La guerra interna y la guerra externa de Margaret Thatcher

De “ladrona de leche” a “dama de hierro”

El conocido aforismo de Clausewitz -“la guerra es la continuación de la política por otros medios”- lleva a plantearnos en la guerra de Malvinas de 1982 no solo la responsabilidad de la dictadura de Galtieri, sino también la de su principal contendiente, el gobierno imperialista británico.

El gobierno del Partido Conservador con Margaret Thatcher como primera ministra asumida en 1979, venía afrontando una fuerte crisis. Gran Bretaña estuvo en el campo de los aliados ganadores en la segunda guerra mundial. Pero salió terriblemente debilitada y en retroceso (perdida de la casi totalidad de sus colonias, retroceso de su industria en el mercado mundial, etc.). Thatcher no venía del riñón tradicional de la burguesía y la aristrocracia conservadora. Hija de un padre almacenero de barrio, reflejo siempre el resentimiento de la clase media baja hacia la proletarización de la sociedad. Se impuso dentro del Partido Conservador criticando la “debilidad” de los políticos representantes del capital financiero en su relación con las masas trabajadoras, en sus vacilaciones para imponer un “ajuste” en toda la línea para recuperar la caída de la tasa de ganancia y volver a poner competitiva a Gran Bretaña.

Su orientación era fascistizante: era partidaria de aplicar la fuerza del “Talón de Hierro” que cuenta Jack London en su célebre novela analizando el carácter conscientemente criminal, de choque contra los trabajadores, que una fracción de los capitalistas quiere llevar adelante para mantener su dominación de clase.

No casualmente se la termino llamando “la dama de hierro” después del triunfo en la guerra de las Malvinas y, especialmente, de la derrota de la histórica huelga minera británica de 1984. Pero, inicialmente, fue reconocida por el mote “de ladrona de leche”. Porque para ahorrar dinero al estado, resolvió (entre otras cosas) quitar la copa de leche que se daba a los niños en las escuelas públicas en forma gratuita.

El gran problema que tenia la burguesía inglesa era la fuerte resistencia que desarrollaba el movimiento sindical a sus planes de ajuste. En 1974 el inicio de una combativa Huelga General de los mineros (principal gremio de las Trade Unions) provoco la caída del gabinete conservador de Healt. Thatcher asumió en 1979 un nuevo gobierno, apoyándose no solo en el tradicional  voto conservador, sino una política “populista” de “mano dura” buscando atraer a la clase media desesperada por su constante retroceso. Era una especie de Milei, pero no de una nación semicolonial como Argentina, sino de una potencia imperialista degradada.

La Thatcher armó un “plan de guerra” contra el movimiento sindical. En 1980 estallo una huelga general de los sindicatos siderúrgicos en el marco de negociaciones paritarias salariales. Esta se desarrollo durante 14 semanas y fue finalmente levantada por la burocracia sindical con escaso rédito para los trabajadores. La huelga fue aislada por el resto del movimiento sindical y por el Partido Laborista. Pero sirvió para demostrar la política thatcheriana: esta alentó la importación de acero del exterior y dividió al movimiento sindical para que siderúrgicas privadas siguieran produciendo (aislando a la mayoría de la siderúrgica estatal), de forma tal que no le faltara materia prima a los industriales metalúrgicos. En el anunció del acuerdo al que llego la burocracia sindical, volaron las sillas y el griterío de “traición” de los huelguistas.

Este relativo triunfo no mejoro la situación de inestabilidad del gobierno Thatcher. En 1981 había más de 3 millones de desocupados y un clima beligerante en las masas ante el declive económico y los anuncios provocadores de mano dura para descargar la crisis sobre el pueblo trabajador.

La guerra de Malvinas

En este cuadro se produjo la ocupación por parte de la dictadura de las Malvinas.

