o potenciales se han transferido a la periferia, sustituyendo el análisis de los procesos políticos concretos por epitafios y condenas a la fracción más importante del proletariado mundial. Para el maoísmo no se trata siquiera de un fenómeno histórico contemporáneo, sino de un mal hereditario e incurable. “Visto desde la perspectiva del tiempo -los movimientos de Europa central, en los que Lenin fundaba todavía tantas esperanzas, estaban condenados ya al fracaso” (4), declara Amin algunos párrafos antes de burlarse del trotskismo por haber considerado viable (entre otros) el triunfo de la revolución alemana de 1921-23.


 


Así como quien arrastra una condena milenaria, el trabajador nacido en Europa estaría destinado de por vida a soportar la esclavitud capitalista. Sólo le restaría asumir conscientemente la ineficacia de su resistencia y esperar pasivamente el triunfo de la lucha de los explotados de las colonias y semicolonias.


 


Se trata a todas luces de un planteo categóricamente contrarrevolucionario. Declarando la inutilidad del combate obrero en los países desarrollados, el autor pro-chino se ubica en el campo de los grandes aparatos del stalinismo y la social- democracia que paralizan la acción independiente del proletariado en abierta defensa del orden burgués. El escepticismo de Amin y la labor antiobrera de los aparatos cumplen la misma función desmovilizadora. Unos potenciando la ilusión en un cambio pacífico y paulatino, otros negando la posibilidad de cualquier cambio.


 


Amin, reproduce en realidad un vicio común a algunas corrientes pequeñoburguesas de post-guerra que deducían de un hecho real como fue el mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores, toda una teoría sobre el quietismo de la clase obrera. La importante oleada de luchas que abarcó con distintos ritmos y características a la mayor parte de las naciones desarrolladas en la última década, es el testimonio más contundente del carácter puramente superficial e impresionista de todas las tesis sobre el “aburguesamiento” del proletariado occidental. El agotamiento del largo ciclo de crecimiento económico acelerado empuja actualmente a los trabajadores a resistir la desocupación, los* planes de “austeridad” y el avasallamiento de sus conquistas sociales.


 


Las teorías de Amin no son sólo falsas sino, además, obsoletas. El ideólogo maoísta sigue atado a las formas de razonamiento' de los economistas que confiaron en la capacidad del capitalismo para posponer indefinidamente el estallido de las contradicciones acumuladas durante el período de desarrollo económico de post-guerra. Amin se niega a tomar contacto con la realidad del mayo francés, de los otoños italianos, y los procesos huelguísticos de Alemania e Inglaterra. Ataca a quienes “buscan las causas de la crisis en el interior de las economías del centro” (5), como si las evidencias de la crisis capitalista -superproducción, endeudamiento, caída de la tasa de beneficio- no afectaran directamente a las naciones más industrializadas.


 


Amin no se da cuenta que en su afán de ensalzar a las burguesías semicoloniales, establece una separación completamente irracional entre el agravamiento de la explotación imperialista y el curso de la crisis en las propias metrópolis. Pero el imperialismo no oprime por sadismo sino porque es su única forma de supervivencia. Ahoga financieramente a los países atrasados porque necesita vender sus excedentes de mercancías y canalizar el capital sobrante que no puede valorizar en su país de origen. Descapitaliza a las naciones oprimidas y frena el desarrollo de sus fuerzas productivas porque la competencia monopólica le impone la búsqueda insaciable de súper-ganancias. Lo contradictorio, es que Amin realce una y otra vez el carácter mundial de la economía capitalista sin entender que la esencia de esta unidad es el total sometimiento de las economías atrasadas al funcionamiento anárquico del régimen capitalista en su conjunto.


Lo que el economista pro-chino cuestiona, en realidad, es el carácter objetivo e inexorable de las crisis. Se niega a reconocer los límites que brotan del propio desenvolvimiento del régimen capitalista, asfixian su desarrollo y lo conducen al colapso. Para Amin no existe en la fase actual de la economía imperialista ninguna barrera a la valorización del capital, ni frontera alguna a la capacidad de absorción de los mercados. Caracteriza, por un lado, que la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia perdió vigencia a partir de los años 30 (6) y, por otra parte, que el papel activo de la moneda y el crédito han eliminado todos los problemas de realización de las mercancías (7). No aporta ninguna prueba empírica de estas conclusiones y sólo sugiere, en primer término, que ciertas causas contrarrestantes del proceso de disminución del beneficio capitalista (reducción de la composición orgánica del capital, incremento de la tasa de plusvalía), se habrían impuesto a la propia tendencia en las últimas décadas. A diferencia de Paul Sweezy, que ensayó un complejo fundamento de una postura similar, Amin se contenta con sus propias afirmaciones. Tampoco la glorificación keynesiana del papel salvador del crédito, está acompañada de justificación alguna.


 


Amin declara su profunda hostilidad a todos los marxistas que, como Rosa Luxemburgo, trataron de desarrollar y actualizar —con aciertos y errores— la teoría del derrumbe capitalista y descarta esa perspectiva por la supuesta pasividad intrínseca del proletariado occidental. Si la clase obrera se mueve, hay crisis, si permanece paralizada, no la hay. Este es el gran descubrimiento al que Amin pretende otorgar la categoría de ley: “el capital no conoce más que una ley: la búsqueda de la tasa máxima de plusvalía —afirma el maoísta— en esta búsqueda solo topa con un obstáculo, la resistencia de los productores de plusvalía” (8). Se trata de una vulgaridad que retrotrae más de 100 años el nivel del pensamiento ya que reemplaza el riguroso análisis objetivo del sistema capitalista por el comportamiento subjetivo de las clases que lo integran. El capital encuentra una multitud de obstáculos para la obtención de una tasa creciente de ganancia que a su vez se potencian notablemente por la intervención combativa de los trabajadores. No hay que olvidar que las primeras crisis capitalistas estallaron antes que el proletariado se hubiera conformado como clase y que es la economía burguesa la que atribuye la inflación a la lucha por los aumentos salariales o la que interpreta la recesión por la baja productividad del trabajo obrero.


 


Intercambio desigual I


 


La mayor parte de las caracterizaciones burguesas de Amin sobre la posición del “centro” y la “periferia” fueron desarrolladas a principios de la década del 70 por Arrighi Emmanuel, un economista que alcanzó fama internacional por su tesis sobre el “intercambio desigual”. Emmanuel sostenía que el comercio internacional era el único mecanismo de explotación de las colonias y semicolónias por el imperialismo. Planteaba que la retribución comercial que percibían los países atrasados por sus mercancías exportadas era inferior a su valor real y que por el contrario los productos fabricados en las naciones más industrializadas se vendían a precios superiores a su valor de origen. Este intercambio desigual, fragmentaba al mundo no solo en dos bloques contrapuestos de naciones, sino también en dos bloques de trabajadores antagónicos: los beneficiarios y víctimas del creciente deterioro de los términos de intercambio.


 


Amin saludó de entrada los “aportes” de Emmanuel, aunque cuestionó inicialmente sus conclusiones políticas. Transcurridos algunos años el ideólogo maoísta vuelve al complejo problema teórico de la formación de los precios a escala internacional y la acción de la ley del valor en el mercado mundial.


 


Si en el mercado interno los precios de producción se desvían de los valores de cada producto, es decir del tiempo socialmente necesario para su producción, razona Amin, porque la competencia de capitales y la formación de una ganancia media imponen transferencias de valor de un sector a otro, también en el mercado internacional debe existir un mecanismo regulador del proceso de producción y circulación que distorsione la formación de los precios. Para Amin, el gran logro de Emmanuel es haber descubierto ese mecanismo, que su creador bautizó con el nombre de “valor mundial”. El proceso de constitución de cada valor mundial sería semejante al de un precio nacional. Habría transferencia de valor, pero no de un sector a otro, sino de un país a otro. Masas de plusvalía generadas en la periferia serían apropiadas por países de “centro” por medio del intercambio.