Margaret Thatcher “vio” la oportunidad de precipitar una guerra que le permitiera ganar “unidad nacional” y fortalecer políticamente a su debilitado gobierno con un triunfo militar imperial. En ese sentido, se impuso sobre las vacilaciones del gobierno norteamericano de Reagan y de su jefe del Departamento de Estado, Alexander Haig. Estos pretendían una conciliación entre dos sectores abiertamente mano dura anticomunistas: la dictadura en Argentina y Latinoamérica (contra la revolución sandinista en Nicaragua, Salvador, etc.) y la Thatcher como punta de lanza decidida contra la URSS.

Thatcher se impuso para la guerra (hundió el Crucero General Belgrano el 2/5/1982 para hacer naufragar negociaciones por acuerdos “pacíficos” en desarrollo). El envío de la super flota a las Malvinas fue, finalmente, apoyado activamente por el gobierno de Reagan y la totalidad de los gobiernos imperialistas. La analogía con la actual guerra de Ucrania, donde el imperialismo mundial se ha alineado detrás de la OTAN y Biden, no es una coincidencia caprichosa.

Margaret Thatcher consiguió también la “unidad nacional” en torno suyo con el apoyo activo del Partido Laborista (e incluso sectores de la izquierda, cosa que veremos en una próxima nota).

El desenlace de la guerra a favor de la Gran Bretaña thatcheriana, significo no solo la caída de Galtieri en Argentina, sino también del ministro de Relaciones Exteriores británico, el Lord Peter Carrington (5/4/1982) acusado de no haber preparado la guerra  y su reemplazo por Francis Pym y la dimisión del jefe del departamento de Estado yanqui, Haig (“los esfuerzos realizados en pro de una solución del conflicto de Malvinas me costaron el puesto como Secretario de Estado”, Memorias de Alexander Haig, Editorial Sudamericana, 1984).

Los argumentos usados por la Thatcher para justificar su ataque a la Argentina, eran eso: solo argumentos. Por ejemplo, el que se enfrentaba a una dictadura militar fascista por parte de su gobierno democrático. Gran Bretaña apoyo el sangriento golpe represivo de Videla de 1976. Thatcher desarrollo una dura represión contra las luchas del pueblo irlandés: dejo morir a Boby Sands y otros luchadores irlandeses encarcelados después de casi 2 meses de huelga de hambre reclamando mejoras carcelarias. Defendió públicamente -como nadie- a Augusto Pinochet, el sangriento dictador chileno, radicado en Inglaterra, contra la extradición reclamada por la justicia española para ser juzgado por “crímenes de lesa humanidad”.

Tampoco era una guerrerista intransigente. En el pasado se conocieron posiciones suyas para analizar posibilidades de una administración compartida de Malvinas. En setiembre de 1982, un par de meses después del fin de la guerra de Malvinas, Margaret Thatcher en un viaje a Pekin estableció negociaciones con Deng Xiaoping para una soberanía compartida de la colonia de Hong Kong incorporándola a China. Acuerdo que fue firmado bajo su mandato en 1985.

Lo que Thatcher necesitaba para salvar su gobierno era o la aceptación por la dictadura de su retirada incondicional de Malvinas y la reinstauración del gobierno británico en las Islas o bien la imposición de esto a través de una guerra victoriosa. Y para ello vino decidida a todo (tener en cuenta que enfrentaba a un ejército débil y no equipado y a un gobierno que no quería ir a la guerra). La apertura de los archivos confirma que la armada británica traía armas atómicas “tácticas” para tirar sobre el continente argentino en caso necesario. Las similitudes con Ucrania tampoco son accidentales: el capitalismo en su agonía es capaz de los peores crímenes contra la humanidad.

El triunfo en la “guerra externa”, le permitió encarar con más tenacidad la “guerra interna” (sus palabras) contra el movimiento obrero británico. Como en el “talón de hierro” armo un plan de guerra de clases.