 


Una elaboración más seria y minuciosa revela, sin embargo, que Amin apenas ha comenzado a aproximarse al problema que ya considera resuelto. Su habitual altanería le induce a descalificar las reflexiones de los clásicos sobre el tema (9), y a no asimilar especialmente el interesante estudio de Bujarín. (10)


 


Bujarín sugería que no se podía identificar tan apresuradamente la noción de precios nacionales e internacionales. Planteaba que, efectivamente, bajo el imperialismo, la economía mundial tiende a convertirse en la reguladora de todas las economías nacionales dispersas, lo que estimulaba no solo la internacionalización de la circulación de mercancías y la consecuente formación de precios mundiales, sino también el establecimiento de una tasa única de salarios por el desplazamiento mundial de la fuerza de trabajo a través de las migraciones y la formación de una tasa internacional de interés por la circulación mundial del capital. Pero esta tendencia general a la internacionalización -agregaba- no podía imponerse armoniosamente porque coexistía con el desarrollo de una tendencia opuesta a la nacionalización de la vida económica.


 


Es que cada economía nacional es una unidad histórica de la clase capitalista cohesionada a través de un Estado en un sistema único de precios, barreras aduaneras y monedas. Estos lazos nacionales se refuerzan con el desarrollo de los monopolios, porque el proceso de concentración y centralización del capital tiende a transformar cada economía nacional en una aglomeración de trusts bajo el comando del capital financiero.


 


Si en el plano nacional el capital solo puede subsistir bajo una competencia permanente, a escala mundial la concurrencia es más despiadada porque el monopolio apela a la fuerza organizada de sus Estados para imponerse. De ahí, las barreras aduaneras, el dumping, la lucha mundial por apropiarse de los mercados de venta, compra e inversión de las colonias y semicolonias. Por lo tanto, paralelamente al desarrollo de un proceso de internacionalización de las mercancías, el capital y la fuerza de trabajo, existe una fuerte tendencia al aislamiento de los cuerpos nacionales, refractarios unos de otros. La contradicción entre ambas tendencias se resuelve a través de choques y conmociones y por eso el militarismo, la guerra y la expansión territorial son los rasgos característicos del imperialismo.


El enfoque de Bujarín es completamente distinto al de y que establece la contradicción entre el mercado nacional e internacional y niega que se pueda consumar la tendencia al valor mundial único, Amin, por el contrario, tiene una visión armonicista, porque debe suponer que en el mercado mundial existe libre movilidad del capital y que no se interpone ningún obstáculo adicional al proceso normal de formación de los precios. Desconoce que bajo el imperialismo creciente socialización del trabajo en todos los poros de la economía mundial choca con la existencia de monopolios nacionales, que en su lucha concurrencial introducen distorsiones especiales a la formación de los precios distintas a las existentes en el plano nacional. Es una utopía pequeñoburguesa imaginar la constitución de un sistema de monopolios ricos y organizados —el superimperialismo— a nivel mundial, e incluso la sola estructuración de bloques económicos atrévanos países como el Mercado Común Europeo -con un régimen aduanero uniforme y un sistema monetario tendencialmente único- es un proceso convulsivo amenazado de permanentes rupturas.


 


El intercambio desigual en el mercado mundial no es la arbitraria construcción teórica de Amin, sino una manifestación de las leyes generales del modo de producción capitalista. Mientras que en la época que precede al afianzamiento del capitalismo, es el capital comercial el que se apropia a través del engaño y la estafa de una porción del trabajo excedente al intercambiar valores iguales por sumas de trabajo desiguales, con el desarrollo del mercado mundial esta transferencia de plusvalor se toma objetiva y afecta a las semicolonias en beneficio de los países imperialistas. Pero este proceso se lleva adelante manteniendo valores y precios nacionales diferenciados.