Fue sacando una frondosa legislación anti sindical. Las huelgas solo podían declararse y levantarse por referéndums obligatorios en los que participara toda la masa laboral. Esto con el propósito de eliminar la influencia del activismo sindical en las Asambleas fabriles y sindicales. Ataco la militancia sindical (cuotas, etc.). Reforzó las fuerzas policiales y represivas. Se dio una política de cooptación de algunos dirigentes mineros para debilitar el frente de lucha.

Las industrias carboníferas nacionalizadas recibieron pedidos a doquier con muchas horas extras para sus trabajadores, con el propósito definitivo de acumular reservas carboníferas que permitieran aguantar largos meses de una eventual huelga minera sin que se resintiera el resto de las industrias. Esto llevo después de un periodo, a que el sindicato minero aprobara la medida de “prohibición de horas extras” para no seguir acumulando stock rompehuelgas. 

Se inauguraron centrales termoeléctricas que podían usar como insumo carbón o petróleo en forma alternativa. Se establecieron contratos de importación de carbón de mineras del continente europeo. Etc.

La Thatcher busco incluso el momento para lanzar una provocación que obligara a una rendición al sindicato minero o a una guerra declarando la huelga. A principios de la primavera, marzo de 1984, lanzo el cierre imprevisto de varios pozos mineros dejando a miles de trabajadores en la calle. Y anunciando que pensaba ir profundizando el ataque, cerrando en primera instancia todo pozo que parara. (Como imito Menem años más tarde, para plantear el desguace de los ferrocarriles, bajo el eufemismo de que “ramal que para, rama que cierra”). La fecha de la provocación y el inicio de la huelga, garantizaban 6 meses de poca utilización de carbón para calefacción familiar antes de que empezaran los fríos invernales. Todos los medios de difusión más importantes del régimen realizaron una sistemática campaña contra los “privilegios” y la “violencia” de los trabajadores mineros.

Pero, ¡la huelga se mantuvo un año!

Más de 10 mil mineros detenidos; 3 muertos; decenas de heridos; choques permanentes entre piquetes huelguistas y grupos de carneros apoyados por la policía. Violencia brutal contra los huelguistas. Un piquete de más de 5000 mineros se concentro frente a una central donde lideres cooptados habían organizado carnerear, para plegarla al paro general. Fue una batalla campal de un ejército de policías contra los mineros huelguistas con todo (gases, montada, perros, etc.) que duro larguísimas horas, dejando centenares de heridos. La dirección de la central obrera de las trade union, salvo algunos hechos simbólicos, dejo la huelga de 150 mil mineros, aislada. En contra del reclamo generalizado, nunca convoco a la Huelga General de todo el movimiento obrero británico. Mientras la Thatcher contó con el Estado en su conjunto como organismo dirigente de la lucha contra el movimiento huelguístico minero, estos no recibían ningún tipo de apoyo de lo que debiera ser el Estado mayor de la clase obrera. Poco más de un año de iniciada la huelga, fue levantada en una votación secreta por escaso margen. 

A diferencia de de las direcciones burocráticas sindicales y del Partido Laborista, la huelga concito impresionantes movimientos de solidaridad en las bases obreras y en la población explotada que marcaron a fuego la cultura inglesa.

Ahí es donde se generalizo el mote de la “dama de hierro” para la Thatcher.

Patricia Bulrrich, la “piba de hojalata”, trata de emular a la Thatcher en sus llamados a reprimir a los desocupados piqueteros. La tragedia de entonces, se convierte de esta manera, en una farsa, igualmente reaccionaria.

La guerra de Thatcher tuvo fuerte trascendencia internacional. Acompaño la política de Reagan que se enfrento en 1981 a la fuerte huelga de los controladores aéreos, despidiendo a más de 10 mil, cerrando aeropuertos, paralizando centenares de viajes, etc. para producir una derrota histórica y hacer refluir al movimiento obrero yanqui. Fue parte de la “revolución conservadora” mundial contra las condiciones de vida de las masas. Y fue un punto central en la ofensiva y presión sobre las burocracias de los estados obreros para que avanzaran en una política de restauración capitalista, acelerando la implosión de la URSS.

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