 


Marx relacionaba este mecanismo de explotación con un fenómeno que Amin rechaza de plano: la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Para Marx el sobrebeneficio realizado a través del comercio exterior contrarrestaba la disminución porcentual de la ganancia, provocada por el aumento de la composición orgánica del capital. Sostenía a partir de allí que en el mercado mundial se producía un proceso de compensación que otorgaba mayor remuneración al trabajo más productivo de la nación más industrializada. Para Marx el fenómeno tenía un fundamento objetivo, no era una “cosa en sí”, definida por la subdivisión del mundo en naciones explotadoras y explotadas, Marx lo concebía como un nuevo peldaño del funcionamiento de todo el aparato capitalista, Amin como una condena moral a la rapacidad de las metrópolis. Para los clásicos, además, se trata solamente de uno de los métodos de apropiación de la plusvalía colonial que coexiste en distinto grado según cada época con otras formas de explotación, como la exportación e inversión directa de capital.


 


Intercambio desigual II


 


Si para poner en pie su esquema del intercambio desigual, Amin necesitó imaginar la existencia de un “valor mundial", para que el modelo cobre vida le añade un fundamento arbitrario: la existencia de tasas de explotación diferentes en el “centro” y la “periferia”. El economista considera, así, el efecto y no la causa. Rehúye una deducción objetiva de las superganancias del imperialismo a partir de la desigualdad en el desarrollo de las fuerzas productivas entre las naciones adelantadas y atrasadas. La transferencia de plusvalía no fue produciría porque el trabajador boliviano sea más explotado que el norteamericano, sino porque el desnivel en la productividad del trabajo entre ambos países conduce en el mercado mundial, a que una hora de trabajo del primero no equivalga a una hora de trabajo del segundo.


 


Amin heredó también de Arrighi Emmanuel esta interpretación burguesa y vulgar del intercambio desigual. Emmanuel sostenía directamente que el salario era la “variable independiente”, rectora y determinante de todo el proceso y de todas las relaciones económicas mundiales (“lo único que existe en un' mundo caótico", afirmaba). Insistía que un obrero de un país avanzado era beneficiario del bajo ingreso del trabajador del país oprimido y propugnaba simples aumentos de salarios para contrarrestar el deterioro de los términos de intercambio. Este enfoque nutrió al desarrollismo en la Argentina (11) y expresó el pensamiento de un sector de las burguesías latinoamericanas nucleadas en tomo a la CEPAy durante un período de limitada y deformada semi-industrialización del continente. El propio Amin le atribuye la patem1' dad de la teoría del intercambio desigual a Raúl Prebisch (12).


 


La función de Amin es reprocesar esta misma teoría con algunas pinceladas de marxismo. Necesita convertir al salario en un fetiche autónomo del conjunto de factores que determina el valor de la mercancía fuerza de trabajo en cada coyuntura del ciclo capitalista, para sostener la tesis de subdivisión del mundo en obreros afortunados de las metrópolis y obreros desgraciados de las colonias. Es completamente falso que “el valor de la fuerza de trabajo debe elevarse al mismo tiempo que se desarrollan las fuerzas productivas” (13), como sostiene el auto maoísta en un desliz de apología al capitalismo. El inigualable salto en el desarrollo de las fuerzas productivas que caracterizó el clásico nacimiento del capitalismo en Inglaterra y otros países de Europa, estuvo por el contrario signado por un proceso de pauperización sin precedentes de las masas trabajadoras.


 


El valor de la fuerza de trabajo se va modificando con los cambios en la productividad del trabajo del sector de bienes de consumo y no con el desarrollo de las fuerzas productivas en general y estas alteraciones están directamente asociadas a las circunstancias históricas que regulan la oferta y la demanda de la fuerza de trabajo y la consecuente magnitud del ejército industrial de reserva.


 


En todo el debate sobre el intercambio desigual Amin navegó sin rumbo fijo. Quedó deslumbrado inicialmente por las tesis nacionalistas de Emmanuel, suponiendo que ellas marcaban un camino de superación de supuestos baches de Marx en la teoría internacional. Trató de apartarse posterior-mente formulando objeciones irrelevantes hasta concluir confesando la inutilidad de todo el trabajo de investigación económica. Su último libro contiene esta sorprendente afirmación: “No hay leyes económicas autónomas frente a la lucha de clases… (y)… por eso no es posible ninguna teoría económica de la economía mundial” (14). Pero siguiendo este criterio: ¿qué ámbito del conocimiento humano puede abordarse con la esperanza de alcanzar resultados positivos? ¿Existe acaso algún fenómeno social o económico, “cognoscible” en un laboratorio inmune a la lucha de clases?


 


Es evidente que el propio Amin no puede sustraerse a los interrogantes que emergen del callejón sin salida al que ingresó cuando creyó descubrir en el “valor mundial” un nuevo horizonte teórico. Amin, trata de encontrar las respuestas en una revisión general de los principios metodológicos del marxismo.


 


Idealismo y subjetivismo


 


En “La ley del valor y el materialismo histórico”, Amin considera imprescindible distinguir el materialismo histórico, que comprendería el estudio de las luchas de clases, de las leyes económicas del capitalismo. Afirma que “en las relaciones dialécticas” entre ambos “no existe simetría sino una preeminencia de la primera” (15). En reiteradas oportunidades ratifica esta concepción atacando indistintamente al. "economicismo” de los trotskistas, stalinistas y socialdemócratas y criticando su visión “lineal” del desarrollo histórico. La dependencia común de todas estas corrientes del “positivismo burgués les habría impedido captar la incidencia real de las luchas políticas en el proceso histórico y económico global. (16).


 


El solo hecho de poner en la misma bolsa al trotskismo con el stalinismo y la social-democracia indica ya el carácter superficial de la intrusión metodológica de Amin y de todo el castillo de arbitrariedades que ha levantado. Establecer una jerarquía superior de la “lucha de clases” sobre la estructura económica en el proceso de investigación equivale a desconocer la unidad y el mutuo condicionamiento de ambas. El desarrollo de las fuerzas productivas determina la actuación de las clases sociales y el resultado histórico alternativo de sus enfrentamientos (socialismo ó barbarie), y, a su vez, el desenlace de estos conflictos moldea todo el curso económico posterior de esa sociedad.


 


En el método marxista de análisis existe una relación constante entre lo abstracto y lo concreto, entre los datos empíricos de la realidad y las generalizaciones conceptuales que surgen de ellos, entre la esencia del fenómeno y sus formas de manifestarse. No existe predominio de la política sobre la economía y la sola búsqueda de un factor “preeminente”, refleja que el teórico no ha asimilado él marxismo y continúa dependiendo de un “punto de arranque”, para sostener su razonamiento, de la misma forma que el religioso necesita apoyar su fe divina en el milagro de la creación del mundo.


 


El deslizamiento de Amin por el camino del idealismo ya está presente en su negativa inicial a reconocer en las leyes objetivas del capitalismo las causas de la crías del imperialismo.


 


Amin está atrapado par las formas de razonamiento de la sociología burguesa. Los incontables modelos matemáticos que acompañan sus demostraciones no son meros auxilios pedagógicos. El autor diagrama primero el modelo económico (imponiendo arbitrariamente todos los supuestos)'y posteriormente le “introduce correctamente la lucha de clases” (17). Si no hay luchas políticas y sociales, el esquema funciona sin sobresaltos y nada perturba la reproducción ampliada del capital. Por eso supone, por ejemplo, que solo a partir de un incremento del salario real y el correspondiente combate por conquistado se desencadena el mecanismo que conduce a una crisis de sobreproducción (18). Este punto de vista armonicista se repite una y otra vez y Amin recoge con este enfoque del desenvolvimiento interno equilibrado del capitalismo, toda la tradición de deformaciones reformistas en la interpretación de “El Capital”. La prueba más contundente de que la oposición hecha por el ideólogo prochino entre leyes económicas y materialismo histórico tiene una raíz netamente subjetiva e idealista, es la aplicación que hace Amin del materialismo histórico. En todos los casos se observa una exaltación del oscurantismo acorde a la moda tercermundista. El estudio de “Los Angeles, United States., of Plastika”, por ejemplo, resume una crítica completamente reaccionaria a los distintos aspectos culturales e históricos de la sociedad capitalista norteamericana. Para Amin, Estados Unidos no es siquiera una nación, ya que la carencia de una “cultura común”, solo habría dado lugar a un “conglomerado de inmigrantes  reunidos en un Estado”. En cambio, “China y Egipto han sido naciones desde siempre” y la historia habría permitido “la formación de auténticas naciones en América Latina (19).


 


La “cultura” como barómetro del desarrollo social, naciones que existen más allá del tiempo y del espacio, republiquetas balcanizadas por el colonialismo como ejemplos de la estructuración nacional, son algunas de las divagaciones propias de quien ha sustituido el materialismo por añoranzas místicas al estilo de José María Rosa. Amin forma parte de la gran clique de teóricos pequeñoburgueses que rechazan lo que Marx llamó la “acción civilizadora del capital”, es decir el extraordinario factor de progreso para la humanidad que significó el advenimiento del modo de producción capitalista. Se identifica, en cambio, con quienes glorifican el atrasó y enaltecen cada limitación del desarrollo capitalista. Solo desde este ángulo embrutecedor puede afirmarse que “no hay duda que un campesino analfabeto de un país subdesarrollado tiene mayor autonomía de pensamiento que un ciudadano norteamericano” (20).


 


No se trata de una frase al pasar. El maoista está convencido' de la superioridad de todas las sociedades p re-capitalistas, éstas habrían sido las únicas transmisoras reales de "cultura” (21). Como para Amin el mundo avanza por la evolución de las ideas y no de las fuerzas productivas, el capitalismo yanqui —que él identifica con la pobreza intelectual— sería el punto máximo de decadencia de la humanidad. En el fondo, sin embargo, Amin no menosprecia al capitalismo norteamericano sino que lo- considera- imbatible y todopoderoso. Supone que es una “sociedad sin grietas” que ha impuesto la "fascistización interna” de todas las clases sociales (22).


 


La ausencia de un razonamiento dialéctico a lo largo de toda su exposición enceguece a Amin, al momento de las conclusiones, y le impide tomar contacto con las innumerables manifestaciones de descomposición política y social que han aflorado en el interior del imperialismo, particularmente a partir de la derrota de Viet-Nam. Solo desde el impresionismo pequeñoburgués se puede hablar de fascismo sin mencionar derrotas históricas del proletariado yanqui Después del “Watergate”, los fracasos de Cárter y las fisuras permanentes de Reagan con el Congreso, Amin debe ser el único escritor del universo que considera que los Estados Unidos es una “sociedad sin grietas”.


 


La debacle del maoísmo 


 


Amin escribió la mayoría de sus libros antes de la depuración de la fracción maoista del aparato chino y de viraje pro-imperialista de la burocracia. El mismo destaca reiteradamente la influencia de la "revolución cultural” en sus textos, que naturalmente están en abierta contradicción con lo sucedido en China en los últimos años. Desconocemos cuál es el balance que hace Amin del viraje y si se mantiene fiel al maoismo venido a menos. Su último libro escrito en 1977 no abre juicio sobre el problema.


 


La importancia del balance radica en que Amin fue un cultor de todos los vicios que el maoismo heredó directamente de Stalin referidos a la posibilidad de construir el socialismo en un solo país. Amin se mostraba partidario de aislar a China del mercado mundial para desarrollar una "tecnología socialista” propia, con independencia de los logros científico-técnicos alcanzados por el capitalismo y contraponía la “comuna china” a un proceso acelerado de industrialización, porque reivindicaba la subordinación de la industria a la agricultura” en una primera larga fase de transición” (23). Hoy, la apertura indiscriminada del mercado chino al imperialismo yanqui y japonés, el endeudamiento y el desbarajuste económico creado por la asociación con el capital para alcanzar en un tiempo récord las “cuatro modernizaciones” amenaza las bases sociales del Estado Obrero. Pero resulta fundamental entender este proceso como una simétrica reacción al fracasado y utópico intento de desligar la economía china del mercado capitalista, que Amin defendió con entusiasmo.


 


Teórico de una corriente en franco proceso de disgregación, transmisor de planteos stalinistas que han perdido audiencia en los estados obreros, enemigo declarado del proletariado de los países avanzados, propulsor del atraso en la “periferia” y de la pasividad en el “centro”, literato del nacionalismo reaccionario, Amin imagina un porvenir apocalíptico para la humanidad. Considera que tanto el imperialismo como el Estado Obrero soviético tienden a converger en un nuevo “modo de producción estatal… que aseguraría la centralización del capital a esta escala”. La burguesía sería reemplazada por una “clase-estado dominante” que se apropiaría del excedente y a esta sociedad del futuro, Amin la bautiza con el nombre de “1984: reino del hombre unidimensional”, en alusión a una obra de Orwell y un estudio de Marcuse (24). Con estas extravagantes conclusiones pierde definitivamente noción de la realidad política y se desplaza hacia la ciencia- ficción. Reemplaza con la fantasía el análisis materialista de las sociedades en relación a sus clases dominantes y oprimidas. Desde el momento que no distingue la naturaleza social opuesta entre un estado obrero burocratizado y un estado capitalista, se abren las puertas para todo tipo de invenciones como la de un nuevo modo de producción sostenido en un estado pero compuesto por clases desconocidas.


 


En el fondo Amin no conserva ni un gramo de esperanza en la revolución proletaria y el comunismo. Todo su alegato está recorrido de un profundo escepticismo, que aflora en la analogía que traza entre el capitalismo y el imperio romano decadente (25). Su pesimismo podrá quizá alimentar aún círculos pequeñoburgueses pero no prosperará en el seno de la clase obrera, que, a diferencia de los plebeyos romanos, está llamada a abrir un nuevo horizonte para el género humano en una sociedad sin explotadores ni explotados.


 


Citas.


(1) La ley del valor y el materialismo histórico. (Editorial Fondo de Cultura Económica. 1981) pág. 116


(2) Imperialismo y Desarrollo Desigual (Editorial Fontanella 1976). pág. 24


(3) La ley del valor… pág. 119


(4) Imperialismo y … pág. 124


(5) La ley del valor… pág. 121


(6) ¿Cómo funciona el capitalismo? El intercambio desigual .y la ley del Valor (Editorial Siglo XXI, 1975) pág. 74-75


(7) Imperialismo… pág 128


(8) Imperialismo… pág. 129


(9) Cómo funciona… pág. 14


(10) La economía mundial y el imperialismo (Editorial Pasado y presente, número 21, 1971).


(11) Víctor Testa, El intercambio Desigual.


(12) La Acumulación en escala mundial, (Siglo XXI, 1975) pág. 65


(13) La ley del valor… pág. 38


(14) La ley del valor… pág.66


(15) La ley del valor… pág. 10


(16)  Cómo funciona… pág. 88-85


(17) La ley del valor… pág. 66


(18) La ley del valor… pág. 29


(19) Los Angeles, United States of Plastika (Cuadernos 1975) pág. 19-20


(20)  Los Angeles,… pág. 15


(21)  Imperialismo… pág. 98-101


(22)  Los Angeles… pág. 31


(23)  Imperialismo… pág. 211-213-214


(24)  La ley del valor… pág. 114 Los Angeles… pág. 56-57 Imperialismo… pág. 103


(25)  Los Angeles… pág. 59

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